Capítulo 23.

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Capítulo 23.


Justo los dos ahí, sentados en la arena, frente al mar y bajo la luna, era simplemente perfecto. Corría una leve brisa de verano, pero no hacía frío. Parecía como si el destino se hubiera encargado de que todo saliera perfecto esta noche. Y estaba segura de que iba a ser así. ¿Qué podía salir mal en una velada tan perfecta?

Christopher hundió su nariz en mi cabello. Mis rulos artificiales se habían dispersado hasta formar ondas desordenadas. Metí los pies por debajo de la húmeda arena. Sonreí. ¡Qué bien se sentía estar así! Deseaba que el momento no se acabara jamás; que él no se moviera ni un solo centímetro, y que se quedara allí, sentado a mi lado abrazándome, por siempre.

—Ann, ¿podrías dejar de ser tan linda? —le miré, aturdida— Es que no hago más que pensar en ti, y eso es terrible.

—¿Por qué lo dices?

—Estoy acostumbrado que la chica sea la loca enamoradiza —respondió con una media sonrisa—. Pero en este caso en particular, soy yo el que no para de pensar en ti... En tus ojos almendrados, en tus labios rosados, en tus pestañas largas y en tu cabello castaño. Lo intento, sí; pero es una misión infructuosa para mí.

—Hablas sólo cursilerías, Morrison —pareció decepcionado—. Pero, ¿te digo algo? —rodeé su cuello con los brazos, atrayendo su rostro hacia el mío— Yo tampoco puedo parar de pensar en ti —murmuré. Christopher se acercó más, hasta besarme. Lo había besado veces anteriores, pero nunca con tanta pasión como ésta. 

Sentí sus dientes morderme el labio inferior con fiereza y sonreí mientras recorría con las manos su pecho. Subí un poco el dobladillo de su camiseta y dije entre besos:

—¿Qué te parece si nos vamos a dar un chapuzón?

Escuché a Christopher reírse ligeramente. Me ayudó a desprenderse de su camiseta y vaqueros, y luego a mí despojarme de mi vestido primaveral. A fin de cuentas, estábamos en la playa, ¿no? La ropa interior suplantaba el traje de baño, y tampoco había nadie para observarnos. Excepto nosotros dos.

Christopher se levantó de la arena y luego ayudó a pararme también. En cuanto estuve de pie, me tomó entre sus brazos como a un bebé y empezó a caminar hacia el mar. Ambos nos reíamos como pequeños. Sentí la primera ola chocar contra nosotros, y él se tambaleó un poco. A continuación, me dejó en el suelo con delicadeza sin dejar de mirarme.

—Quiero que mis hijos tengan tu sonrisa —anunció con suavidad.

¿Eso era una propuesta? Sonaba como una, ¿no? Comencé a reírme, a falta de acciones con las cuales reaccionar. 

—¿Por qué te ríes? —quiso saber.

—Es sólo que lo dices como si fuéramos a casarnos y vivir juntos para toda la vida.

Cambió su expresión de ternura a una seria. No le había hecho mucha gracia el comentario que había hecho.

Genial. Lo había fastidiado, otra vez.

—Lo digo enserio, Ann. Me gustaría que tú, y sólo tú, fueras la madre de mis hijos —me miró expectante.

Desvié la mirada hacia el horizonte. No podía estar hablando enserio. No podía. ¿O sí? 

—No; no lo estás diciendo enserio. No puedes estar hablando enserio, Christopher —me enfrenté a su mirada, que estaba desconcertada—. Tengo dieciséis años, tú diecisiete, casi dieciocho. No podemos estar hablando de casarnos y tener hijos. Ésta no es una serie de televisión. ¿Qué sucederá cuando vuelva a Liverpool, y tú te quedarás aquí, solo? ¿Esperarás a que yo vuelva? No. No harás eso. Irás a por otra chica, y te olvidarás de mí en un par de meses. Porque eres un adolescente, y no sabes lo que haces. Ninguno de los dos. 

Paraíso de las Pesadillas. [Terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora