14 - Exposición.

425 13 0
                                    


Andrew parecía un niño pequeño en navidad, caminaba de un lado a otro, hablando por teléfono, discutiendo, riendo e incluso había llorado una vez. La exposición comenzaría en una hora y duraría una semana, había más de cincuenta estudiantes, y los salones en los que expondrían estaban divididos en pintura, fotografía y esculturas, también había una performance pertenecientes a la facultad de teatro y un grupo de chicas que tocarían el violín y el piano por turnos durante todo el día. Isaiah lo había arrastrado a los baños para hacerle una mamada en un intento por aplacar sus nervios, había funcionado por una media hora, luego los nervios habían vuelto e Isaiah decidió no prestarle atención mientras intentaba encontrar a alguien interesante con quien hablar.

Había unas ciento veinte personas repartidas por los salones, los artistas más algún amigo o familiar que los acompañase a la apertura. Andrew lo había obligado a ir, había tenido que pedir día libre en sus empleos, -los cuales le descontarían de su paga-, pero el moreno había insistido tanto que acabó por convencerle.

Además, por algún motivo que Isaiah aún no comprendía, había acabado invitando a Jona, quien había dicho que iría unos minutos cuando saliese de la universidad. Realmente se sentía estúpido y temía que Jona confundiese las cosas, aunque si eso pasase sería su propia culpa puesto que le estaba dando demasiadas señales equivocas al chico. No sabía de manera exacta si él y Jona eran amigos, sabía que follaban, que sabían cosas un tanto personales uno del otro, que habían salido un par de veces y no siempre acaban con los pantalones abajo. Sabía que Jona le atraía más allá de lo físico, sabía también que no era simple sexo ocasional, lo único que no sabía era que cojones le había hecho ese chico en los últimos meses y por qué lo había invitado a un museo diciéndole que lo considere una cita. No era una cita, jodidamente no lo era.

Cuando una de las chicas comenzó a probar algunas notas de su violín, Isaiah supo que el lugar había abierto sus puertas, por lo que se apresuró a buscar a Andrew. Lo encontró quitándole las telas azules que protegían las fotografías ya enmarcadas, pero siquiera alcanzó a enfocar la vista en una de ellas puesto que Andrew le lanzó una de las telas al rostro.

—¡No mires!

—Andy. —Gruñó intentando quitarse la enorme tela de encima.

—Es una orden —murmuró. Isaiah suspiró y dobló a tientas la tela mientras mantenía los ojos cerrados.

—¿Por qué no puedo ver? Soy yo.

—Sólo... sólo espera. ¿Sí?

—¿Sigues nervioso?

—Mhm.

—¿Si te la chupo otra vez te calmas?

—Tal vez un beso alcance.

—Ven —murmuró extendiendo un brazo a la nada, escuchó la risita de Andrew un segundo antes de que sus labios se estampasen en los suyos, casto y rápido—. ¿Bien?

—De acuerdo, abre.

Isaiah obedeció, lo primero que vio fue una fotografía enmarcada de metro por metro y medio aproximadamente, un primer plano de su rostro. Tenía el antifaz de cuerdas y rosas rojas que Andrew había trenzado sobre sus ojos, los labios entreabiertos y partidos, el cabello desordenado y las mejillas rojas, se alcanzaba a ver la mitad del collar de cuero y el fondo eran hojas verdes, brillantes, y rosas lívidas. Era extraño, irreal, y en cierto punto se desconocía, ¿ese era él? Sí, lo era, no era tonto. Pero se sentía desnudo y siquiera se veía su cuerpo. Sintió su rostro arder cuando vio de reojo que algunas personas se comenzaban a amontonar a sus espaldas, murmullos, expresiones de asombro y el rostro expectante de Andrew en él.

Sexo y nada más.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora