Maratón (3/3)

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Maratón (3/3)

Epílogo.

Oxford era más fantástico de cómo me lo imaginaba. Con sus pastos verdes y grandes torres en punta, me sentía como una dama en la Edad Media. Había entrado a la carrera de Historia Universal. Compartía cuarto con una chica llamada Amanda, que estudiaba Literatura. Era muy simpática, pero no se comparaba con Cat. Los fines de semana, cuando no tenía nada que estudiar —que en realidad era casi nunca—, me iba a su departamento a compartir tiempo juntas, y ella siempre me decía que la había cambiado por Amanda, aunque ella sabía que no era cierto.
Ese día era invierno y estaba lloviendo. Había pasado ya un año desde que me había reconciliado con mi madre, y ahora éramos más felices que nunca. Ella se había mudado a Londres también, y estaba saliendo con un tipo llamado Michael. Había recuperado su atractivo físico y no tenía ojeras. Como antes.
Entré corriendo al edificio, ya que estaba calada hasta los huesos, porque mi paraguas se había quedado en la casa de Cat. Tenía que hacer una presentación sobre Las Cruzadas e iba tarde, así que no me paré a fijarme que el suelo estuviera seco.
Subí las escaleras corriendo también, preocupada de que me pusieran una mala calificación si no llegaba a tiempo. Iba a llegar a arriba, pero resbalé con una posa de agua creada a partir de una gotera del techo. Caí hacia atrás, pero antes de llegar al suelo, alguien me atrapó.
—¡Ey! Debes andar con más cuidado, ¿vale?
Me paré bien y giré sobre mis talones para mirar a quien me había salvado de una caída de unos doscientos escalones.
Pero cuando vi su rostro, me quedé helada.
Era Christopher.
Aunque no era Christopher en sí: sus ojos eran de un verde extraño, no negros, y sus labios eran un poco más gruesos. Vestía Converse, vaqueros y una chaqueta de cuero negra, como solía vestir Christopher. Aunque no era gran cosa, ya que la mayoría de los chicos vestía como él —aunque a nadie le sentaba tan bien como al original.
—¿Hola? Ya sé que soy guapo pero no para que te quedes pegada mirándome —su voz me extrajo de mis cavilaciones.
—Lo siento —dije apresuradamente—. Es sólo que... —me callé, ya que si decía lo que pensaba iba a parecer una estúpida.
—¿Que...? —me instó a continuar.
—Te parecerá una estupidez, pero creo que ya nos hemos conocido.
Me miró con diversión.
—¿Ah, sí? ¿Cómo es eso?
—Es una muy larga historia —admití.
Y él respondió:
—Me gustan las largas historias.
FIN.


Paraíso de las Pesadillas. [Terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora