23. Congoja

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Kim Gayoung había descubierto una particularidad de su nieto cuando era apenas un niño. Taehyung no lidiaba con los problemas. Los posponía cuánto fuese posible. Sin embargo, había optado por no decir nada, porque no podía culparlo. Desde muy pequeño, habían puesto sobre sus hombros el peso de responsabilidades con las que sus padres debían cargar y, en una situación como esa, ocupar su mente en miles de cosas al mismo tiempo se había convertido en su única forma de escapar. Por ello, en un acto de complicidad secreta, había permitido que Taehyung, a espaldas de los Kim, asistiera a un sinfín de talleres de diversas actividades recreativas. Cuando pensó que había llegado el momento de tal vez resolver algunos asuntos que venían atormentándolo desde el comienzo de su exilio en Japón, ya era muy tarde, Taehyung se encontraba en un avión con destino a Corea del Sur.

De manera que, cuando este confirmó a través de Nayeon que Jungkook finalmente se había casado con todas sus letras, como ya era una costumbre suya, recurrió a la mejor medicina en casos como ese: el trabajo. Se había ofrecido como voluntario en varios proyectos, así que todo espacio propicio para dejar la mente divagar había quedado reducido. El exceso de trabajo había sido estresante, pero eventualmente había dado frutos. De ahí que, en este preciso momento, se encontrara, con todo el equipo de La Memoria, en uno de los hoteles más lujosos de Daegu, donde hace unos minutos se había llevado a cabo la ceremonia de una de las premiaciones más importante del sector prensa, radio y televisión.

– Excelente discurso –dijo Seokjin, mientras le daba un breve apretón en el hombro, antes de irse en dirección al ascensor–. Mañana regresamos temprano, así que controla ese consumo de alcohol, Kim.

Habían ganado, así que gran parte de sus colegas irían al bar del hotel para tomar unas copas, mientras que otro grupo, en el que se encontraba Seokjin, un excelente sunbae, había decidido sacrificarse y encargarse de despertar al resto al día siguiente a tiempo para tomar el vuelo de regreso a Seúl.

– ¡Taehyung, apúrate! –vociferó Jimin, acercándose a zancadas para llevarlo de los hombros al bar.

Taehyung sonrió. Desde que Chanyeol había sido enviado de viaje a Wonju, hace más de una semana, por una reciente investigación sobre casos de trata de personas en zonas de minería ilegal, se había visto arrastrado a todos los extravagantes planes de Park Jimin, el nuevo editor contratado en el diario; planes que, debía admitir, comenzaba a disfrutar en demasía. Dio unos pasos para darle el encuentro, pero al instante se detuvo. Su visión se enfocó en el grupo de personas que estaba saliendo del otro salón, justo detrás de Jimin.

¿Habían pasado tres meses quizá? No estaba seguro, no había llevado la cuenta. Tal vez eran cuatro, cuatro largos meses desde la última vez que lo vio cara a cara. Ahora, a unos metros de distancia, Jeon Jungkook, rodeado de un grupo de sujetos vestidos en traje, con un brillante anillo de oro en el dedo anular de la mano derecho, tenía los ojos plantados en él.

Su corazón dio un vuelco, pero decidió no darle importancia. Hizo un corta reverencia en señal de saludo y Jungkook, todavía sorprendido por el gesto, lo repitió. Pronto, volvió a enfrascarse en la conversación que sostenía sus compañeros y Taehyung continuó con su camino junto a Jimin en dirección al bar.

 Pronto, volvió a enfrascarse en la conversación que sostenía sus compañeros y Taehyung continuó con su camino junto a Jimin en dirección al bar

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La cabeza le daba vueltas un poco, así que decidió recostarse en el bar. Definitivamente, no podía seguir el ritmo de Jimin, quien, a pesar de haber bebido el doble, seguía bailando sin parar con algunos colegas que, por gracia de algún milagro, continuaban de pie.

– Taehyung.

Namjoon tenía razón cuando insistió en aplazar el viaje antes de que realizara todos los trámites en migraciones. No estaba listo para regresar a Corea. No estaba listo para escuchar nuevamente su voz.

– Jungkook.

A menos de un metro de distancia, Jeon Jungkook jugaba con un vaso de whisky entre sus manos, mientras estudiaba a Taehyung. Sus ojos le quemaban la piel. Necesitaba irse de ahí, pero no quería solo huir como un cobarde. No quería darle el gusto de saber que le importaba aún, a pesar de todo el daño que le había causado.

– ¿Cómo has estado?

Taehyung hizo el esfuerzo por no bufar. Jungkook, incluso sin pretenderlo, era un completo imbécil.

– De maravilla –respondió, sin molestarse en devolver la pregunta.

– Me alegra –añadió  el otro de inmediato.

Dos desconocidos. Eso era lo que eran en ese preciso instante. Eso era lo que había querido todo este tiempo, ¿pero por qué se sentía tan mal? ¿Por qué le molestaba tanto darse cuenta de que probablemente a Jungkook ya no le interesaba su vida en lo más mínimo? ¿Por qué comenzaba a sacarle de las casillas ese maldito anillo en su dedo anular?

– Adiós, Jungkook –soltó, mientras se esforzaba por mantenerse de pie en su camino hacia la salida del lugar. Antes de perderse entre la gente que bailaba al ritmo de una canción de los noventa, se detuvo y, sonriendo con congoja, añadió–. Felicidades por tu matrimonio.

Himitsu (Taekook)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora