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Ella quitó su camisa sin dejar de besarme, su piel cálida y suave contra la mía. Luego, con un movimiento sensual, bajó su chándal, quedando solo en ropa interior. Como me encantaba verla así, tan vulnerable y tan deseable. Se separó un momento, su mirada fija en la mía mientras descendía mi chándal junto con el bóxer, una chispa de complicidad en sus ojos.

Con un impulso audaz, metió mi pene en su boca, y un gemido involuntario escapó de mis labios. La excitación me hizo arquear la cabeza hacia atrás, incapaz de contenerme.

— Z-Zappia. Mordí mi labio, tratando de ahogar los sonidos que amenazaban con escapar.

Ella continuó con su acto provocador hasta que, finalmente, sentí que mi líquido estallaba en ella. Lo tragó todo y volvió a besarme, nuestras respiraciones entrelazándose con la velocidad del momento. Me sentía impotente, deseando darle placer, así que tomé un poco de fuerza y la levanté, acomodándola contra la pared.

Despojé su tanga y, al mismo tiempo, ella se quitó el sujetador. Con ternura, le besé los pechos, luego subí hasta su boca, aferrándome a sus caderas con las uñas, haciéndola gemir. Mi corazón latía con fuerza mientras acomodaba mi pene en su entrada, bajándola lentamente, hasta que la sentí completamente dentro de mí. Ambos gemimos en un susurro compartido, un momento de conexión pura.

Esperé un instante antes de comenzar a moverme, esforzándome por mantener el ritmo. El dolor estaba presente, pero nada importaba más que ella y este momento.

Mis movimientos eran lentos y dulces, disfrutando de cómo su cabeza se inclinaba hacia atrás, atrapada en el placer que le daba. Veinte minutos después, ambos llegamos al clímax, un estallido de sensaciones. Me separé de ella, sintiendo el agotamiento recorrerme. La acomodé suavemente en la cama y me vestí, sentado junto a ella, todavía procesando lo que acabábamos de vivir.

— ¿Estás bien? Le pregunté, observando su rostro que, incluso exhausto, irradiaba una belleza etérea. Hasta drogada se veía linda.

— Estoy perfectamente. Te extrañaba. Su voz era un susurro, y acaricié su mejilla con ternura.

— Yo también te extrañé. La verdad se escapaba entre mis palabras, balbuceando por la confusión de mis sentimientos. No sé cuánto tiempo llevo aquí.

De repente, la puerta se abrió de golpe, haciéndonos sobresaltarnos. La gobernanta entró acompañada de otro guardia de seguridad, una presencia imponente que heló el aire.

— Se acabó el vis a vis, sal de aquí. El guardia se acercó a mí con fuerza, agarrándome de manera brusca, provocando una queja involuntaria de mi parte.


vis a vis; max valenzuelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora