Capítulo 24: "Licor"

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Hola papá

Me encuentro en el pueblo de Miranda, donde la gente se alegra de verte y recibe desconocidos con los brazos abiertos. Pueblo rodeado de hermoso y espeso bosque, las aves y los gallos le dan la bienvenida a las mañanas, la nieve se derritió para abrir paso a una verde y floreada primavera.

Descanso en la cabaña de mi abuelo, ahora mi hogar. Debajo de la escotilla hay suficientes ahorros para asentarme en este lugar. He conocido personas maravillosas... Mi corazón palpita y mis mejillas se enrojecen fuertemente frente a un individuo extraño y reservado.

No puedo estar más feliz, puedo ser libre al fin...

Espero que las cosas estén bien en Constanza...

Te amo papá...

Postdata: Saludos a Henry, cuéntale que por fin pude subir a un árbol.

La pelirroja lentamente caminó a las entradas del pueblo, para depositar la carta en una humilde caja de madera que descansaba sobre una estaca, sobre ella había un paraguas, aparentemente un mecanismo improvisado, para que la caja no se mojara co...

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La pelirroja lentamente caminó a las entradas del pueblo, para depositar la carta en una humilde caja de madera que descansaba sobre una estaca, sobre ella había un paraguas, aparentemente un mecanismo improvisado, para que la caja no se mojara con la lluvia.

Al depositar la carta, con el rabillo del ojo vio ligeros movimientos en el bosque, se volteó hacia la dirección. Entre los matorrales vio a la mediana criatura que pastaba, una hermosa cabra blanca. Elena las conocía muy bien, sabía que aquellos seres pueden ser muy agresivos en épocas de apareamiento, la joven desconocía si estaban en épocas de cruza. La miró unos minutos y se marchó lentamente para no molestar al sereno animal.

Elena no se encontraba con los mejores ánimos, se sentía sola...

Cruzó el pueblo para llegar a casa, los niños revoloteaban y corrían por las calles de tierra, sus risas le llenaban el corazón de alegría. Elena no podía evitar sonreír al ver a tan inocentes niños jugar en un lugar tan bello como lo era el pueblo de Miranda. Cerca de ella escuchó una voz:

- ¡Ey, Elena!

La joven volteó y vio a una mujer rubia que la llamaba, recordaba perfectamente a la mujer, Carmen. La conoció en el almuerzo que Luiza preparó, era innegable su enorme panza en donde cargaba un bebé en desarrollo.

- Hola – Saludó Elena, fingiendo una sonrisa.

- ¿Cómo estás? – Le preguntó la rubia mujer, apoyando sus brazos en la cerca de su humilde hogar

- Estoy bien – Respondió seca Elena - ¿Y usted?

- Gorda, como puedes ver, este crío no deja de moverse – Dijo la mujer con cariño, mientras acariciaba su enorme zona abdominal

- ¿Se mueve? – Preguntó interesaba Elena

- Claro que sí, cariño. Está vivo dentro de mí – Dijo la mujer palpando su panza

Ya no me queda nadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora