DIECISÉIS

262 33 3
                                    

Habían terminado el trabajo ya cuando el sol se ocultaba, el ocaso viéndose especialmente bello desde la habitación de Catra, las flores de cerezo colándose a través de su ventana y cayendo en su cabello y el de Adora quien revisaba todo lo escrito con ojo experto, no queriendo afectar la calificación de la ojos bicolor por algún error que era fácilmente capaz de arreglar.


Catra la observaba en silencio.


Se había encontrado a sí misma pensando muchas veces sobre la belleza que poseía la rubia, restándole luego importancia como si no fuera la gran cosa pero, de nuevo, habían momentos como ese donde su cabello lucía brillante bajo los últimos rayos de sol, los pétalos posándose sobre las delicadas hebras dando la impresión de que habían sido creadas para estar ahí, las oscuras pestañas de Adora moviéndose delicadamente sobre sus mejillas con cada parpadeo y sus labios rosas frunciéndose con lada mordisco que le daba a sus golosinas... momentos así cuando se dio cuenta de que era preciosa; casi etérea.


No pudo retenerse a sí misma de tomarle una foto, y luego otras, y otra más hasta que notó que su dedo se movía frenéticamente sobre el pequeño circulo y Adora la miró con sonrisa ladida.


, empezó, esa será mi favorita.


―¿Te gusta lo que ves?


La de ojos bicolor asintió sin vergüenza.


―Sí, eres muy bonita.


Esperó la reacción que llegó con todo el drama que cargaba la chica.


Adora pareció recibir una bofetada, mostrándose más afectada de lo que Catra pensó porque se recostó en la cama sin decir una palabra, sujetando una de las almohadas sobre su rostro, quizá buscando asfixiarse a sí misma para transformar el rojo que le invadía las mejillas en azul. La habían tomado con la guardia baja; se sintió atacada. ¿Qué era ese extraño sentimiento que distaba tanto del usual desinterés que la invadía? Era bueno, realmente bueno.


Catra, ajena al caótico interior de su amiga, encogió los hombros y repasó sus apuntes calladamente, copiando las fórmulas de la tarea que había adelantado y concentrándose cada vez más hasta que, varios minutos después, le llegó la voz de Adora:


―Debí morderte el trasero...


Giró la cabeza rápidamente.


―¿What?


Adora se sobresaltó y le mostró un pequeño osito de goma mordisqueado.


―¡Le decía a la gomita...! Pero ya que no noto desagrado en tu expresión, voy a asumir que no me lo estás prohibiendo. Sabía que te atraía el sadomasoquismo.


―¿Sabes, Adora? Viendo que todavía sigo relacionándome contigo, puedo afirmar que tienes razón ―masculló frotándose las sienes.


―Eso es estupendo, por lo tanto, no debería estar preocupada por futuras denuncias ―balanceaba sus pies inocentemente en el borde de la cama.


―¿Eh? ―eso había captado totalmente su atención.


―Tú sabes, a veces cuando golpeas a tu sumisa con una vara, se aloca.


Catra volteó hacia la puerta.


―¡Mamáaaaa!


🪄🪄🪄🪄


Otra hora después, Adora bajaba de dos en dos las escaleras con Catra pisándole los talones porque bajo ninguna circunstancia la volvería a dejar a solas con su...


―Mamá.


―¡Que dejes de decirle mamá a mi mamá!


―¿Sí, querida? ―respondió calmadamente la señora, regalándole una cálida sonrisa a la chica. En su interior le divertía profundamente cómo su hija se mostró alterada por una cosa como esa, siendo que ella había llamado a las madres de sus amigos "tía" desde el primer momento en que les conoció. Pero reconoció que ahí había algo distinto, y tal vez tenía que ver con el hecho de que la rubia se había autoproclamado el próximo y ultimo amor de Catra.


No tenía nada en contra, su niña se vio más feliz a pesar de sus berrinches; poder molestarle ella también sólo era un plus.


―¿Puedo sacar a Catra a cenar? Prometo no mantenerla fuera hasta tarde ―sus pequeñas manos escondidas bajo las mangas de su amplio suéter estaban entrelazadas a ella y su tono era tan formal que daba la impresión de que le estaba pidiendo la bendición para poder casarse con su hija. Ella rió.


―Espera, tú ni siquiera me preguntaste si...


―Por supuesto, sácala a pasear. Diviértanse, ¡y tráiganme algo! ―marchó a la cocina, oyendo las protestas de su hija amortiguadas por la puerta.


―¿Oíste? Es una cita.


―¡No es una cita!


―Si te saco a cenar y no es una cita, es porque ya eres mi novia. Piensa bien tus palabras.


―¡Eso no funciona así, Adora! ―un pequeño silencio. La señora se asomó para ver el sonrojo invadiendo el rostro de su hija antes de que pronunciara con un puchero enfurruñada―: Que sea lo que tú quieras.


―Oh, pero nuestra boda no puede ser ahora, No he preparado nada ―el tono lastimoso de Adora sólo la enrojecía más.


―¡Cállate! ―sus pequeños puños impactaron repetidamente en los hombros de la rubia, sus chillidos mezclándose con las risitas de la pobre víctima.


Cerrando la puerta con cuidado, la señora sacudió la cabeza y sonrió para sí, entrelazando sus manos frente a su rostro con sus nudillos tocando sus labios para ocultar su emoción.


Ah, el amor adolescente.


―Iré a cargar gasolina, mientras tanto ponte bonita para mí ―la voz de Adora tenía un tinte socarrón.


―¿Para qué si tú ya eres bonita por las dos?


Y antes de lo esperado, Adora salió de la casa lanzando gritos estrangulados. 

LA CHICA DEL COPETEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora