ONCE

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Una Adora con moto había sido más divertido de lo que estaba dispuesta a admitir. Olvidaba encender su luz cuando oscurecía y sólo caía en cuenta cuando llegaba a su hogar, constantemente se la pasaba gritándole a los conductores cuando en realidad era ella la que cometía errores y se metía donde no debía, siempre que iban juntas estaban al borde de la muerte porque realmente no le importaba chocar y, también, podían pasear por donde quisieran.


Hasta ahí todo había sido lo suficientemente bueno, hasta que le comentó casualmente a su madre que tenía una amiga que sabía manejar motos y ella con toda la emoción del mundo le alentó a que le pidiera lecciones para así llevarse la nueva que le había regalado (que ella había estado usando mientras Catra todavía no sabía cómo).


Así que eso las llevaba a ese momento, donde Adora le instruía y ella entraba en pánico cada que tenía que arrancar el vehículo.


―Despacio, si aceleras de golpe saldrás volando y no puedo permitir que te rompas la cara antes de que pueda besarte ―regañó la de copete sin tinte bromista en su voz. Catra no se molestó en protestar y encendió la moto con un suspiro tembloroso, viendo como Adora asentía y apartaba su mano derecha de su propia cintura para hacerle un gesto indicándole que se adelantara, cosa que ella hizo entre gritos por la falta de equilibrio y el terror ante la idea de caer y humillarse frente a su amiga, la cual le tomaba un montón de fotos y sumadas a éstas algunas grabaciones que atesoraría por el resto de su vida.


Catra era bonita hasta cuando estaba lanzando maldiciones con la cara roja deformada en una expresión horrorizada.


Cuando completó tres vueltas al parque sin problemas, Adora decidió que era hora de ir a buscar la moto de Catra y salir cada una en su vehículo para recorrer las calles y así pasar de lo básico a la verdadera prueba. Todo estuvo bien por un rato, fue sorprendentemente tranquilo ya que las calles a esa hora de la tarde estaban casi desiertas con la mayoría de los habitantes durmiendo siesta para recomponerse por los pesados días. Catra seguía lentamente a la chica de copete mientras ésta iba con los auriculares escuchando algo de Melanie Martínez hasta que de repente sus auriculares fueron arrebatados bruscamente de sus orejas y segundos después su teléfono ya no estaba en su bolsillo y ella estaba tumbada en el suelo, su rostro en blanco. Enfurecida, giró la cabeza para ver a los ladrones marcharse con su Samsung en mano, agitándolo con diversión.


Se incorporó levantando la pesada moto en un movimiento fluido. Catra se colocó a su lado para preguntarle si estaba bien, pero sólo recibió un seco asentimiento antes de que la chica acelerara detrás de los ladrones.


―¡Hijos de puta! ¡Devuélvanme mi teléfono! ―con la rabia recorriendo sus venas y los puños apretados con fuerza en el manubrio, gritó por toda la calle, llamando la atención del vecindario―. ¡Bastardos, sucios, asquerosos ladrones! ¡Ladrones! ¡Hijos de puta, hijos de puta! ―alargó, continuando unos minutos más con Catra siguiéndola el paso como podía.


La moto de los ladrones se había detenido y uno de ellos intentaba arrancarla sin éxito, lleno de pánico. Adora seguía vociferando insultos y ellos preferían retirarse antes de sufrir un ataque de esa extraña personaje, así que uno extendió la mano con el móvil y se lo lanzó. Cayó en el piso con la batería fuera y la tapa alejada a varios metros. Adora paró, bajó la pata que soporta la moto y recogió las partes con tranquilidad, uniéndolas y encendiendo el móvil antes de volver a subirse, diciendo con un acento elegante y la frente en alto:


―Hijos de puta.


Antes de dar media vuelta y regresarse. 



🕡

La mayoría de los minirelatos están basados en hechos reales. Todavía odio a esos hijos de puta.

LA CHICA DEL COPETEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora