Capítulo 16.

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Capítulo 16. 

Caminé a paso seguro –o tal vez no tanto– hasta el Jeep de Christopher. ¿Qué se supone que haría? ¿Decirle que se marchara? No. Claro que no haría eso.
Cuando llegué a la mitad de la calle, Christopher se bajó del auto. Traía unos vaqueros azul marino, una camiseta negra y encima una camisa a cuadros verde; en la muñeca llevaba enrollado un pañuelo del mismo color de la camisa. Miré mi conjunto; ¡íbamos casi igual! Cerré los ojos con fuerza. ¿Por qué la suerte siempre iba en mi contra? 
Se apoyó en la puerta del copiloto, justo frente a mí. Permanecí quieta, con la mirada gacha. ¿Qué planeaba ésta vez?
–Hola –me saludó.
–Hola –respondí sin levantar la mirada.
Sentí cómo se acercaba. Ya no era novedad de que al sentir su calor aproximarse mi corazón estallara. Con su mano derecha, acarició mi mejilla y lo miré. Sonrió, y no pude evitar devolverle el gesto. ¡Era tan irresistible cuando sonreía! 
Entrelazó nuestras manos y me llevó hasta su Jeep. Abrió la puerta del copiloto y dejó que entrara. No aparté mi mirada de la suya en ningún momento.
–Te tengo una sorpresa –dijo mientras se subía al Jeep.
–¿De veras? –esbocé una sonrisa de oreja a oreja.
Christopher asintió. Giró la llave del auto y el motor se prendió junto a la radio. Ésta vez sonaba una Someday del grupo The Strokes. ¡Cómo amaba ese grupo! ¿Era posible que Christopher tuviera exactamente los mismos gustos musicales que yo?
–¿Cómo sabes que iba a salir? –le pregunté mientras doblábamos en la esquina.
–Un pajarito me lo ha dicho –nos miramos y él me guiñó un ojo.
–Ha sido Cat, ¿verdad? 
Se limitó a soltar una risita. Si bien no me gustaba que Cat fuera tan chismosa, ésta vez se lo agradecería. Lo que más anhelaba en estos momentos era estar con Christopher, y se estaba cumpliendo. 
Permanecimos en silencio el resto del trayecto. Sólo nos limitábamos a cruzar miradas y sonreír. Por intuición, sabía que nos dirigíamos al bosque. ¿Qué sorpresa me tendría preparada Christopher? Cientos de teorías volaban por mi mente, y ninguna parecía convincente. No podía esperar más.
Estacionamos frente al bosque. Bajé del auto y cerré la puerta intentando no ser tan ruidosa. Me colgué la mochila al hombro y caminé hacia el pequeño sendero que se asomaba entre las frondosas ramas de los árboles. Christopher caminaba a mi lado. 
Un par de minutos antes de llegar al lugar de la casita del árbol, Christopher me detuvo. 
–¿Por qué nos detenemos? –le pregunté arrugando el entrecejo.
–Ya verás –sonrió.
Desamarró de su muñeca el pañuelo y caminó por detrás de mí. Volvió a amarrar el pañuelo, pero ahora alrededor de mis ojos, cubriéndolos. ¿Qué rayos planeaba? 
–Esto me está dando un poco de miedo –le dije un poco temerosa.
No respondió. Puso un brazo alrededor de mi cintura y avanzamos. De vez en cuando decía cosas como: «Cuidado con la piedra», o «Agáchate». Después de aproximadamente diez minutos, nos detuvimos otra vez.
Se puso detrás de mí de nuevo y desamarró el pañuelo lentamente. Mi corazón latía irregularmente, y no sabía si era por el susto o porque la respiración de Christopher rozaba mi cuello. 
–Bien, ahora puedes abrir los ojos –dijo.
Obedecí. Enseguida, reconocí dónde estábamos: justo debajo de la casita de Christopher. Éste alzó el brazo y apuntó hacia el cielo: un puente colgante de madera se extendía desde la casita del árbol de él hasta… ¡Hasta mi propia casita del árbol! 
Solté un gritito de asombro: estaba completamente terminada. Por fuera, las paredes estaban pintadas de un café muy parecido al de los troncos de los árboles, camuflándola. Una escalera se extendía desde la tierra hasta la puerta y se podían apreciar unas cuantas ventanas –dos, exactamente– en las paredes.
Me mordí el labio inferior. ¿Christopher había hecho esto por mí? 
–¿Te gusta? –me preguntó mientras se ponía a mi lado.
–¿Es una broma? –lo miré. Su cara denotaba un brillo de preocupación– ¡Me encanta! Es simplemente… alucinante. 
–¿Quieres ir a inspeccionarla?
Asentí. Me tomó de la mano y caminamos hasta la escalera. Me dejó subir primero, y no supe si era por caballerosidad o sólo porque quería verme el trasero. Ambas opciones parecían buenas. 
Ya dentro, me quedé perpleja. Era bastante similar a la casita del Christopher, pero aún así tenía algo que la hacía diferente. En una de las esquinas había un librero sin libros –¡qué ironía!–, frente a la ventana había un escritorio hecho a mano y cerca de la puerta un sofá rojo de tela.
–Más cosas para tu lista –le dije.
–Ya lo creo –caminó al frente hasta llegar a la ventana–. ¿Ves ese puente? –apuntó hacia afuera. Me puse a su lado y asentí– Bien. Es para que si me quieres ir a visitar, el camino sea más corto.
Giré la cabeza en dirección a Christopher, quien me observaba sonriente. Sentí como el rubor pintaba mis mejillas. Bajé la mirada, intentando no hacer ninguna cosa en contra de mis principios, como abalanzarme sobre él y besarle.
–¿Y cómo se supone que pueda cruzar? No hay ninguna puer…
No alcancé a terminar la frase. Christopher tiró de una manilla que había bajo la ventana y la madera que había bajo se abrió. Claro, una puerta mitad ventana, cómo no se me había ocurrido antes.
–Gracias. No tengo palabras –le dije.
–Ya lo sé –respondió con un dejo de satisfacción en la voz–. ¿Tienes hambre?
–No he desayunado.
Me tomó de la mano y obligó a que bajara de la casita. Él subió a la suya y pidió que me quedara abajo. En unos cinco minutos volvía a estar a mi lado, y esta vez con una mochila roja colgada en la espalda. 
–¿Qué traes ahí? –le pregunté. La curiosidad me estaba matando.
–¿Qué crees tú? –no respondí– Comida, boba.
Me crucé de brazos fingiendo indignación. Christopher no se lo creyó, claro. Con una mano, me sacudió el cabello y le aparté la mano de golpe.
–A las chicas no les gusta que le hagan eso –le dije mientras me cepillaba el cabello con los dedos.
–Pero a los chicos les gusta ver a las chicas enojadas –se encogió de hombros.
Entrelazó nuestras manos y volvimos a emprender la caminata, y ahora a un lugar que, al menos yo, no conocía. ¿Qué otra sorpresa me tendría Christopher preparada? 
Según mis instintos –que realmente no eran muy buenos– nos dirigíamos por el camino contrario a la calle. Nunca había caminado más allá de un par de árboles alrededor de la casita del árbol. Esto era una nueva experiencia para mí; nunca antes había estado en una excursión –si es lo que estábamos haciendo era eso–. 
–¿Adónde vamos? –le pregunté después de unos diez minutos de caminata.
–Es una sorpresa. Ya estamos llegando –respondió concentrado en el camino, aunque no parecía para nada perdido.
Y así fue. En unos cuantos minutos habíamos llegado a un claro del bosque. Un sauce de gran tamaño sobresalía en el medio, y a un par de metros un pequeño lago se asomaba. Había una gran cantidad de flores silvestres de todos los colores, lo que hacía que el paisaje pareciera sacado de una postal.
Christopher caminó adelante y yo me quedé atrás, asombrada. Nunca había visto un lugar parecido a ese; sólo en películas. 
Le seguí el paso a Christopher, quien ya estaba a un par de metros del sauce. Depositó la mochila en el suelo y extrajo de ella una manta celeste con nubes estampadas. La sacudió en el aire y luego la estiró en el suelo, justo entre las hojas del sauce que creaban un efecto cortina. Todo era perfecto.
–¿Qué esperas? –me preguntó mientras se sentaba– Ven ya.
Me apresuré en llegar a dónde estaba y me senté junto a Christopher, quien sacaba cosas para comer de la mochila.
–Me he asegurado de lo que he traído lo puedas comer tú –afirmó–. No te preocupes, lo tengo todo preparado.
Le sonreí y él me devolvió el gesto. ¿Por qué era tan considerado conmigo? Realmente, no lo sabía. 
Pero sí sabía que, mientras siguiera actuando así, más me enamoraría de él.

Paraíso de las Pesadillas. [Terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora