Capítulo 11.
Fruncí los labios hasta que sólo fueron una fina línea. Apoyé la mano derecha a un costado del asiento en el que Christopher estaba sentado e hice presión con ella para impulsarme hacia delante. Estiré el brazo sobrante hasta alcanzar el seguro de la puerta paralela a la del copiloto y esbocé una sonrisa triunfante al ver que, por primera vez, le había ganado a Christopher.
Presioné el botón que abría todas las puertas del auto. Al acercarme a Christopher, el olor de su perfume se había hecho más fuerte aún. Por un momento, mi mente se nubló al inhalar el olor; pestañeé varias veces seguidas para volver a la realidad.
–¿Eres cosquillosa, Ann? –preguntó Christopher mientras volvía a sentarme bien.
–Sólo me da cosquillas si me las hacen en el vientre. ¿Por? –contesté confundida.
Le miré por un momento y sólo después de unos segundos comprendí sus intenciones. Abrí la puerta de un empujón y salí disparada hacia la calle. Sin preocuparme de la lluvia ni de mi bolso, corrí por detrás del auto, evitando a Christopher que venía por delante. Después de esconderme tras el Jeep, respiré. La lluvia volvía a empaparme, y todo por culpa de Christopher, otra vez.
Sentí que venía por la izquierda, así que corrí por el lado contrario. Estaba apoyada en el lado lateral izquierdo del coche. Al ver que no venía por mí, me asomé por la parte trasera del Jeep: nada. Entonces, antes de que pudiera reaccionar, unas manos fuertes me agarraron de la cintura desde la espalda. Sin duda, era Christopher. Comenzó a hacerme cosquillas en la barriga mientras yo intentaba librarme de él. Le solté una serie de insultos que, gracias a mi incesante risa, se hicieron inteligibles.
Él también reía, claro. Sin embargo, no era su típica risa burlona de siempre, sino una mucho más tierna. Una mucho más… real. Ese día había descubierto un nuevo Christopher.
Recordé las tres clases de karate a las que había asistido cuando era pequeña. No se me daba muy bien. De hecho, esa era la razón de por qué lo había dejado. Y, aunque no había sido mucho tiempo, algo había aprendido. Mientras él seguía haciéndome cosquillas, puse un pie detrás de su talón e hice una maniobra que hizo que perdiera el equilibrio.
Pero mi plan no funcionó cómo esperaba. Sí, si había caído, pero no me había soltado, haciendo que ambos cayéramos.
Estaba recostada a un lado de Christopher. Ambos reíamos. La lluvia empapaba nuestros rostros, pero en ese momento no importaba. Giré la cabeza hacia la derecha, para mirar a Christopher. Él miraba al cielo, y sólo después de unos segundos dirigió su mirada hacia mi rostro. Su semblante, que había permanecido sonriente, se tornó serio. Fruncí el seño: ¿A qué se debía ese repentino cambio de humor?
Se apoyó en un codo, y luego acercó su rostro al mío. Sólo se podía escuchar el sonido lejano de los autos al pasar, el caer de la lluvia y nuestras respiraciones acompasadas. Permanecí inmóvil –cómo siempre-: con las manos a un costado de mi cuerpo y tratando de no pestañear.
–Si lo haces, gritaré –le advertí mientras intentaba no tartamudear.
–No lo harás –rebatió Christopher–. O si no, te arrepentirás.
Abrí la boca e inhalé aire para soltar un grito, pero Christopher tapó mi boca con la palma de su mano. Pensé en lamerlo, pero me borré el pensamiento de mi cabeza al instante. Eso sería muy asqueroso.
Se acercó más, hasta que nuestras narices se rozaron. Mi respiración empezó a ser entrecortada. Christopher retiró la mano con cuidado y nos quedamos en silencio por unos segundos. Recorrí con la mirada su rostro: ¿Cómo una persona podía ser tan… perfecta? El cabello que caía por su frente estaba completamente mojado. Sus pestañas eran increíblemente largas y sus ojos brillaban cómo el más nuevo lucero.
–No es justo –dije intentando mantener la compostura.
–¿Qué cosa? –inquirió él.
–Yo te he dicho mi punto débil, pero tú no. Eso no es justo.
Nuestros labios estaban peligrosamente cerca. Cualquier movimiento conllevaría a sólo una cosa: besarnos. Una lucha interna se desarrollaba en mi mente: sí, quería besarlo. Quería besarlo y enredar mis manos en su cabello mojado. Pero otra parte de mí –probablemente la cuerda–, me decía que no lo hiciera. Que lo único que traería Christopher eran problemas.
–Estoy de acuerdo contigo. Tú me has dicho tu punto débil, y ahora te diré el mío –respondió sonriente–: Tú.
Quedé paralizada. ¿Acaso lo que había dicho era real? ¿O había sido un invento de mi imaginación? Mi mente estaba demasiado turbada como para pensar algo coherente. Hasta la lluvia había desaparecido; sólo éramos Christopher y yo. Nada más.
Y no pensaba salir corriendo como otras veces. No. No iba a ser cobarde de nuevo.
Christopher se acercó, haciendo desaparecer por completo la distancia –o más bien milímetros– que nos separaban. Hizo presión contra mis labios y todo pareció perfecto en ese instante. Inconscientemente, puse una mano en su nuca, atrayéndolo más a mí. Mi vida parecía estar completa. Nada importaba ya. Al diablo los estudios y la diabetes. Sólo me importaba estar con él.
–¡Eh, Ann, veo que ya llegas… –escuché la voz de Cat. El asombro era casi palpable. Christopher y yo nos separamos enseguida. Nos paramos con cuidado de no caernos. Ambos estábamos tan sorprendidos cómo Cat–. Oh, lo siento. Yo no sabía… Sigan con lo suyo. Hagan cómo si no hubiera estado acá. Adiós.
Cat retrocedió rápidamente para luego entrar en la casa. ¡Diablos! Comúnmente, amaba a Cat, pero ahora sólo quería darle una paliza. ¡Había arruinado –quizá– el mejor momento de su vida! Miró lentamente a Christopher, quien permanecía con el semblante inmutable. Quise revivir los últimos momentos, pero claro, era imposible. ¡Maldita realidad!
–Perdón por lo de Cat. Ella no tiene la culpa… –le dije con la mirada gacha.
Ambos permanecíamos parados bajo la lluvia, sin movernos, uno al lado del otro. Christopher tenía las manos en los bolsillos de sus vaqueros, y yo las tenía entrelazadas detrás de la espalda. El momento se hacía más incómodo mientras el tiempo avanzaba.
–Da igual –dijo inexpresivo–. Ahora creo que debes irte, o si no te enfermarás y no podrás hacerme los panqueques mañana.
«El antiguo Christopher está de vuelta», pensé.
–Tienes razón. Adiós –caminé hacia el porche de la casa, dándole la espalda.
–Eh, Ann –lo escuché llamarme detrás de mí. Paré en seco; ¿qué quería ahora? Me di media vuelta con los brazos cruzados–. Tu mochila.
Me arrojó la mochila y ésta vez –por suerte– la logré atrapar. Pensé en agradecerle, pero después me dije que sería mejor que me quedara callada. Giré sobre mis talones y me encaminé otra vez a la puerta de mi casa, y sin interrupciones ésta vez.
Rodeé con la mano el pomo de la puerta. Y antes de que la abriera, giré para despedirme de Christopher. Y ahí estaba. De brazos cruzados apoyado en su Jeep. Me mordí el labio inferior. ¿Era posible que hace unos minutos lo hubiese besado? Por un instante, pensé que todo esto era un sueño. Que había olvidado inyectarme insulina y había entrado en coma. Pero todo era demasiado real cómo para que no fuera cierto.
Le regalé una media sonrisa y lo despedí sacudiendo la mano derecha. Él respondió con el mismo gesto y luego entré a la casa, con una sonrisa en el rostro.
Dentro, la chimenea estaba prendida. Sentí un alivio al ver que no había nadie en la sala. Corrí hasta mi habitación intentando no hacer ruido, aunque no conseguí buenos resultados. Aún así, nadie pareció escucharme. Abrí la puerta de mi habitación de un tirón y encontré a Cat recostada en su cama. Leía un libro, y se sobresaltó al verme entrar. Cerré la puerta detrás de mí y caminé hacia la cómoda dónde estaba guardada mi ropa. Saqué algo simple –y seco– y luego rebusqué en otro cajón una toalla. En cuanto tuve todo listo para mi ducha, abrí la puerta de la habitación y salí. Me extrañó que Cat no hubiese dicho nada. Quizá estaba preparando un discurso para disculparse. Sólo quizá.Salí del baño renovada. El agua caliente le había hecho bien a mis músculos, y a mi cabeza. Mientras me duchaba, aclaré mis ideas y reviví cada momento desde que me había caído en el charco. Una persona hubiera dicho que era mala suerte, pero lo cierto es que si eso no hubiese sucedido, nunca habría besado a Christopher.
Y aún así, después de pensar horas y horas sobre el asunto, no logré aclarar la razón de por qué me había besado. Ni por qué yo le había seguido el juego.
Entré a la habitación y me eché en la cama, derrotada mentalmente. ¡Cómo me volvía loca Christopher! Y no sólo por su alucinante físico, sino por su personalidad. Era tan…, tan impredecible. Un día era amable, y al siguiente, un narcisista. Con él no se podía estar segura de nada.
Pero de algo estaba segura: estaba enamorada de él.
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Paraíso de las Pesadillas. [Terminada]
Romance¿Un verano completamente normal puede cambiar totalmente tu vida? La respuesta: Sí. Ambos están locamente enamorados del otro. Pero no todo es color de rosa Un pasado imposible de olvidar Tal vez este amor no sea para siempre, pero si es de los v...