Capítulo 27: "Ebrios"

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- ¡¿Qué?! – Exclamó la muchacha

Heisenberg se dio cuenta de lo que acababa de decir, nervioso tartamudeó:

- B... bueno, no p... pensarás que Madre Miranda escucha a todos y cada uno de los habitantes, q... quiero decir... Son muchos – Dijo rascándose la cabeza mientras sudaba frío.

- Ya veo... - Dijo la joven mirándolo fijamente – Entonces, Madre Miranda es terrenal, no es como el Dios que yo conocí.

- ¿Hay otros dioses? – Preguntó el muchacho solo para desviar el tema.

- Bueno, él se llama Dios y envió a su hijo a la tierra a morir por nosotros... No lo sé, siempre me quedaba dormida en la iglesia – Le mencionó Elena.

- Es extraño que tu Dios enviara a su hijo a morir. Como te dije, la paternidad no es para todo el mundo – Dijo Karl

Elena soltó una carcajada, mientras secaba su aún húmedo rostro, le dijo:

- Entonces... Madre Miranda nunca sabrá que no he rezado.

Karl sabía que había hablado demasiado, no le quedaba más remedio que afirmar lo que ya había dicho. El joven la miró a los ojos:

- Bueno, va en contra de mis ideales lo que te dije, como sabes, soy parte de este culto. Madre Miranda no oye las oraciones todos los días, pero rezar sigue siendo parte de la cultura de este lugar, es como la muestra de agradecimiento que tiene esta gente hacia ella.

- Vaya... Gracias por decírmelo – Le agradeció la joven

- Elena, no debes decirle esto a nadie – Le dijo el muchacho acercando su rostro al de la joven.

- Si... – Respondió cortamente la muchacha, mirando los verdosos ojos de Karl

- Bueno, somos amigos ¿No?, no sería un buen amigo, si no te lo dijera – Le dice Karl alejando su rostro.

- Si... – Volvió a responder hipnotizada la muchacha, mientras sus mejillas se ponían rojizas.

Karl miró la hora en su reloj, de un salto se puso de pie. Al ver que quedaban 10 minutos para las 1 de la tarde.

- Debes volver – Le dijo a Elena ayudándola a levantarse.

Elena aún atontada por las palabras de Karl, no dijo nada, solo tomó las manos del joven y se levantó.

- ¿Te sientes mejor? – Le preguntó el muchacho

- Si... - Volvió a responder Elena con una sonrisa sin despegar sus ojos de los del muchacho.

Ambos caminaron a la casa de Luiza.

- Vuelve a entrar por la ventana, arrodíllate y nadie sabrá que te fuiste – Le dio instrucciones Karl.

- Si... - Volvió a responder la joven aún enrojecida.

- Bueno, adiós – Le dijo el muchacho levantando su mano.

- ¿Te volveré a ver? – Le preguntó la joven.

- Claro que sí, aún me queda un poco del vino que no quisiste beber conmigo – Le dijo el muchacho.

- Si, puedo notar que te bebiste la mitad solo – Dijo la joven con una sonrisa.

- Ya casi es hora, entra por esa ventana – Le apuró el joven.

Elena sonrió, tomó su vestido y trotó a la casa de Luiza, delicadamente pasó su cuerpo por la ventana, el bebé ya no estaba llorando, estaba dormido sobre el sofá, su rostro estaba rojo e hinchado por el llanto y de su nariz goteaba verde secreción nasal. Aún estaban rezando de forma ruidosa y agobiante. Elena se arrodilló y pegó la frente al suelo y esperó. Minutos después sonó el pequeño reloj a cuerda que el esposo de Luiza había puesto antes de empezar a rezar.

Ya no me queda nadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora