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Zappia

—N-no me gusta que me den esto, me hace ver débil —las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos, pequeñas y traicioneras. Intenté en vano quitármelas, pero él tomó mis manos, impidiéndomelo.

—No te hace ver débil, te hace ver como realmente eres —sus palabras resonaban en el aire, suaves pero firmes—. Eres una chica linda con corazón, una chica a la que le importan los sentimientos de los demás. Alguien que quería encajar con la sociedad, como eras antes de que te pasara lo que te hizo ser así. Zappia, tú no eres mala; solo te proteges de las personas equivocadas y no te dejas querer. No todos somos malos, y yo te aseguro que jamás te haría daño.

Su voz era un bálsamo, un alivio en medio de mi tormenta. Pero la verdad que había guardado en mi interior pesaba como una piedra.

—No quiero que me vuelvan a hacer daño. Ya no quiero sentir lo que es querer a alguien y que te quieran —mis palabras eran un susurro ahogado, cargadas de dolor.

—¿Qué te hizo ser así, Zappia? —preguntó, con una ternura que me hizo querer abrirme, a pesar del miedo.

Su mano suavemente me obligó a mirarlo directamente a los ojos. Mis lágrimas no se detuvieron; cerré los ojos con fuerza, tratando de bloquear los recuerdos que se arremolinaban en mi mente.

—Mi madre... —empecé, la voz temblorosa—. Ella me vendía a otros hombres que me torturaban y hacían conmigo lo que quisieran. Me la pasaba encerrada en un sótano desde niña. Hasta los seis años empecé a desarrollar coraje y comencé a agredir a las mismas niñas. Asfixié a una, y eso hizo que me sintiera mejor. Descubrí que era lo único que me llenaba y le daba sentido a lo que era. Esa niña que tú dices ver en mí era la que quería lograr ser, pero esta vida me tocó, y no me arrepiento de nada.

Las palabras fluyeron de mi boca como un torrente desbordado, cada confesión una herida abierta. La mirada de Max se mantuvo fija en mí, sin juicio, solo comprensión.

—Empecé a desarrollar mis trastornos dos años después y maté a mi madre. Nadie sabe de eso porque mi padre se declaró culpable para que a mí no me pasara nada. Yo tengo la culpa de todo... Solo era una niña.

Logré soltarme de sus manos, el peso de la vergüenza aplastándome. Hablar de mi pasado era como desnudarse ante alguien; temía su reacción, temía que me viera como el monstruo que yo creía ser.

—Zappia, yo no te voy a juzgar por nada de lo que te pasó, escúchame —su voz era un ancla en medio de la tormenta que me azotaba—. NADA es tu culpa. Yo te quiero así.

¿Había dicho que me quería? Las palabras resonaron en mi mente, y por un momento, el caos se detuvo. Su declaración iluminó un rincón oscuro de mi corazón, una chispa de esperanza en medio de la desesperación.

vis a vis; max valenzuelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora