Dolor y celos

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-¿Asi que se conocen desde niños?.- preguntó el ruso en el tono más normal que pudo adoptar.

-Asi es, aunque nunca habíamos sido compañeros de clase.- confirmó la chica.

-¡Oh no! Nuevamente olvidé mi botella en el salón de baile.- dijo de pronto el japonés regresando de prisa al interior del colegio.

Cuando Víctor y la chica se quedaron solos esta última aprovechó para comenzar a decir:

-Yuko me ha hablado sobre ti, dice que eres muy amigo de Yuuri.

-Pues...podría decirse que si.-

-Ya veo, ¿desde cuando lo conoces?.-

-Nos conocimos cuando él tenía seis años y yo ocho, sólo que nos separamos por un tiempo debido a que yo me mudé primero a Tokio y posteriormente a Sapporo.-

-¿Entonces tienes poco tiempo aquí?.-

-Cinco meses.-

-¡Cinco meses! Eso es muy poco tiempo como para decir que son los mejores amigos como cree Yuko.-

-Son pocos meses pero en ese tiempo he conocido bastante a Yuuri.- respondió sin ocultar su molestia.

-Como quieras.- Víctor notó claramente cierta sorna en esas palabras.

-¡Eso te lo puedo asegurar!.- afirmó con exaltación.

-Pues yo lo he conocido de toda mi vida, asi que es lógico que seamos los mejores amigos.-

-¡Pero hace unos minutos dijiste que apenas se hicieron amigos!.- refutó el ruso.

-He regresado.- dijo el pelinegro.- ¿entonces nos vamos?.-

-Por supuesto que si.- respondió la chica tomando el brazo del japonés.

-Yo hablaba con Víctor, le prometí ayudarle a ordenar sus cosas ahora que se acaban de mudar.-

-Pero tú sabes que no me gusta regresar sola a mi casa.- se quejó la chica.

-Descuida Yuuri, acompañala a su casa.-

-Pero prometí que te ayudaría.-

-No te preocupes, de cualquier manera iré con mi padre a hacer unas compras.- añadió ansioso por despedirse de ambos.

-Como tú quieras.- contestó el japonés con duda.- nos vemos mañana.-

-Hasta mañana.- se despidió el ruso, sin embargo al ver el rostro de la chica percibió una discreta sonrisa de triunfo, en pocas palabras Yuki Segimura acababa de marcar su territorio.

Víctor tomó el autobús ya que debido a que se habían mudado ahora su hogar quedaba bastante lejos, al subir al vehículo comenzó a repasar palabra por palabra de la chica y llegó a la conclusión de que esta estaba seriamente interesada en el japonés, cosa que lo molestaba intensamente. Al llegar a su departamento se echó sobre el sofá, pues en realidad su padre ni siquiera estaba ahí, peor aún, no sabía a donde había ido pues últimamente salía con frecuencia apenas regresaba de trabajar llegando incluso a pasar la noche fuera. Víctor en esas noches era cuando realmente sentía el peso de la soledad y en más de una ocasión recordó a su madre, aunque el recuerdo de esta podría decirse que estaba plagado de sentimientos encontrados.

Se levantó del sofá y se dirigió a la cocina donde abrió el refrigerador y sacó una única chuleta de cerdo la cual acompañó con papas fritas y un poco de ensalada. Comió sobre la barra dando entre bocado y bocado miradas de disgusto a la sala donde se amontonaban las cajas de sus pertenencias esperando ser ordenadas en aquel minúsculo espacio. Al terminar y después de cambiarse de ropa abrió una de las cajas de donde sacó varios libros, la mayoría propiedad de su padre, los acomodó adentro de un librero pero cuando tomó los últimos que por cierto eran suyos, la fotografía de una bella y joven mujer se salió de uno de ellos, Víctor la tomó y la miró por un largo rato.

Las flores del cerezo rojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora