Capitulo 12

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Yoongi se sentía absolutamente derrotado después de visitar a Chaerin. Seguía sin solucionar el problema y lo único que había con­seguido era que Seunghyun Doolittle estuviera todavía más resentido, si es que eso era posible. Evidentemente, Taehyung y Jungkook estaban tan preocupados como él mismo y el estado de ánimo de los tres, sentados a la mesa para cenar, era de lo más deplorable.

Taehyung había oído en la ciudad que se esperaba la llegada del juez Walters en cualquier momento, y compartió la deprimente noticia con Jungkook y Yoongi.

—Espero que el juez tenga un buen día —dijo Jungkook con la mi­rada clavada en el plato—. Aunque suele ser un hombre justo la mayoría de las veces, se ha ganado el apodo a pulso.

Yoongi le miró de reojo.

—¿Qué apodo tiene, Jungkook?

—La gente le llama el Juez de la Horca.

—Maldita sea, Jungkook, ¡no deberías habérselo dicho!

Jungkook le dirigió una mirada avergonzada.

—Lo siento.

—Sin embargo, es evidente que los cargos que le imputan a Jimin no son tan graves como para colgarle —dijo Yoongi.

—Lo serán si el juez los considera así —aclaró Jungkook—, pero no creo que ocurra. Jimin no ha hecho nada para merecer que le cuelguen y creo que Walters se mostrará de acuerdo.

Yoongi se levantó bruscamente de la mesa con expresión som­bría.

—Por favor, disculpadme.

—¡Jungkook!, lo has puesto nervioso —dijo Taehyung

—Yoongi debe estar preparado para lo peor, por si acaso el juez dicta sentencia de muerte contra Jimin. ¿Qué haremos si ocurre eso?

—Ya lo he pensado —dijo Taehyung en voz baja—. Si el juez es demasiado estricto con Jimin, le rescataremos de ese apestoso agujero que llaman cárcel.

—Espero que no sea necesario. Si nos vemos forzados a in­fringir la ley, los tres nos convertiremos en fugitivos.

Jungkook y Taehyung intercambiaron unas miradas de preocupación, pero los dos sabían que harían cualquier cosa para salvar a su her­mano.

Yoongi visitó a Jimin al día siguiente, intentando en todo momento mantener una fachada alegre. Le llevó una deliciosa y tentadora comida, preparada por el cocinero del rancho, que le pasó a través de la ventana enrejada, pero él no se mostró demasiado interesado en comer y dejó los alimentos en el suelo sin probarlos.

—¿Por qué estás todavía aquí, Yoongi?

Yoongi le dirigió una mirada llena de exasperación. Si no lo sabía, se lo iba a decir.

—Soy tu esposo.

—Puede que pronto seas mi viudo.

—¡No digas eso!

—Seguro que ya te han dicho que al juez Walters se le conoce como el Juez de la Horca.

—Lo he oído, sí. Pero no puede colgar a un hombre inocente.

—Me temo que las cosas no funcionan así.

—Ningún juez va a ahorcarte por algo que no deja de ser una ofensa menor —insistió Yoongi

—¿Significa eso que no regresarás a casa?

—¡Por supuesto!

Él lo miró fijamente a través de la reja de la ventana con un ardor tan perceptible que Yoongi notó que se le derretían los huesos. Entonces, Jimin sacó un brazo por los barrotes y le acarició la mejilla y el cuello con el dorso de la mano.

Un amor extrañoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora