Maratón (3/3) Capítulo 9. Parte 1.

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Maratón  (3/3)Capítulo 9. Parte 1.

Me desperté por el bullicio de mis primos. Estaba tapada con una manta, pero traía puesta la misma ropa de anoche. Me levanté somnolienta y miré hacia la cama de Cat: seguía durmiendo. Abrí el bolso en donde traía la ropa y saqué unos vaqueros negros y una camisa a cuadros verde. Recordé que el día anterior Christopher traía un conjunto similar, y cambié la camisa por un chaleco estilo vintage. Abrí la puerta de la habitación, procurando no despertar a Cat, y me dirigí al baño. Miré de reojo hacia la ventana y pude notar de que mis predicciones eran ciertas: hoy no sería un día agradable.
Abrí la llave del agua caliente y entré en la ducha. A la mitad de mi baño, el agua se tornó helada y tuve que terminar de sacarme el jabón casi congelándome. Al salir de la ducha, tiritaba y mis dientes castañeaban. Me vestí con rapidez y sequé mi cabello antes de que pescara un resfriado. En el mismo lugar de siempre, inyecté una jeringa de insulina y volví a tener el mismo pensamiento de la otra vez: en cuanto volviera a casa, debía ponerme una bomba de insulina. 
Cuando salí del baño, todos estaban sentados en la mesa desayunando. Me senté en la silla sobrante y unté queso fresco en una galleta de soda sin pronunciar ni una palabra.
-¿Hoy no saldrás a hacer ejercicio, Ann? –dijo mamá después de un rato.
-Sí, pero más tarde. Hoy no hace un día bueno –le respondí.
Asintió con pereza y yo seguí con mi trabajo. Al terminar de desayunar, mamá y la tía Melanie nos mandaron a mí y a Cat a lavar la loza. Obedecimos sin mucho ánimo, y en cuanto terminamos, Cat me preguntó:
-¿Saldrás hoy a ver a tu novio?
-No tengo novio, Cat. Y sí, saldré en un rato más. Él se ha quedado con mi madera.
Y así fue. Después de una media hora, salí con bolso en mano. Llevaba la camiseta de Christopher perfectamente doblada dentro. Por suerte, no se había manchado con mi sangre. Una fina garuga caía y agradecí que Cat me haya advertido que llevara un paraguas. 
Cuando llegué al bosque, vi un Jeep Hummer H2 de color negro estacionado fuera. Me pregunté de quién sería. Una persona normal –económicamente- no tiene este tipo de autos. Me adentré en el bosque y el constante ulular del viento entre los árboles hacían el paisaje aún más sombrío. 
Cuando llegué a la casa del árbol, subí por la escalera deseando que Christopher no estuviera allí. Pero ahí estaba, para mi mala suerte, sentado mirando a la nada.
-Hola –le saludé seca.
-Hola.
Apoyé la mochila en mi muslo y abrí el cierre. Revolví las cosas que habían dentro hasta que finalmente encontré la camiseta –que aún seguía doblada- y se la lancé. Él la atrapó sin mayor esfuerzo.
-Gracias –desvié la mirada-. ¿Ahora me puedes pasar la madera?
-¿No te quedó claro ayer cuando te dije que no te la devolvería en un tiempo? –le dediqué una mirada de odio- Me parece que no. 
-¿Entonces quieres decir que he venido para nada?
-No digas eso, Ann. Has venido para verme a mí. No puedes pasar ni un solo día sin mirarme. 
Enarqué una ceja. ¿Hablaba enserio? Las ganas de besarlo de la noche anterior habían desaparecido; ahora quería matarlo, daba lo mismo si quería una muerte placentera o no. 
-¿Qué te hace pensar eso? –le pregunté con indiferencia.
-¿Seguirás fingiendo, Ann? –respondió con otra pregunta. Le miré confundida- Me sorprende lo despistada que eres.
-No sé de que hablas. Yo no finjo nada, soy un libro abierto –me crucé de brazos.
Sonrió con sarcasmo, un gesto muy común de él: era insoportable, pero a la vez irresistible. Eso hacía que mi mente se turbara. Miró hacia la ventana y luego volvió la mirada hacia mí. Después de unos segundos de silencio, dijo:
-Estás loca por mí, admítelo.
Abrí los ojos tan grandes como pude. ¿Era posible que una persona fuera tan irritante? Me sonrojé de la rabia, y de la vergüenza. Lo que había dicho era tan real como mentira: si, era verdad que una parte de mí moría por besarlo, pero la otra parte –y la más grande- moría por arrancarle la cabeza. 
-No respondes porque sabes que es verdad lo que digo –Christopher soltó una carcajada.
-No respondo porque estoy pensando si decapitarte con las uñas o los dientes –le respondí cortante-. Quiero que algo te quede claro, Christopher: no me gustas. No sé qué tontería te hace pensar eso.
-No son tonterías, Ann, son hechos –dijo mientras se paraba con agilidad-. Cuando estoy cerca de ti, tu pulso se acelera y te sonrojas, cómo ahora –se acercó a paso ligero-. Cuando te miro a los ojos, los desvías avergonzada, cómo ahora. Y cuando me miras, te muerdes el labio, cómo ahora.
Me percaté de que todo lo que había dicho, ahora estaba sucediendo. Al parecer, me observaba de cerca, examinando cada movimiento que hacía. Subí la mirada y me sobresalté cuando me di cuenta de que estaba tan sólo a unos centímetros de mí.
-Me pones atención, Christopher. Creo que sabes más cosas de mí que yo misma –le dije evitando tartamudear.
-No tengo más cosas que hacer. Eres un espectáculo el cual nunca me cansaré de ver –Christopher se acercó un paso más, y yo retrocedí uno.

Paraíso de las Pesadillas. [Terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora