Maratón (2/3)
Capítulo 13.Durante el transcurso del día, vinieron a visitarme mamá, la abuela, la tía Melanie, mis primos y Cat. Pero todos se fueron a la hora de cenar, menos Christopher. Y tampoco tenía intenciones de irse pronto. Me pregunté si se quedaría para siempre.
–¿Quieres jugar a algo? –preguntó Christopher mientras veíamos Hey Arnold en la televisión.
–Bueno –le respondí entusiasmada–. Hum… ¿Verdad o reto?
–De acuerdo. Yo pregunto primero: ¿Verdad o reto?
Él estaba sentado en el sofá verde como cuando me había despertado en la mañana. Yo estaba acostada en la camilla con las rodillas abrazadas.
–Verdad –respondí después de un rato–. No me gustaría imaginar que cosa maligna me harías hacer si eligiera reto.
–Qué lástima –dijo riendo por lo bajo–, yo ya había pensado en algo cruel –hizo un puchero–. Pero qué se le va a hacer –se encogió de hombros–. Veamos… ¿Asignatura menos favorita?
–Educación física, de todas maneras. Y no sólo porque me va mal, sino porque también no hay ningún juego en el que no me golpeen o me caiga. Ya sabes, soy despistada.
Era extraño tener una conversación tan… íntima con Christopher. Comúnmente, no había ninguna charla entre nosotros que no terminara en algo desagradable o incómodo. Era agradable el sentimiento de confianza que él transmitía. O más bien era agradable el sentimiento de tenerlo a mi lado.
–Ahora me toca a mí –le espeté–. ¿Verdad o reto?
Se llevo una mano a la barbilla, pensativo. Yo, mientras, eperaba expectante a su respuesta.
–Reto –anunció finalmente.
Ahora era yo la que pensaba. ¿Qué clase de tortura podía hacerle pasar? Miré mi muñeca: después de despertarme, me habían hecho un par de controles y finalmente habían decidido desconectarme la intravenosa, ya que me encontraba bien. Una sonrisa traviesa se formó en mi rostro.
–Llévame en tu espalda por todo el hospital –le dije mientras reía.
–Ya me lo esperaba –comenzó a reír también.
Se paró de un salto del sofá y se dirigió hacia mí. Se puso de espaldas a la camilla con las manos en los bolsillos de sus vaqueros negros.
–¿Qué esperas? Sube ya –me dijo.
Me paré en la cama y subí a su espalda. Él pasó sus brazos por detrás de mis rodillas y rodeé su cuello con mis brazos. Christopher no aparentó que mi peso era demasiado para él y comenzó a caminar hacia la puerta. Apoyé la cabeza en uno de sus hombros y sentí los latidos de su corazón: a diferencia de los míos, eran completamente regulares.
–Pesas menos de lo que esperaba –dijo mientras salíamos de la habitación.
Entrecerré de los ojos y golpeé el costado de su muslo con mi pie. Él simplemente rió.
–¿Alguna vez has echado una carrera en la espalda de alguien? –preguntó.
–Nunca –respondí. Ya veía lo que venía.
–Entonces, ésta será tu primera vez.
Me afirmó mejor y empezó a correr. Solté un gritito y escondí la cabeza entre su cuello y uno de mis brazos. Olí su perfume; ¿alguna vez me cansaría de hacerlo? No lo creo.
Levanté levemente la cabeza y descubrí a todas las personas nos miraban perplejas mientras pasábamos frente a ellos. Reí. ¡Era todo tan perfecto! Christopher también reía. Corrimos por el pasillo hasta llegar a la escalera, que quedaba al otro lado de mi habitación.
–¿En qué piso estamos? –le pregunté mientras subíamos.
–En el cuarto. Ahora subimos al quinto.
Cuando llegamos al quinto piso, Christopher caminó –conmigo aún en su espalda–, hasta el final de uno de los tantos pasillos del hospital. Me pregunté adónde nos dirigíamos. Entonces, llegamos a una puerta blanca que decía con grandes letras: «NO ENTRAR. SÓLO PERSONAL AUTORIZADO». Christopher giró el pomo de la puerta y me sorprendí al ver que se abría. ¿Cómo es que no la habían cerrado con llave?
–¿Adónde vamos? –le dije con tono inquisitivo.
–Cierra los ojos.
Obedecí. Me escondí entre su cuello y mi brazo como antes. Sentí cómo subía una escalera hasta abrir una puerta. Caminó un pequeño tramo más. Finalmente, paró y dijo:
–Ya puedes abrirlos.
Los abrí con lentitud. El pelo me azotaba el rostro a causa del viento. «¿Viento?», pensé. Con una mano, me aparté el cabello y pude ver dónde estábamos: en la azotea del hospital.
Era de noche y las luces de la ciudad creaban un paisaje espectacular. A lo lejos, se podía ver el mar, tan tranquilo cómo siempre. También se veía el parque de diversiones, y al otro lado, el bosque. Sonreí.
–Y bien, ¿qué te parece? –preguntó Christopher mientras observaba el paisaje.
–¿Que qué me parece? ¡Es alucinante! ¡Me encanta!
Aunque no pude comprobarlo, estuve segura de que sonreía.
–Sabía que responderías eso –hizo una pausa significativa–. Siempre tengo la misma impresión cada vez que vengo.
Fruncí el seño. ¿Qué quería decir con eso?
–¿Habías estado otras veces aquí? –asintió con lentitud– ¿Por qué?
Suspiró, y pude sentir cómo sus hombros se hundían. No me respondió. Apoyé la cabeza en su espalda, pensando por qué razón Christopher conocía éste lugar, y sí había llevado otras chicas antes.
–Verás…–dijo finalmente, después de un rato de silencio–. Hace un par de años, mi hermana pequeña, murió.
Se me hizo un nudo en la garganta y me mordí el labio inferior. ¿Cómo hace un par de minutos había pensado en algo tan frívolo y egoísta? Me odié a mí misma.
–Tres, exactamente –prosiguió–. Ella… Ella tenía leucemia. En sus últimas semanas de vida, tuvo que estar hospitalizada aquí mismo, conectada a cientos de máquinas. Me pasé todo el tiempo a su lado, cuidándola. Un día, nos dijeron que ya no le quedaba más tiempo. Que ella iba a morir, y que no se podía hacer nada más para impedirlo.
»–La mayor parte del tiempo, cuando ella estaba con mamá o papá, o cualquier otra persona, me la pasaba acá. Era cómo mi refugio. Las azoteas son mi lugar favorito para estar sólo –me dejó con lentitud en el suelo, y me puse junto a él–. Lo sé, es extraño –rió, pero la sonrisa se desvaneció enseguida. Continuó:–. Yo no quería que ella muriera pensando que sus últimos momentos de vida fueron conectados a una máquina. Así que un día, le pedí permiso a su doctor y la traje hasta aquí, tal cual como te traje a ti, solamente que ella estaba mucho peor. Pero aún así, fue uno de los mejores momentos que ella tuvo en sus últimas semanas de vida. Murió un par de horas después. Se llamaba Natasha; tenía sólo diez. La amaba.
–Christopher… No sabes cuánto lo siento… –fue lo único que pude decir.
–¿Sabes lo último que me dijo? –me preguntó pasando por alto mis palabras. Lo miré atenta– Primero: gracias por hacer de su muerte el momento más maravilloso de su vida. Y segundo: que si alguna vez me gustaba una chica, que la trajera acá.
Me miró y luego sonrió. Le devolví la sonrisa, un poco avergonzada. Me costó sostenerle la mirada. Estábamos apoyados en la barandilla que nos protegía del abismo y, si miraba para abajo, las nauseas llegaban enseguida.
–Cuando te vi ahí, inconsciente en los brazos de tu madre, no lo podía creer. Creí que morirías, Ann. Me sentí tan… tan maldito. Maldito porque, por alguna razón, siempre pierdo a la gente que quiero a mi lado.
Suspiramos al unísono y clavé la mirada en el horizonte. Christopher no era una persona fría por naturaleza, sino lo era por los sufrimientos los cuales había pasado. Y, aunque no lo podía comprobar, sabía que dentro –quizá muy dentro–, un Christopher tierno y dulce se escondía.
Y poco a poco resurgía hacia la superficie.
–Esta es la parte de la película en que nos besamos –le dije con la mirada aún clavada en el mar, sarcástica.
–¿Y piensas seguir el protocolo? –preguntó con el mismo tono burlón que yo había empleado hace un momento.
–Dímelo tú.
Nos miramos fijo y él se acercó lentamente. Miré sus labios entreabiertos, y no pude evitar morderme los míos.
No se dirigió precisamente a mis labios, sino a mi oreja. Besó con suavidad el lóbulo y bajó hasta legar a mi clavícula. Rodeé su cuello con mis brazos y el rodeó mi cintura con los suyos, acercándonos más aún.
Rozó con los labios la curva de mi cuello y subió hasta llegar a mis labios.
Y nos besamos.
Nos besamos hasta quedar sin aire. Alcé la cabeza para mirarlo directamente, y sus ojos permanecían sobre mí. Nos quedamos así por un largo tiempo. Mirándonos, sin que hubiera nada más.
Todo era perfecto en ese momento.
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Paraíso de las Pesadillas. [Terminada]
Romance¿Un verano completamente normal puede cambiar totalmente tu vida? La respuesta: Sí. Ambos están locamente enamorados del otro. Pero no todo es color de rosa Un pasado imposible de olvidar Tal vez este amor no sea para siempre, pero si es de los v...