ELIZABETH'POV
-¿Señorita Howard? Debería de salir de su habitación- me sugirió una sirvienta, la señora Tena desde el otro lado de la puerta de mi cuarto.
Suspiré mirándome al espejo ovalado que tenía en el tocador de mi habitación, odiaba estaba situación, especialmente porque estaba siendo muy desconsiderada, cobarde y mal educada con los sirvientes de mi casa.
-Lo siento señora Tena, pero no me encuentro dispuesta aún y no quiero enfermar a ninguno de ustedes, le pido amablemente que todo siga como se ha producido esta semana.
Había estado encerrada en mi cuarto toda la semana, solo entraban únicamente un par de sirvientes para traer y llevarse la comida, eso siempre avisando para que yo me metiese en mi baño privado para que no me vieran.
-Como usted diga señorita Howard- me respondió la señora Tena.
No respiré tranquila hasta que dejé escuchar el sonido de sus zapatos indicando que se había marchado. Me seguí mirando en el espejo, mi rostro lucía pálido y enfermizo, aunque no por haberme resfriado como creía todo el mundo. Las ojeras de debajo de mis ojos eran notables y prácticamente no había dormido desde hacía días y no había comido tampoco mucho.
Sin embargo, lo que más destacaba el moratón que tenía en la parte derecha de mi frente, no había maquillaje que lo tapase.
Llevaba una delicada y fina camiseta de tirantes blanca casi transparente, quité la fina bata de color crema revelando la marca de unos dedos sobre mi hombro izquierdo y, por último, aunque no se veía en el espejo porque estaba sentada en un taburete, el morado que había en mi estomago perfectamente recto.
Todo había pasado en la noche después de la cita doble con Frederic y Diala, Henry se había enfadado por cómo me había comportado en la cena y por el vestido que había elegido, siendo que anteriormente ya había rechazado los otros modelos que le había enseñado.
Aunque en verdad Henry siempre estaba enfadado conmigo.
Pasé mi cepillo por mi melena rubia con delicadeza temiendo volver a llorar. Una gran parte de mí entendía a Henry, yo siempre lo hacía todo mal. Tenía gente a mi alrededor que me quería, mi familia, mis amigas y William.
Sin embargo, no podía evitar sentir un vacío en mi corazón cuando se hablaba de amor romántico. Llevaba toda mi vida enamorada de William Lain, desde el primer momento en el que pegó a un niño que me había tirado un helado de chocolate manchando mi vestido rosa de la bella durmiente.
Probablemente era una egoísta quejándome porque un chico no correspondiese mis sentimientos cuando había mucha gente pasándolo mucho peor. Pero siempre había sido una romántica empedernida deseando que apareciese mi príncipe azul y el hecho, de que nunca un chico se hubiese acercado a mí y que el único que lo había hecho me hubiese pegado me hacía pensar de qué había seriamente algo malo conmigo.
No me había atrevido a contar a alguien lo que había pasado. Probablemente me echarían la culpa por lo ocurrido.
La mayoría de las personas odiaban a las chicas como yo, tan femeninas, dulces, educadas, amables y tranquilas. A la sociedad le gustaba una chica con grandes ambiciones, no que quisiera ser profesora de niños pequeños y que soñara con ser madre.
Siempre había pensado que mi amabilidad era una fortaleza, aunque no lo pareciese.
Sin embargo, sabía que esta vez la usarían en mi contra. ¿Por qué no denunciaste nada más haber sido golpeada? ¿No viste que te trataba mal? ¿Por qué no te defendiste? Nadie iba a parar a preguntarme cómo me sentía, o plantearse que estaba muy asustada, aun lo estaba.
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El Chico más Popular: Mi Novio Falso.
RomansDiala siempre supo que había nacido para el éxito: la chica más popular del instituto más prestigiosos del país, capitana del equipo de animadoras, líder del consejo estudiantil, miembro del coro y becada por sus excelentes notas. Aunque esto último...