UNO

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UNO

Deslizó el jabón cuidadosamente por su anatomía, saboreando el aroma a lavanda que dejaba al pasar y se condensaba en el caluroso ambiente de su baño

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Deslizó el jabón cuidadosamente por su anatomía, saboreando el aroma a lavanda que dejaba al pasar y se condensaba en el caluroso ambiente de su baño. Una nube de vapor lo envolvía, manteniendo una temperatura ideal dado que fuera el invierno continuaba, y empañaba el mediano espejo sobre el lavado. Con la barra violácea destensaba sus adoloridos músculos, acariciaba sus cicatrices, los restos de las peleas que enfrentó, e intentaba poner su mente en blanco al enfocarse en esas sensaciones, no en los recuerdos.

Fuera, en la habitación en la que dormía, oía a Beth. La escuchaba tamborilear sus dedos contra las superficies duras como la mesada de la cocina o la cómoda donde guardaba su ropa. Desde lo ocurrido ya no cantaba, pero no por haber salido con la garganta herida o las cuerdas vocales rasgadas; ella voluntariamente cesó de cantar y a Shota, por el momento, no le preocupaba. Incluso se sentía más aliviado al no oír la voz de la cosa cantando melodías dentro suyo.

Pero Beth ya no era una cosa. Ella revivió y sanó sus heridas, quitó al elefante, cerró los cráteres y humectó y enfrió su piel. Él mismo observó cada instante de curación, anonadado e incrédulo, pero al mismo tiempo seguro de que su pequeña luz estaba regresando de entre los muertos para estar a su lado. Pero, si ella ya no era una cosa, ¿por qué aún no se animaba a verla? ¿Por qué le daba pavor la mera idea de dirigir su oscura mirada hacia el amor de su vida y encontrarse con el horrendo maniquí que fue? Tenía más que claro que su estado no regresaría al que causó Dabi, ni en un millón de años porque él estaba desaparecido junto con el héroe halcón, así que... ¿por qué? ¿Por qué no podía regresar a la normalidad, olvidarse del maniquí, de la hinchazón, del hedor, de los cráteres de elefante y del calor?

Apagó el agua y salió de la ducha. Ató una toalla a su cintura y con otra más pequeña empezó a fregar sus hebras mojadas con desprolijidad y poca delicadeza. Los maquilladores se encargarán de enderezar sus rebeldes remolinos y cabellos erizados como siempre, por lo que no le prestó atención al tornado que eran sus mechones. Una vez seco, se enfundó en su mejor traje y acomodó la corbata negra alrededor de su cuello con facilidad y sin mirar. La suave tela acariciaba su limpia piel casi con ternura. A pesar de estar listo para ir a su oficina, donde el grupo de maquilladores lo esperaba, aguardó a que los leves tamborileos se detuvieran, indicándole que Lázaro había partido a seguir con su concierto de baterista a otro sitio.

Baterista... La palabra intentó aferrarse a su mente, implorando por un gramo más de atención, asegurando que se trataba de mucho más que cuatro sílabas y un significado, pero Shota no pudo mantenerla. Las nueve letras cayeron y desaparecieron de su psiquis junto con su significado mayor.

Minutos más tarde, en su oficina, Ashton y Fred McLaney lo recibieron con una auténtica sonrisa. Ambos hermanos compartían tres años de diferencia pero la misma pasión por el maquillaje, en especial el de los grandes héroes. Seis años atrás formaron su compañía "Hermanos Maquillados" y desde hacía cinco fueron reservados por la mejor academia liderada por Nezu. Ashton tenía cuarenta y seis años de edad, estaba casado y tenía cuatro hijos; su cabello cada día parecía retroceder un centímetro mientras que el de su barba aumentaba tres, aunque tampoco le sentaba mal al ser un tipo alto y rozando lo obeso. Fred, por otro lado, disfrutaba la vida de soltería al jamás haber escuchado la voz de su alma gemela, gozaba de una cabellera que le llegaba hasta los hombros y era sumamente delgado, el extremo contrario de su hermano.

𝐉𝐔𝐃𝐀𝐒 [𝐀𝐢𝐳𝐚𝐰𝐚 𝐒𝐡𝐨𝐭𝐚]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora