Capitulo 3

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Yoongi se pasó las siguientes veinticuatro horas sopesando cuida­dosamente lo que le diría a Jimin. No iba a resultar nada fácil. Percibía en él cierta hostilidad hacia donceles y mujeres en general. En algún lugar y en algún momento de su pasado, le habían hecho mucho daño. Aunque eso a él no le importaba, haría lo que fuera para conservar el rancho. La idea era buena; lo sabía. Si Jimin hubiera estado en plenitud de facultades, él mismo jamás habría te­nido valor para llevarla a cabo, pero en esas circunstancias era casi su cautivo y tendría que hacer cualquier cosa que él quisiera. Estaba demasiado débil para abandonar el lecho y dejar el rancho. Y le debía la vida, se dijo intentando convencerse a sí mismo. No es­taría vivo si él no le hubiera encontrado y arrebatado de las fau­ces de la muerte, y podría haberle entregado a los vigilantes cuando fueron a por él, pero no lo hizo. Jimin le debía algo. Ahora, lo único que faltaba era convencerle de las ventajas de la idea.

Decidido a desafiar al león en su guarida, Yoongi subió lenta­mente las escaleras para exponerle sus planes. El estado de ánimo del enfermo era cualquier cosa menos plácido cuando entró en la habitación.

—Ya iba siendo hora de que apareciera por aquí —gruñó Jimin con impaciencia—. Hace horas que terminé de comer. ¿Dónde está Nam? Quizá podría jugar a las cartas conmigo. Me desquicia quedarme en la cama todo el día con los ojos clavados en el techo.

—Buenas tardes a usted también —le saludó Yoongi con exage­rada alegría. Decidió ignorar su mal humor; los hombres rara vez eran buenos pacientes.

—Mañana me levantaré de la cama —advirtió Jimin.

—Me parece que no. Dese la vuelta y déjeme ver la herida. Hoy aún no he cambiado la venda.

Jimin le lanzó una mirada furibunda, pero luego se tumbó sobre el estómago para que Yoongi pudiera examinarle.

—¿Qué tal está?

Yoongi le retiró el vendaje.

—Curando. ¿Cómo se siente?

—Mejor. Todavía no estoy preparado para cabalgar, pero no tardaré en estarlo.

—Aun falta mucho para que esté recuperado del todo, señor Park.

Él dio un respingo cuando Yoongi le cubrió de nuevo la herida. Notó las manos frías de Yoongi sobre la piel, aliviándole el calor.

—¿No crees que ha llegado el momento de que nos tuteemos? Llámame Jimin, es probable que conozcas mi cuerpo mejor que mi propia madre.

Yoongi se sonrojó. Puede que fuera cierto. Había lavado cada centímetro de su piel con agua fría mientras trataba de bajarle la fiebre.

—De acuerdo, Jimin. Puedes llamarme Yoongi.

—Eso pensaba hacer. ¿Te da vergüenza haberme visto des­nudo?

—En absoluto —mintió Yoongi. Jamás había visto antes a un hombre sin ropa. Y el cuerpo de éste parecía ser de una perfección extraordinaria—. Estás inaguantable, Jimin. Ya he acabado. Pue­des darte la vuelta.

Él rodó sobre la espalda con cuidado.

—Gracias. ¿Vas a decirle a Nam que suba o no?

—No —dijo Yoongi con resolución—. Quería tratar un tema en privado contigo.

—No me gusta como ha sonado eso. Si lo que vas a pedirme es que te compense económicamente por tus cuidados, estoy de acuerdo. Tengo dinero en el chaleco. Debería ser suficiente.

Jimin había imaginado que el asunto del dinero saldría a relucir tarde o temprano. No existía ningún doncel que no estuviera dis­puesto a convertir a un hombre en mendigo.

Un amor extrañoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora