22 - Psicólogo.

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Encontrar un psicólogo fue fácil, más o menos, encontró un psicoterapeuta con buena puntuación en la web y el primer turno lo obtuvo una semana después de aquella conversación con su madre, una semana en la que no bebió una sola gota de alcohol, aunque el consumo de cigarrillos se duplicó, se dijo a si mismo que luego vería como atacar aquel vicio, por ahora cuidaría su hígado, sus jodidos pulmones tendrían que esperar. Las cosas iban bien, sin embargo. Tan bien como podían ir en su vida, es decir, como la puta mierda.

Renunció a la estética. No lo pensó, simplemente fue un acto impulsivo y tomado en el momento. Hacía cinco días, el jueves, llegó al centro temprano y se dispuso a hacer su trabajo como cada jodido día, la primer gota que atentó con la tensión superficial de su vaso mental fue una mujer que no paraba de exigir que debía ser atendida por otra mujer puesto que él no sabía nada y que si seguía las recomendaciones de un vago probablemente acabase con cáncer de piel. Le repitió tres veces que había estudiado para ello, que sabía perfectamente lo que hacía e incluso le mostró la carpeta con sus múltiples diplomas y certificados que lo autorizaban para utilizar todos aquellos productos que quería utilizar, pero a la mujer pareció importarle muy poco aquello, por lo que le dijo que volviese más tarde puesto que sus compañeras se encontraban ocupadas en ese momento, pero la mujer armó un escándalo e Isaiah acabó llamando a su jefa, quien además de regañarlo, le dio la razón a la mujer, y aunque sabía que lo había hecho para que no armase un escándalo mayor, le molestó.

La segunda gota fue derramar una docena de frascos exquisitamente caros de perfumes, -benditos Dior-, ¿a quién cojones se le ocurría enviarlo a reponer el estante de cosas caras? Le quitarían la mitad del sueldo lo que le restaba de vida, si es que tenía suerte y a su jefa no se le ocurría exigirle que le entregase uno o dos órganos. Tal vez tres. Pero no fue su culpa, la caja en la que los llevaba simplemente se desfondó y los doce frascos cayeron al suelo, como atraídos por un imán. Se había salvado uno, en realidad, pero se clavó un trozo de vidrio en los dedos al intentar recogerlo y lo lanzó al suelo con fuerza, acabó hecho trizas al igual que el resto. Quería morirse.

La gota que finalmente rebasó el vaso fue quemarse la palma de la mano derecha con un alisador de cabello, y aquello no había sido su culpa. Le quedaban aún dos horas para salir, su jefa lo había obligado a tomar un descanso después de decirle que no descontaría los perfumes de su paga, que había sido un accidente que no volvería a ocurrir, claro, porque la bendita mujer ya aprendió que Isaiah tenía manteca en vez de un par de manos y lo mejor era mantenerlo en la zona de estética, que era en realidad su área de trabajo, el área estipulada en el contrato, pero que a su jefa solía olvidársele en ocasiones y lo mandaba a reponer. De todas formas, el descanso y especialmente la noticia acerca de que conservaría todos sus órganos, le sirvió. El problema fue que al regresar se encontró a una de sus compañeras atendiendo a una mujer a la que le había parecido muy buena idea llevar a una niña de seis años a un jodido centro de estética. La niña parecía hiperactiva, corría de un lado a otro y gritaba mientras intentaba llamar la atención de su madre, quien parecía completamente ajena al hecho de que su hija era más que una molestia tanto para otras clientes como para sus compañeras. No supo exactamente como sucedió, pero la niña quiso tomar uno de los alisadores, e Isaiah lo tomó para evitar que se quemase, por lo que acabó quemándose él mismo.

Gritó e insultó a la niña hasta que ésta acabó llorando en el regazo de su madre, su jefa comenzó a regañarlo nuevamente en frente a dos docenas de clientes, y acabó mandándola al diablo a ella, a la madre de la niña, a la niña y a todas sus compañeras luego de decirle a su jefa que se había follado a su esposo, lo cual era mentira, su jefa siquiera estaba casada -y era lesbiana-, pero estaba enojado y su mano dolía como la mierda por los cortes y la quemadura. Acabó saliendo de la estética al grito de «¡váyanse todos a la puta mierda, este lugar da asco, renuncio!». Lo último que había oído fue un cuchicheo indignado y la carcajada del guardia de seguridad. No había ido al día siguiente ni pensaba volver a ese lugar, se arrepentía en cierto punto, podría haber conseguido algo de dinero por el accidente del alisador, pero de todas formas, con el escándalo que había hecho si no renunciaba lo despedirían, por lo que ciertamente le daba igual.

Sexo y nada más.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora