DIEZ

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El final de otro día escolar.


Por primera vez en mucho tiempo no había llegado con Adora y también iba sin ella a la salida. Era extraño no tener su brazo envuelto en su cuello ni su nariz rozando de vez en cuando su mejilla debido a la cercanía; tampoco oler ese característico aroma a talco de bebé ni ver su cabello brillando a la luz del sol de una manera inusual. Le extrañaba el detalle que le había tomado en ese corto lapso conociéndose pero, realmente, una persona como Adora llamaba la atención sin siquiera proponérselo.


Y cuando sí se lo proponía, lo hacía en lo grande.


Como en ese mismo momento, acercándose montada en una moto medio destartalada de color amarillo patito, la pintura pelada en ciertos puntos y el plástico de la parte delantera rozando con la rueda de la moto y ocasionando un ruido que sonaba como un ventilador. La sonrisa de Adora resplandecía. Se veía absolutamente complacida con su pequeña chatarra.


Estacionó frente a Catra, justo frente al montículo de tierra que debían arribar para poder estar junto a la ruta e ir a casa.


―Súbete, te llevo ―ofreció con chulería.


―Adora, yo no subiré por esa arribada contigo. Nos vamos a tumbar ―cruzó los brazos, apoyando su peso en una pierna e ignorando la sorpresa que le causaba que la chica conducía.


―Claro que no ―protestó―. Te lo voy a probar.


―Está bien ―Catra subió a paso tranquilo para mirarle desde arriba junto a Entrapta, la cual ya había sacado su móvil para documentar el próximo fracaso de su amiga. Adora aceleró llena de entusiasmo y logró subir la mitad antes de que lentamente su moto fuera retrocediendo hasta que quedó tumbada sobre ella. Parecía una trágica escena de película: tirada en la arena en una posición que dejaba en evidencia lo elásticas que eran sus extremidades, con el manubrio de la moto casi perforándole el estómago y su cara en blanco, no dejando ver ninguna emoción para probar que estaba decepcionada por el giro de los acontecimientos. Y ese fue el detonante de la risa de todos los presentes.


―No resultó como lo planeé.


Unos alumnos la ayudaron a sacarse la moto de encima mientras Catra y Entrapta se deshacían a carcajadas, apoyándose sobre la otra para aguantar el dolor que sentían en sus abdómenes. En ningún momento se les pasó por la cabeza preguntarle a la de copete si estaba bien; ellas sólo querían burlarse a más no poder.


Pero a Adora no le causaba ni un poco de gracia, así que después de que terminaran de levantar su dignidad, giró sobre sí misma y se alejó de sus amigas, dejando su moto ahí porque en ese mismo momento también estaba enfurruñada con ella. Odió el mundo por unos cinco minutos, minutos donde Catra le persiguió con disculpas no del todo serias si tenía en cuenta que soltaba risitas de vez en cuando, hasta que se topó con esos ojos profundos de la rubia que parecían atravesar su alma y sintió un flechazo.


―¡Catra! ―se volvió hacia ella con emoción. Catra le miró extrañada por su rápido cambio de actitud―. ¡Siempre quise un sapo! ¡Ayúdame a llevarlo!


Y ahí lo comprendió.


―Yo no voy a tocar esa cosa. No, señor ―negó efusivamente. Adora hizo un puchero.


―Por favor, lo pondré en una caja para ti. No puedo llevarlo yo, hoy traje mi moto.


―Aun así, no.


―¡Por favor! ―le sacudió por los hombros―. Y te compro el almuerzo por una semana. ¡Ni siquiera tendrás que tocarlo directamente, por favor!


―Está bien ―apretó los labios, débil ante tanta felicidad―, pero tú lo pones en la caja.


―¡Síiii! ―corrió por el instituto en busca del transporte para su nuevo amiguito, consiguiéndola en la cafetería donde la señora que le atendió quedó encantada por la amplia sonrisa que nunca había tenido la dicha de ver anteriormente. Le regaló una bonita caja con dibujos de caramelos bastante coloridos, y tras ella agradecerle, se marchó con la misma rapidez para colocar al sapo en su sitio, invitando a Catra a acompañarle.


Catra un poco reticente, se subió detrás de ella poniendo la caja sobre su regazo. Poco acostumbrada a montar motos, dio varias sacudidas que movieron la caja de lado a lado y, cuando por fin las detuvo y se ubicó bien en su sitio, sintió algo resbalarse por sus vaqueros.


Se alteró.


―¡Adora! ―gritó―. ¡Se orinó en mí! ―escuchó la risotada de la chica por sobre el sonido del motor, y entonces ya estaba siendo llevada―. ¡Lo voy a lanzar! ¡Maldición, te odio!


―¡No lo lances!


―¡Te voy a lanzar a ti!


―Mejor lánzate a mis brazos, primor.


Y sí, luego de eso recibió un golpe que casi la dejó noqueada y de paso casi ocasionó que se accidentaran, nadie iba a negar que se lo merecía. 

LA CHICA DEL COPETEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora