Capítulo 9. Parte Dos.
-Creo que ya me voy –dije tartamudeando-. Gracias por la camiseta. Adiós.
Caminé con torpeza hacia la puerta. Escuché una risita por parte de Christopher y hundí el cuello en la sudadera. Bajé con precaución, no quería caer y que el príncipe narcisista se riera de mí, una vez más.
Cuando subí al árbol de mi inexistente casita del árbol, me llevé una sorpresa: ya no era tan inexistente. Parte del suelo estaba construido. Fruncí el seño. ¿Había sido Christopher? No. Imposible. Él nunca haría algo amable por mí.
Me senté en la madera con los pies colgando y respiré el aire helado. Estaba a punto de llover. ¿A qué había venido? En un principio, tenía ganas de seguir construyendo la casita, pero ahora ni siquiera tenía la madera. Conté los días que me quedaban para volver a casa: veintisiete. ¡Aún quedaba demasiado! Hasta ahora, sólo habían pasado tres días desde que conocí a Christopher, y ya me sacaba de mis casillas al menos tres veces al día. ¿Qué otras cosas tendría que soportar?
Después de un rato de contar las hojas secas que caían desde el árbol, sentí un ruido proveniente de la casita del árbol. Miré con disimulo: Christopher se iba. Ésta era mi oportunidad. Cuando lo perdí de vista, bajé rápidamente del árbol. Miré por los alrededores; cuando me aseguré de que no había nadie, subí.
Busqué con la mirada la madera. No estaba por ningún lado. Miré por debajo de las cosas: nada. Abrí el armario que había frente a la ventana y ¡bingo! Ahí estaba todo apilado en una torre. Sonreí victoriosa. Christopher había sido muy bobo dejando la madera guardada en un lugar tan poco secreto cómo un armario.
-Así que encontraste lo que buscabas –sentí una voz justo detrás de mí.
Cerré el armario de un golpe y me di vuelta. Christopher se encontraba tan sólo a unos centímetros de mí. ¿Cómo había entrado sin hacer ruido?
Retrocedí instintivamente y él permaneció en su sitio con un semblante impenetrable.
-Lo…, lo lamento –dije con la mirada gacha. Al instante me arrepentí de lo que había dicho-. Quiero decir... ¿Cómo entraste así?
-¿Así cómo? –preguntó Christopher confundido.
-Así, tan callado. No te he sentido hasta que me hablaste.
-¿Te he mencionado que eres muy despistada? –dijo con una sonrisa juguetona en el rostro.
Me acerqué un paso y enarqué una ceja. Sí, me lo había mencionado más de una vez y me molestaba. Subí la mirada para enfrentar la suya, y en el momento me arrepentí: era tan dura y fría como siempre. Pero le sostuve la mirada, evitando sonrojarme.
Él avanzó un paso, acortando aún más la distancia entre nosotros. Mi respiración se entrecortó y procuré mantener la calma. Christopher dirigió su mano hacia mi barbilla y la alzó, mejorando su visión de mi rostro.
-¿Qué te dije ayer sobre el seño fruncido? –dijo ladeando la cabeza.
Recordé enseguida lo que me había dicho el día anterior: «Me gustas más cuando sonríes, te ves mejor que con el ceño fruncido». Relajé el rostro al instante. ¿Por qué le hacía caso? Odiaba que él tuviera ese efecto en mí. Era frustrante.
-Buena chica –sonrió-. Eres más obediente ahora.
Levanté la mano para darle una bofetada, pero antes de que pudiera dejarle una marca en la mejilla, él entrelazó sus dedos con los míos, irrumpiendo el golpe. «Reflejos de oro», pensé. Traté de soltar mi mano, pero claro, su fuerza era mayor.
-Buen intento, pequeña –dijo observando mi mano con detalle.-Después de ayudarte con tu casita del árbol, ¿así me pagas? –le miré furiosa- Eres muy desconsiderada, Ann –había un tono de entretención en su voz-. Tendrás que compensarlo de alguna manera.
-No fastidies y déjame tranquila. No haré nada por ti. No te hagas ilusiones –le respondí seria.
Torcí la boca y miré por encima de su hombro, hacia la ventana. Unos gotones empezaban a caer. Pensé inmediatamente en mi mochila: la lluvia no se demoraría en llegar y ahí tenía cosas importantes.
-¿Entonces no quieres que te suelte? –levantó nuestras manos entrelazadas y las agitó en el aire. Asentí- Entonces, haz lo que te pido.
-Bien. De acuerdo, lo haré. Pero nada de besos.
Sacudió su cabello y rió. Se acercó con lentitud y besó ligeramente mi frente. Sentí la misma electricidad de otras veces recorrer mi cuerpo. Después se inclinó sobre mí, apoyando su nariz contra la mía. Yo, por mientras, permanecía erguida y con los ojos abiertos, evitando pestañear.
-Mañana quiero panqueques con mermelada de frambuesa –dijo finalmente.
-¿Panqueques? –repetí confundida.
-Ajá. Y si están calientes, te devolveré tu madera también.
Fruncí el entrecejo. ¿Panqueques? Al menos era algo relativamente fácil de hacer. Si estaban calientes, iba a devolverme mi madera, y al fin me dejaría tranquila, ¿o no?
-Bien. Mañana te traeré panqueques recién hechos. ¿A qué hora los quieres? –pregunté aún un poco turbada por la proximidad de Christopher.
-A las siete en punto, ni un segundo más tarde –respondió con seriedad.
-De acuerdo. Llegaré a esa hora. ¿Ahora me podrías soltar?
Relajó su mano y yo la retiré rápidamente. Me crucé de brazos y bajé la mirada hasta ver mis zapatillas. Traté de evitar que me sonrojara, aunque no obtuve buenos resultados. Después de un rato de incómodo silencio, dije:
-Gracias por lo de la casita.
No obtuve ninguna respuesta en palabras, sin embargo, Christopher alargó el brazo y levantó mi barbilla hasta que hicimos contacto visual. Luego acarició mi mejilla con una caricia que hizo que mi corazón subiera por mi garganta. Tomó entre sus dedos un mechón suelto y lo puso detrás de mi oreja. Aunque era incómodo todo esto, me agradaba.
-Te ves tierna cuando te sonrojas –dijo Christopher con una voz melodiosa
-Pues yo odio sonrojarme. Hace que me vea ridícula.
Christopher rió y luego me despidió alborotándome el cabello. Le di una mirada asesina y bajé de la casa del árbol con rapidez. Tomé mi mochila y la me puse en los hombros, no sin antes sacar el paraguas que traía. Lo abrí y luego lo sujeté encima de mi cabeza para que me cubriera de la lluvia.
El paraguas era transparente, así que me pasé gran parte del camino viendo hacia el cielo y observando con detalle cómo caían las gotas. Al salir del bosque, me di cuenta que llovía más fuerte de lo que pensaba. Una vez más, bendije a Cat y a su gran instinto meteorológico.
Caminé sin fijarme demasiado en el camino realmente. Los pensamientos de Christopher tan cerca de mí inundaban mi cabeza. Su olor, tan agradable, aún permanecía intacto en mis fosas nasales. Lo imaginé sonriendo frente a mí, riéndose de cualquier cosa que hubiera dicho o hecho. ¡Era tan insoportable e irresistible al mismo tiempo!
-Christopher tonto –dije para mí misma-. Eres un tonto seductor. ¡Te odio!
-Creo que ya me voy –dije tartamudeando-. Gracias por la camiseta. Adiós.
Caminé con torpeza hacia la puerta. Escuché una risita por parte de Christopher y hundí el cuello en la sudadera. Bajé con precaución, no quería caer y que el príncipe narcisista se riera de mí, una vez más.
Cuando subí al árbol de mi inexistente casita del árbol, me llevé una sorpresa: ya no era tan inexistente. Parte del suelo estaba construido. Fruncí el seño. ¿Había sido Christopher? No. Imposible. Él nunca haría algo amable por mí.
Me senté en la madera con los pies colgando y respiré el aire helado. Estaba a punto de llover. ¿A qué había venido? En un principio, tenía ganas de seguir construyendo la casita, pero ahora ni siquiera tenía la madera. Conté los días que me quedaban para volver a casa: veintisiete. ¡Aún quedaba demasiado! Hasta ahora, sólo habían pasado tres días desde que conocí a Christopher, y ya me sacaba de mis casillas al menos tres veces al día. ¿Qué otras cosas tendría que soportar?
Después de un rato de contar las hojas secas que caían desde el árbol, sentí un ruido proveniente de la casita del árbol. Miré con disimulo: Christopher se iba. Ésta era mi oportunidad. Cuando lo perdí de vista, bajé rápidamente del árbol. Miré por los alrededores; cuando me aseguré de que no había nadie, subí.
Busqué con la mirada la madera. No estaba por ningún lado. Miré por debajo de las cosas: nada. Abrí el armario que había frente a la ventana y ¡bingo! Ahí estaba todo apilado en una torre. Sonreí victoriosa. Christopher había sido muy bobo dejando la madera guardada en un lugar tan poco secreto cómo un armario.
-Así que encontraste lo que buscabas –sentí una voz justo detrás de mí.
Cerré el armario de un golpe y me di vuelta. Christopher se encontraba tan sólo a unos centímetros de mí. ¿Cómo había entrado sin hacer ruido?
Retrocedí instintivamente y él permaneció en su sitio con un semblante impenetrable.
-Lo…, lo lamento –dije con la mirada gacha. Al instante me arrepentí de lo que había dicho-. Quiero decir... ¿Cómo entraste así?
-¿Así cómo? –preguntó Christopher confundido.
-Así, tan callado. No te he sentido hasta que me hablaste.
-¿Te he mencionado que eres muy despistada? –dijo con una sonrisa juguetona en el rostro.
Me acerqué un paso y enarqué una ceja. Sí, me lo había mencionado más de una vez y me molestaba. Subí la mirada para enfrentar la suya, y en el momento me arrepentí: era tan dura y fría como siempre. Pero le sostuve la mirada, evitando sonrojarme.
Él avanzó un paso, acortando aún más la distancia entre nosotros. Mi respiración se entrecortó y procuré mantener la calma. Christopher dirigió su mano hacia mi barbilla y la alzó, mejorando su visión de mi rostro.
-¿Qué te dije ayer sobre el seño fruncido? –dijo ladeando la cabeza.
Recordé enseguida lo que me había dicho el día anterior: «Me gustas más cuando sonríes, te ves mejor que con el ceño fruncido». Relajé el rostro al instante. ¿Por qué le hacía caso? Odiaba que él tuviera ese efecto en mí. Era frustrante.
-Buena chica –sonrió-. Eres más obediente ahora.
Levanté la mano para darle una bofetada, pero antes de que pudiera dejarle una marca en la mejilla, él entrelazó sus dedos con los míos, irrumpiendo el golpe. «Reflejos de oro», pensé. Traté de soltar mi mano, pero claro, su fuerza era mayor.
-Buen intento, pequeña –dijo observando mi mano con detalle.-Después de ayudarte con tu casita del árbol, ¿así me pagas? –le miré furiosa- Eres muy desconsiderada, Ann –había un tono de entretención en su voz-. Tendrás que compensarlo de alguna manera.
-No fastidies y déjame tranquila. No haré nada por ti. No te hagas ilusiones –le respondí seria.
Torcí la boca y miré por encima de su hombro, hacia la ventana. Unos gotones empezaban a caer. Pensé inmediatamente en mi mochila: la lluvia no se demoraría en llegar y ahí tenía cosas importantes.
-¿Entonces no quieres que te suelte? –levantó nuestras manos entrelazadas y las agitó en el aire. Asentí- Entonces, haz lo que te pido.
-Bien. De acuerdo, lo haré. Pero nada de besos.
Sacudió su cabello y rió. Se acercó con lentitud y besó ligeramente mi frente. Sentí la misma electricidad de otras veces recorrer mi cuerpo. Después se inclinó sobre mí, apoyando su nariz contra la mía. Yo, por mientras, permanecía erguida y con los ojos abiertos, evitando pestañear.
-Mañana quiero panqueques con mermelada de frambuesa –dijo finalmente.
-¿Panqueques? –repetí confundida.
-Ajá. Y si están calientes, te devolveré tu madera también.
Fruncí el entrecejo. ¿Panqueques? Al menos era algo relativamente fácil de hacer. Si estaban calientes, iba a devolverme mi madera, y al fin me dejaría tranquila, ¿o no?
-Bien. Mañana te traeré panqueques recién hechos. ¿A qué hora los quieres? –pregunté aún un poco turbada por la proximidad de Christopher.
-A las siete en punto, ni un segundo más tarde –respondió con seriedad.
-De acuerdo. Llegaré a esa hora. ¿Ahora me podrías soltar?
Relajó su mano y yo la retiré rápidamente. Me crucé de brazos y bajé la mirada hasta ver mis zapatillas. Traté de evitar que me sonrojara, aunque no obtuve buenos resultados. Después de un rato de incómodo silencio, dije:
-Gracias por lo de la casita.
No obtuve ninguna respuesta en palabras, sin embargo, Christopher alargó el brazo y levantó mi barbilla hasta que hicimos contacto visual. Luego acarició mi mejilla con una caricia que hizo que mi corazón subiera por mi garganta. Tomó entre sus dedos un mechón suelto y lo puso detrás de mi oreja. Aunque era incómodo todo esto, me agradaba.
-Te ves tierna cuando te sonrojas –dijo Christopher con una voz melodiosa
-Pues yo odio sonrojarme. Hace que me vea ridícula.
Christopher rió y luego me despidió alborotándome el cabello. Le di una mirada asesina y bajé de la casa del árbol con rapidez. Tomé mi mochila y la me puse en los hombros, no sin antes sacar el paraguas que traía. Lo abrí y luego lo sujeté encima de mi cabeza para que me cubriera de la lluvia.
El paraguas era transparente, así que me pasé gran parte del camino viendo hacia el cielo y observando con detalle cómo caían las gotas. Al salir del bosque, me di cuenta que llovía más fuerte de lo que pensaba. Una vez más, bendije a Cat y a su gran instinto meteorológico.
Caminé sin fijarme demasiado en el camino realmente. Los pensamientos de Christopher tan cerca de mí inundaban mi cabeza. Su olor, tan agradable, aún permanecía intacto en mis fosas nasales. Lo imaginé sonriendo frente a mí, riéndose de cualquier cosa que hubiera dicho o hecho. ¡Era tan insoportable e irresistible al mismo tiempo!
-Christopher tonto –dije para mí misma-. Eres un tonto seductor. ¡Te odio!
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Paraíso de las Pesadillas. [Terminada]
Romance¿Un verano completamente normal puede cambiar totalmente tu vida? La respuesta: Sí. Ambos están locamente enamorados del otro. Pero no todo es color de rosa Un pasado imposible de olvidar Tal vez este amor no sea para siempre, pero si es de los v...