Capítulo 10.

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Capítulo 10.

A mitad de camino, un charco me hizo caer. Caí de espaldas, haciendo que mi pantalón y parte de mi sudadera se empaparan. Mi paraguas cayó en la calle y no pasó mucho tiempo para que un auto pasara sobre él, rompiéndolo en mil pedacitos.
-¡Demonios! –grité.- ¡Todo esto es tú culpa, Christopher!
Me levanté y trate de exprimir parte del agua que había absorbido mi ropa. Me puse la capucha de mi sudadera, que no tardó mucho en empaparse también. Parecía un perro mojado, un estúpido y miserable perro mojado. 
Caminé de brazos cruzados y a pisotones. Las personas que me veían pasar cuchicheaban entre ellas. ¿Por qué estas cosas me tenían que pasar a mí? Seguí caminando. Sentía los ojos arder, pero no podía llorar en ese momento. No podía humillarme más aún.
Unos minutos más tarde, sentí un auto detenerse a mí lado. Dirigí la mirada hacia la calle y me sorprendí al ver el mismo Jeep Hummer. Tenía los vidrios polarizados, así que no pude ver quién lo conducía. Seguí caminando colérica, y el coche continuó siguiéndome. Después de un rato, me detuve, y el Jeep hizo lo mismo. 
-¿Disfrutas de la lluvia? –dijo una voz familiar proveniente del Jeep.
Giré mi cabeza en dirección al coche y me sorprendí al ver que Christopher lo conducía. ¿Me había estado siguiendo? Dirigí una mirada rápida hacia mi ropa, y me di cuenta que prácticamente estaba goteando. La vergüenza inundo mi pecho y el nudo en la garganta que tenía hace un rato se acrecentó. Esto no podía ser posible. 
-Bonito coche –le dije cortante.
-Lo sé –dijo sonriente-. Bonito look. Te sienta bien –esperó una respuesta, pero yo permanecí quieta. No me importaba seguir empapándome. Sólo me importaba no humillarme más de lo que en ese momento estaba-. Entonces, ¿vas a subirte o no?
Gruñí. No me quedaba ninguna otra opción. Caminé rápidamente y abrí con fuerza la puerta del copiloto. Un olor exquisito se expandió: era el olor que tenían todas las cosas de Christopher, sin excepción. Me senté en el asiento contiguo al de él sin preocuparme de cómo empapaba todo y me puse el cinturón de seguridad. Probablemente Christopher conducía como un loco.
Observé el Jeep con cuidado. Los asientos eran de cuero y la mayor parte del tablero del coche era de color negro. Todo olía a Carolina Herrera for men. ¿Habría aromatizante para auto con ese olor también? Observé la pantallita que brillaba en el centro del tablero y supuse que era la radio. Agudicé el oído: sonaba la canción Something in the way del grupo Nirvana. Me hundí en el asiento y cerré los ojos. La calefacción estaba puesta y la temperatura era agradable, o al menos era agradable para mí y el estado en que estaba.
-Y bien, cuéntame. ¿Qué te pasó? ¿Un auto te salpicó agua? –preguntó sobresaltándome. Le miré aturdida; tenía una sonrisa traviesa en el rostro.
-Me he caído y mi paraguas se ha roto –le respondí sin ánimos.
-Eres un imán de mala suerte, Ann –dijo aún sonriente.
Paró el auto a un lado de la calle y luego se desabrochó el cinturón de seguridad. Le miré confusa, ¿qué estaba haciendo? Giró su cuerpo en mi dirección y se acercó. Yo retrocedí rápidamente. Me sorprendió al ver que se volvía a girar en dirección a la parte trasera del Jeep. Alcanzó un bolso azul marino con el brazo estirado y luego volvió a sentarse correctamente en su asiento.
-¿Qué traes ahí? –inquirí con curiosidad.
-Es un bolso de emergencia –respondió revolviendo las cosas que habían dentro. Finalmente, sacó una camiseta similar a la que él traía y me la entregó-. Ponte esto. No quiero que te resfríes. 
Sacó un paraguas negro de la guantera y abrió su puerta. Salió mientras abría el paraguas y cerró la puerta tras sí, y se apoyó en ella. Me pasé con cuidado hacia la parte trasera del auto y me despojé de las prendas que traía en la parte superior de mi cuerpo. Me puse la camiseta seca de Christopher; era de algodón y bastante suave. Con el mismo cuidado, volví al asiento del copiloto. Me incliné hacia la derecha y golpeé la ventanilla de la puerta en la cual Christopher estaba apoyado para avisarle que estaba lista.
-¿Mejor? –preguntó Christopher mientras se sentaba en el asiento del conductor.
Asentí. Si bien no toda mi ropa estaba seca, se sentía confortante que al menos una parte de ella lo estuviese. 
-Bonito brasier –dijo él clavándome la mirada.
Bajé la mirada para ver mi pecho y me percaté de que la camiseta de Christopher se había adherido a mi brasier húmedo. No pude evitar que el rubor pintara de rosa mis mejillas y un sentimiento de vergüenza inundó mi ser. Alcancé la sudadera empapada que estaba en el asiento trasero y me la puse encima del torso, cubriendo desde mi cuello hasta mi cintura.
-Pervertido –le acusé.
-Era imposible no notarlo –dijo defendiéndose.
Le dirigí una mirada asesina y me sorprendí al encontrarlo observándome. Quise mirar hacia otro lado, pero algo me lo impedía. Busqué sus ojos. Por primera vez desde que lo había conocido, no eran fríos y calculadores, sino tiernos. Se acercó lentamente a mí. «No otra vez», pensé. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, alargó el brazo hasta agarrar el cinturón de seguridad. Miré al frente mientras él cruzaba la gruesa cinta por encima de mi pecho. 
-Cambia la música, si lo deseas –dijo Christopher mientras abrochaba el cinturón en el lugar correspondiente.
-No. Así está bien, me gusta Nirvana –inconscientemente, una pequeña sonrisa se formó en mi rostro. La hice desaparecer enseguida.
Se acomodó en su asiento y se amarró el cinturón de seguridad. Introdujo la llave en el espacio que había a un lado del volante y la hizo girar en él. El sonido del motor sólo fue un suave ronroneo, muy diferente al Escarabajo que tenía Cat. 
-¿Cuántos años tienes? –le pregunté a Christopher; hasta ahora no había pensado en eso.
-Diecisiete –dijo con la mirada fija en el camino-. En dos semanas cumplo los dieciocho.
Me sobresalté. Era casi mayor de edad, y en comparación a él, yo era una nena. Dirigí la mirada hacia mis manos, que no paraban de embrollarse y desembrollarse. Luego miré hacia la carretera y seguí con los ojos el incesante movimiento de los limpia-parabrisas que hacían desaparecer al instante cualquier inocente gota que cayera en el vidrio.
-¿Y cuántos años tienes tú? –preguntó después de un rato.
-Dieciséis, recién cumplidos –le respondí con orgullo. Él soltó una carcajada-. ¿Acaso me veo más grande?
-Al contrario, Ann. Te ves como una nenita de catorce. No dije nada, temía hacer algo en contra de mi sentido común, como golpearlo- ¿Dónde vives? –inquirió más tarde.
Le di mi dirección y pareció orientarse bien, ya que en un par de minutos estaba frente a mi casa. Por razones desconocidas, no me quería bajar del auto. Apreté el botón rojo que desamarraba el cinturón de seguridad y recogí del suelo mi mochila. Con el brazo, alcancé mi camiseta, que estaba en el asiento trasero del Jeep. Metí la ropa húmeda en la mochila y miré por última vez el rostro de Christopher, quien me observaba, otra vez.
-Gracias por traerme a casa –balbuceé desviando la mirada.
-Lo tendré que agregar a la lista de cosas que me debes –habló con tono seductor.
Entrecerré los ojos. ¿Lista de cosas que le debía? Con suerte había hecho un par de cosas por mí. Giré bruscamente y tiré de la manilla que abría la puerta. Para mi sorpresa, no se abrió. Claro, el narcisista la había cerrado con seguro. Volví la mirada hacia Christopher, quien estaba de brazos cruzados recostado en el asiento contiguo.
-Abre la puerta, ya –le ordené.
-¿Y si no quiero? –dijo desafiante.
-Lo haré yo misma.
Alzó los brazos, queriendo decir «Nadie te lo impide». Dejé la mochila en el suelo y me senté en dirección a Christopher. Estiré el brazo tratando de alcanzar el botón que deshabilitaba el seguro de las cuatro puertas del Jeep. Para mi mala suerte, la extensión del coche horizontalmente era más grande de lo que pensaba y mi brazo no estuvo ni cerca de la puerta del piloto. Miré de soslayo a Christopher, el cual se mostraba entretenido. Mis intentos por salir del Jeep para él parecían un show de humor.
-No lo alcanzo –protesté.
-Acércate un poco más –retó Christopher.

Paraíso de las Pesadillas. [Terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora