Capitulo 20

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Jimin llegó a Roundup varias horas después y lo primero que hizo fue detenerse en los establos para que se ocupasen de su caballo. El pobre animal había hecho un gran esfuerzo y se merecía unos días de atenciones especiales.

—Trátelo bien —ordenó Jimin al encargado de las caballerizas mientras palmeaba el aterciopelado hocico de Medianoche—. Acabo de llegar al pueblo, ¿podría decirme dónde está el hotel?

—A dos manzanas de aquí, al doblar la esquina. No tiene pér­dida, es el único hotel que hay.

Jimin se echó al hombro las alforjas y emprendió la marcha calle abajo. Se moría por ver a Yoongi, por sentirlo entre sus brazos, por besar sus dulces labios, por acariciarlo y amarlo. Habían lidiado una dura y larga batalla para estar juntos y nada los separaría otra vez.

Sabía que parte de aquella pelea se debía a que no había creído en Yoongi. La desconfianza que siempre había sentido hacia las personas le había lisiado emocionalmente y provocado que levantara un muro alrededor de su corazón. Entonces apareció Yoongi, y todas las creencias y prejuicios que tenía en contra del matrimonio que­daron en evidencia; pero hasta que no lo conoció, no había en­contrado a la persona perfecta para él.

El recepcionista del hotel se mostró un tanto reacio a facilitarle el número de la habitación de Yoongi. El marshal había dejado instruc­ciones precisas de que vigilara al señor Park y no pensaba darle tanta información a un hombre con aspecto de vagabundo, que era justo la imagen que ofrecía Jimin. Tenía la ropa sucia tras haber pasado tanto tiempo a lomos del caballo, barba de varios días y necesitaba un buen corte de pelo. Le llevó un buen rato convencer al recepcionista de que era, realmente, el marido de Yoongi.

—¿Mi esposo está en la habitación? —preguntó.

—Yo no lo he visto salir.

Subió de dos en dos las escaleras hasta el segundo piso y corrió por el pasillo hasta detenerse bruscamente frente a la habitación 210. Observó que le temblaba la mano cuando la levantó para lla­mar a la puerta.

Entre tanto, Yoongi encontraba aquella espera intolerable. Su mente no dejaba de trabajar, imaginando a Jimin muerto en un camino desierto. No sabía cómo sobreviviría si el marshal Kinder había lle­gado demasiado tarde para salvarle. Aquella espera estaba volvién­dolo loco, no estaba en su naturaleza quedarse de brazos cruzados sin hacer nada mientras el peligro acechaba a un ser querido. Si Kinder no podía encontrar a Jimin, quizá él sí pudiera. Una vez convencido de que tenía que salir en su busca, comenzó a recoger la ropa.

Entonces oyó un fuerte golpe en la puerta y se le puso un nudo en la garganta. El corazón se le aceleró. ¡El marshal estaba de re­greso! El temor a conocer las noticias que podría traer lo mantuvo paralizado en el sitio, incapaz de moverse o responder. Se llevó las manos al vientre, buscando consuelo en el niño que llevaba en su interior; un niño que quizá nunca conocería a su padre.

—Yoongi —susurró Jimin suavemente al otro lado de la puerta—. Déjame entrar, cariño.

Al oír la voz de su marido, a Yoongi le dio vueltas la cabeza y, chillando de alegría, se precipitó hacia la puerta. Tenía las manos tan temblorosas que no fue capaz de girar la llave hasta el segundo intento. Entonces, abrió la puerta y se arrojó en sus brazos.

Él dejó caer las alforjas y lo atrapó al vuelo, apretándolo contra sí con todas sus fuerzas. Lo escuchó susurrar su nombre repetidas veces y sintió cómo le besaba en la boca, en las mejillas, en la nariz, en la piel desnuda que asomaba por el cuello abierto de la ca­misa... Lo alzó en brazos y entró en la habitación, cerrando la puerta con el pie.

Un amor extrañoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora