Capítulo 17.
Christopher había traído comida hasta de sobra. Entre ella, variaban las aceitunas amargas, yogurt descremado de varios sabores, agua mineral, moras y galletas de soda. Todo parecía un buffet de primera.
Al acabar la comida, ambos –especialmente yo– estábamos satisfechos. Me recosté en las piernas de Christopher, mirando las hojas del sauce. En ese momento, me sentía llena, y no precisamente por la comida, sino por el simplemente hecho de sentir a Christopher tan próximo a mí, tanto física como afectivamente.
–¿Quieres ir a bañarte en el lago? –me preguntó.
–No puedo –le espeté–. No traigo la ropa adecuada.
Giró la cabeza en mi dirección y me miró apenado. Hacía un calor infernal y realmente daban unas ganas terribles de bañarse o, al menos, mojarse los pies. De un momento a otro, a Christopher se le iluminó el rostro; la ampolleta se le había encendido. Buscó algo en su mochila con rapidez. Finalmente, sacó unas tijeras plateadas.
–¿Te gustaría tener unos pantalones cortos nuevos? –inquirió.
Le miré sorprendida. ¿Hablaba enserio? Conté en mi mente la cantidad de vaqueros que tenía: unos azules, otros un poco más oscuros y éstos, los negros. No, no los cortaría.
Christopher pareció percatarse de mi semblante: me levantó la barbilla para que lo pudiese mirar directamente. Él me miraba con rostro suplicante.
–No lo haré, Christopher. No. Otro día venimos y nos bañamos. Pero hoy no –negué rotundamente.
–Yo te compro unos nuevos –me dijo haciendo un puchero.
Me crucé de brazos. Ninguna cara de perrito demacrado me haría cambiar de opinión. Tampoco permitiría que Christopher gastara dinero en mí, por ningún motivo.
–Vamos, por favor –entrelazó ambas manos con las mías y las observó en el aire.
–No, no y no –sacudí la cabeza de un lado al otro.
Entornó los ojos, pensativo. ¿Qué planeaba ahora? Entonces, se inclinó sobre mí, aplastando su nariz contra la mía. Sólo se escuchaba el sonido lejano del agua correr, el cantar de los zorzales y nuestras respiraciones acompasadas.
Y cuando pensé que iba a besarme, llevó sus manos a mi vientre y comenzó a hacerme cosquillas. Estallé en una carcajada. Comencé a patalear, intentando alejar a Christopher; no obtuve mayores resultados.
Opté por otro método: si es que Christopher era como una persona normal, probablemente también debería tener un punto débil. Llevé mis manos a su estómago y no pareció inmutarse. Descarté esa parte de su cuerpo. Luego intenté hacerle cosquillas en el cuello: nada.
–¿Aún sigues pensando en no bañarte? –me preguntó. Paró de hacerme cosquillas.
–Hum… –me senté y luego me llevé una mano a la barbilla– Sí.
Me paré de golpe y salí arrancando lo más rápido que pude. Aparté con los brazos las hojas que caían de las ramas de los sauces y corrí al lado contrario de la laguna. Miré sobre mi hombro y, para mí sorpresa, Christopher no venía tras mí. Me volví hacia el sauce y ocupé mis manos como protector del sol. ¿Dónde estaba ahora?
Di un paso adelante, para comprobar que no estaba escondiéndose. Entonces, de repente, alguien me alzó en brazos como a un bebé. Solté un gritito y cerré los ojos con fuerza. Poco a poco, los abrí: Christopher me acunaba en sus brazos. Le saqué la lengua y él rió; sentí cómo su pecho subía y bajaba.
–Te di la oportunidad de entrar sola al agua, pero cómo te has negado, no me ha quedado otra opción que obligarte–me dijo mientras caminaba hacia la laguna.
Pensé en las probabilidades de poder zafarme de él y salir corriendo sin que me alcanzara: ninguna. Debí haber aceptado la oferta de cortar mis vaqueros, habría sido más simple.
–No sé nadar –mentí. De hecho, era una experta.
–Mentirosa –me acusó–. Le he preguntado a Cat antes.
–Esa Cat… –dije en voz baja. Mis instintos asesinos resurgían hacia la superficie.
Ya no me quedaba ningún plan de escape. De una forma u otra, terminaría en el agua.
–Tú vas a entrar conmigo al agua, supongo –le dije.
–Hum… No lo tengo claro aún –penetró sus ojos negros en los míos–. Quizá sí, quizá no.
–Si no lo haces, me enojaré contigo.
–Correré el riesgo.
Y eso fue lo único que dijo antes de tirarme al agua. Escondí la cabeza entre las rodillas, haciéndome un ovillo. Al impactar en el agua, sentí cómo la ropa se apegaba a mi piel. Estaba tan fría la laguna, que los vellos de mis brazos se erizaron. Toqué fondo con la punta de los dedos de mis pies: barro. Abrí los ojos ligeramente y descubrí un cardumen de unos peces desconocidos nadar a mi lado.
Flexioné las rodillas y luego me impulsé hacia la superficie; en cuanto pude aspirar oxígeno abrí nuevamente los ojos. Christopher se encontraba aún parado a la orilla del lago. Le regalé una mirada asesina.
–¿Cómo está el agua, Ann? –me preguntó sarcástico.
–Perfecta. Si quieres, entra tú también –le respondí usando el mismo tono burlón que él.
Para mi sorpresa, se sacó la camiseta y las zapatillas, y las lanzó a unos metros lejos de la laguna. Estiró los brazos por encima de su cabeza y realizó un salto perfecto; arqueó la espalda y finalmente impactó en el agua. Un clavado perfecto. ¿Había algo que Christopher no pudiese hacer? Probablemente, no.
En un par de segundos Christopher sacó la cabeza fuera del agua y nadó hasta donde yo estaba flotando.
–Tenías razón, Ann. El agua está perfecta –se puso en frente de mí.
–Yo nunca miento –le sonreí irónicamente.
–En ese caso… ¿Qué piensas de mí? –sonrió picaronamente.
Agité levemente los pies por debajo del agua, impulsándome hacia él. Llevé el dedo índice hacia la curva que se hacía entre el cuello y el hombro de Christopher, y lo deslicé hasta llegar un poco más arriba de su codo. Él permaneció con la sonrisa triunfante en el rostro.
–Hum… –le regalé una sonrisa torcida– Que eres la persona más egocéntrica, arrogante y engreída que he conocido en toda mi vida –empujé levemente su brazo. Subí la mirada y él enarcó una ceja– ¿Qué? –le espeté– Ya te he dicho que nunca miento.
–Puede ser –asintió–. Pero se te ha olvidado algo: estás completamente loca por mí.
Rodeó mi muñeca con su mano y me atrajo hacia él. Apoyé mi frente contra la suya. Christopher tenía rodeada mi cintura con ambos brazos y yo de igual manera su cuello. Ahora sólo se oía el suave aleteo de nuestros pies para mantenernos a flote y nuestras respiraciones entrecortadas.
–Puede que sí se me haya olvidado eso –afirmé.
Mis labios se estiraron en una sonrisa y, por primera vez, fui yo quien concilió el beso. Christopher acarició con la palma de su mano el recoveco de mi espalda y una descarga eléctrica recorrió todo mi cuerpo. Enredé mis manos en su húmedo cabello negro. Oh, ¡cuántas veces había soñado con hacer eso! Cada centímetro de él era... tan perfecto. Al lado de Christopher, yo parecía una sirvienta del antiguo Egipto. Todo esto era tan… irreal; yo, una simple chica de Liverpool que con suerte ha tenido un novio, un día conoció a un muchacho malditamente sexy en una casita del árbol y nos odiamos a primera vista. Ambos nos hicimos la vida imposible por un par de días, hasta que finalmente me dejé llevar por él y sus irresistibles besos. Le confesé mi amor por él e indirectamente él también lo hizo por mí, y ahora nos estábamos besando en una laguna y todo parecía perfecto. Ya estaba esperando que las cámaras de televisión salieran por detrás de los árboles diciendo: «¡Sorpresa! ¡Has caído en la broma de la semana!», o alguna cosa por el estilo.
Nos separamos por la falta de aire. Había sido el beso más largo que había dado hasta ahora. Con Zac, rara vez nos besábamos de tal forma; siempre eran simples roces de labios. En cambio, con Christopher, todo era distinto. Cada uno de sus increíbles y deliciosos besos me provocaba una subida de adrenalina increíble. Nunca me había sentido tan llena.
–¿Esto compensa alguna de las cosas que hay en tu lista? –le pregunté con una sonrisa picarona.
–Hum… No lo sé –se llevó una mano a la barbilla–. Quizá unos cuantos más podrían anular algunas cosas…
No pronunciamos ninguna palabra más y volvimos a besarnos. Ésta vez el beso no fue cómo el otro, que había sido suave y tierno; ahora era más apasionado, casi brutal. Y cada segundo que pasaba, más se acrecentaba la sed de su boca contra la mía. Era como un vicio.
Un vicio el cual no me apetecía hacer desaparecer.
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Paraíso de las Pesadillas. [Terminada]
Romance¿Un verano completamente normal puede cambiar totalmente tu vida? La respuesta: Sí. Ambos están locamente enamorados del otro. Pero no todo es color de rosa Un pasado imposible de olvidar Tal vez este amor no sea para siempre, pero si es de los v...