Capitulo 8

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Yoongi se desperezó, renunciando lentamente a sus excitantes sue­ños. Pero entonces se movió y se dio cuenta de que en realidad no había sido una fantasía. Le dolían partes de su cuerpo que no sabía que existían y, a pesar de esos dolores y molestias, le inun­daba una lánguida satisfacción. Sonrió, recordando la noche de placer que había disfrutado; se acordaría de Jimin y de esa noche mientras viviera.

Jimin...

Alargó el brazo, buscándole. Su parte de la cama todavía olía a él, pero estaba fría. Se ruborizó al recordar los desmayados besos que le había dado y cómo había respondido a sus caricias. Ahora tenía recuerdos suficientes para toda una vida.

El siguiente pensamiento lo llenó de miedo y horror. ¿Se habría ido sin despedirse? Sería muy propio de él desaparecer sin decírselo a nadie. Pero se dijo a sí mismo que no debía desesperar, sabía que era algo que ocurriría en cualquier momento; desde el principio de su acuerdo, Yoongi le había exigido cosas que no estaba dispuesto a ofre­cer. Y no era de los que perdonan. Le había utilizado en su lucha con­tra Kang y, fuera o no su marido, él había cumplido su parte del trato. Ahora le tocaba a el mismo cumplir la suya y dejarle marchar.

Decidido a afrontar el día y el resto de su vida sin Jimin, Yoongi se levantó de la cama, quedándose momentáneamente desorien­tado al encontrarse en la habitación de su marido. El precioso ca­misón estaba en el suelo, donde había caído en aquel momento de desenfrenada pasión. Se lo puso con rapidez y abrió la puerta con cuidado. No quería que nadie lo viera abandonar una habita­ción que no era la suya, y menos vestido de aquella manera, pero no había peligro, pues nadie salvo Nam tenía motivos para entrar en la casa y él estaba realizando las tareas diarias.

Yoongi se detuvo bruscamente cuando vio a Jimin subiendo las escaleras. Su marido vaciló cuando lo vio salir al pasillo. Yoongi clavó los ojos en él y se sonrojó, sin saber qué decirle al recordar la ma­nera en que había respondido la noche anterior y esa misma ma­ñana, pero fue él quien habló primero.

—Ya iba siendo hora de que te levantaras, perezoso. —Le di­rigió una lenta sonrisa que le hizo estremecer de pies a cabeza—. Venía a despertarte.

—P-pensaba que te habías marchado.

El joven supuso que él acababa de bañarse en el río, pues to­davía tenía el pelo mojado.

Jimin clavó los ojos en su cara y Yoongi se derritió cuando bajó la mirada por su cuerpo.

—Todavía no. Antes tengo que enseñarte algo. — Yoongi se ru­borizó al darse cuenta de la imagen que ofrecía y de que, si se fiaba de la expresión de su cara, él estaba recordando la increíble noche que habían pasado juntos—. He pensado que podría apetecerte tomar un baño caliente. Es probable que estés un poco dolorido.

Yoongi se ruborizó todavía más y bajó la vista a sus pies descalzos.

—Un caballero no debería hablar de ese tipo de cosas—murmuró, avergonzado.

Jimin sonrió de oreja a oreja, haciendo que el corazón le diera un vuelco.

—¿Acaso alguna vez he presumido de ser un caballero? He lle­nado de agua caliente la bañera que hay en la despensa. Podemos hablar mientras te bañas. Lo que tengo que decirte es importante pero, como estabas durmiendo tan profundamente, no quise des­pertarte y preferí dejarlo para más tarde.

Yoongi se puso alerta. ¿Qué sería eso tan importante que tenía que decirle? ¿Que se marchaba? Desde luego era lo que Yoongi espe­raba.

—Venga, baja antes de que se enfríe el agua.

—Déjame coger antes una bata —dijo Yoongi, dirigiéndose a su habitación.

Yoongi se entretuvo en su cuarto todo lo que pudo antes de reu­nirse con Jimin en la despensa anexa a la cocina, que usaban como cuarto de baño.

Un amor extrañoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora