Capitulo 4

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Cuando llevaban una semana casados, Jimin había recobrado la fuerza en las piernas a base de pasear durante horas de un lado para otro del pequeño dormitorio, y estaba intentando recuperarla también en los brazos. Consumía ingentes cantidades de comida. La primera vez que apareció en el comedor para desayunar, sor­prendió a Yoongi y a Nam.

—¿Crees que es prudente que hayas bajado? —preguntó Yoongi con preocupación—. Hace menos de tres semanas estabas al borde de la muerte.

—Ya me encuentro muy recuperado —respondió Jimin, sir­viéndose una taza de café—. He pensado que me vendría bien salir y echarle un vistazo al rancho.

Aquellas palabras hicieron que Yoongi contuviera el aliento.

—¿Por qué? No tendrás intención de decirme cómo llevar el rancho, ¿verdad?

—O mucho me equivoco —dijo Jimin secamente—, o ese papel que firmamos me dio control tanto sobre las tierras como sobre ti.

—Nadie me dice lo que tengo que hacer —respondió Yoongi apretando los dientes—. Sabes tan bien como yo que el nuestro no es un matrimonio de verdad.

Jimin se sentó a la mesa y cogió un panecillo. Se lo metió en la boca y lo masticó con deleite.

—Está muy bueno, ¿hay más?

Yoongi le lanzó una mirada colérica.

—Supongo que no le harás ascos a unos huevos.

—Si no es demasiada molestia —respondió Jimin educada­mente, dirigiéndole a su esposo una amplia sonrisa—. El deber de un esposo es ocuparse de su marido.

Nam se rió entre dientes, acabó el desayuno y se levantó brus­camente.

—Voy a pasarme por el corral, señorito Yoongi. Quédese y atienda a su esposo. Ya me ocupo yo de ensillar su caballo y de que esté listo para salir.

Yoongi puso una sartén encima de la cocina. A pesar del malhu­mor, preparó huevos y tocino, mordiéndose la lengua para no decir lo que realmente pensaba.

—¿Adónde vais tan temprano? —preguntó Jimin con curio­sidad.

—Nam y yo tenemos que reunir las cabezas de ganado que andan sueltas por las montañas. A pesar de que nos han robado la mayoría de las reses, quedan algunas desperdigadas por ahí.

Jimin frunció el ceño.

—¿Crees que es prudente? Podría resultar peligroso.

—Si no lo hago yo ¿quién va a hacerlo? Minhyuk Kang ha conseguido que nadie quiera trabajar en el rancho. Si puedo reunir ese ganado y venderlo al ejército, tendremos suficiente di­nero para pasar el invierno.

—¿Con qué propósito si Kang te amenaza con ejecutar la hipoteca?

Yoongi le dirigió una mirada mordaz.

—¿Qué debería hacer entonces? ¿Quedarme aquí sentado de brazos cruzados?

Jimin desplazó lentamente la mirada por la esbelta figura de Yoongi. Los pantalones se ceñían al trasero y a sus redondas caderas de una manera indecente. La imagen le excitó y se movió con in­quietud en la silla. Los botones superiores de la camisa del joven estaban abiertos y permitían ver la cremosa piel y sus suculentas clavículas. Tenía una cintura tan estrecha que Jimin estaba seguro de que sería capaz de abarcarla con las manos.

—Iré con vosotros —dijo Jimin, apartando el plato a un lado—, pero tendrás que prestarme un caballo.

Yoongi le miró sorprendido.

Un amor extrañoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora