DOS

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DOS

La música amplificada por los parlantes que Hizashi Yamada le prestó rebotaba por las paredes, temblaba por los vidrios y retumbaba por el suelo hasta alcanzar las plantas de sus descalzos pies. No conocía ninguna de las canciones, pero le bastaba con que haya un arriesgado guitarrista, confiado baterista y atrevido vocalista lo suficientemente como para recordarle a las melodías que solía tocar con su banda cada día a la par que apagaba sus pensamientos. La mayor parte de las canciones se basaban en algún solo de un instrumento y gritos eufóricos, del tipo que desahogaban el peso interior de quien los emitía y quien los oía.

Saltó una pila de su ropa sucia y se detuvo frente al espejo del baño. Shota lo abandonó alrededor de una hora atrás, cuando ella partió a retirar el paquete de envíos que ordenó el día anterior, por lo cual el espejo ya no estaba empañado y la pequeña habitación tampoco llena de vapor. Tomó el envío envuelto en papel de madera y lo rompió con apuro mientras intentaba mover sus caderas al ritmo de los gritos y guitarra; dentro la aguardaba un set nuevo de maquillaje elegido por ella y pagado por el héroe ausente. Sin dar más vueltas, comenzó a aplicar su característico delineador en su lagrimal, sonriendo en todo momento al verse una vez más como ella misma.

Sus ojos poco a poco dejaron de reflejar a Boris Elenio. Su vestimenta tiempo atrás ya no representaba a la ciega de Cecily. Con respecto a Benjamin, por otro lado, Beth prefería mantenerlo siempre consigo, incluso aunque sea a cuestas de su propia tranquilidad mental.

«—No soy el rostro de Benjamin, pequeña luz. Perdón por haberte abandonado tantos años atrás. No debí hacerlo y por eso quiero disculparme antes de irme definitivamente... En ese entonces me convencí a mí mismo de estar haciendo lo correcto, y ahora veo en qué me equivoqué».

Sus pupilas se anclaron en su reflejo y su expresión le provocó escalofríos. No iría a ese lugar, a ese momento, a ese trauma. Ahora estaba a salvo en la habitación que compartía con Sho —aunque él cada vez pase menos tiempo allí—, lejos de Boris, de Cecily, de Elena, Ethan, Alex y Benjamin...

—No. —Dijo, arrojando el delineador con apuro para ceñirse sobre el lavado, formando dos puños con sus manos. Éstas temblaban. Ella temblaba. La habitación le daba vertiginosas vueltas y las náuseas jugaban con sus sentidos. Sus ojos a medio pintar seguían devolviéndole la mirada, se negaban a abandonarla; Boris se rehusaba a dejarla vivir, a ser feliz. Su padre se pegaba a su piel y se metía debajo de ella como el fuego lo hizo, la quemaba y la mataba, la derretía en su lugar.

Recolectó sus fuerzas y se obligó a desviar la mirada para no regresar al espejo. Se arrastró hacia los parlantes y aumentó el volumen hasta el máximo. No le importaba lastimar sus oídos —tarde o temprano su habilidad los sanaría, como "sanó" su muerte— con tal de despejar los recuerdos y el dolor.

Pero no era suficiente. Necesitaba más gritos, más intensidad, más instrumentos y menos dolor.

La cama vacía y sin hacer le devolvía la mirada y la seguía mientras se arrastraba por el dormitorio. Era su constante recordatorio de que Aizawa, una vez más, partió mientras ella dormía sin despedirse. Y si iban cinco mañanas en las que él no la despertó y desapareció, ¿cuánto faltará para que un día no regrese jamás?

𝐉𝐔𝐃𝐀𝐒 [𝐀𝐢𝐳𝐚𝐰𝐚 𝐒𝐡𝐨𝐭𝐚]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora