Capítulo 2 |SEGUNDA PARTE|

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La huésped.


No dejó de mirar los papeles sobre su mesa, pese a que todavía pensaba en la rubia que llegó a su hogar anoche.

Anoche Roman se descompuso cuando, al abrir la puerta de su casa, halló a una mujer, llamada Miranda, sangrando por la frente. El hambre que ha estado sintiendo se descontroló al oler la sangre, y se sintió mal por haber pensado matarla. Así que le propuso quedarse esa noche como expiación.

Sus pensamientos vuelven a la realidad cuando la puerta de su oficina se abre y tras de ella aparece Olivia con una extraña expresión en el rostro al ver a su hijo.

Cabe decir que no se han visto en meses, y la mujer había extrañado a Roman. Y verlo vuelto un hombre en una posición tan importante que ella mismo le dejó le hizo sentirse orgullosa.

― Lamento sorprenderte así, cariño ―dijo.

Roman respiró profundamente y blanqueó los ojos exasperado al ver a su madre. Prendió el intercomunicador de su escritorio, para hablarle a su asistente, y soltó:

― ¡El idiota que te dijo que soy paciente es un idiota!

Olivia ignoró lo que dijo y se adentró más a la oficina.

― Sé que eres un hombre ocupado ― Olivia se acercó a la mesa de su hijo. Al mismo tiempo, el asistente de Roman dejó entrar a la empleada con el almuerzo de él ―. Estoy orgullosa de que continúes con el espíritu empresario de los Godfrey.

Roman se fijó que su madre caminaba con un bastón, e incluso andaba con zapatos bajos con el mínimo de tacón. Además, el acento inglés de Olivia había cambiado.

La empleada le dejó la bandeja encima de su mesa, y Roman desvió la mirada de Olivia y se quedó viendo la carne.

― ¿Por qué está cocido el hígado? ― Demandó. Vio a la empleada titubear sin saber qué decir ―. No importa. Igual lo comeré.

Tomó los cubiertos y comenzó a cortar el hígado desesperado, fue lo primero que se echó a la boca.

― Debes dejar que Pryce haga su trabajo. Es importante para nosotros ― Interrumpió Olivia, quitándose el abrigo.

― ¿En qué consiste su trabajo? ―preguntó, con la boca llena sabiendo que a Olivia le molestaría.

― Es más fácil mostrarte que intentar explicártelo.

― Muéstrame.

― No sé si estás listo.

Roman ladeó la cabeza con una sonrisa maliciosa. Conocía perfectamente a su madre.

― Todo es un juego contigo. Mentiras, secretos, amenazas solapadas ― cortó el hígado con más ahínco ―. ¿Qué hicieron tú y tu lacayo todos estos años?

Olivia se quedó boquiabierta al escuchar a Roman con una clara voz de resentimiento. Tardó unos segundos en responder.

― El trabajo de Johann... Bueno... ― sonríe ― estoy viva gracias a él.

Roman asintió masticando lentamente.

― Sabía que había un motivo para odiarlo tanto.

Olivia borra su sonrisa, observando lo que come Roman.

― ¿Eso te satisface o aún tienes hambre? ― Roman paró de cortar la carne. Ya se acabaron las conversaciones banales ―. Tienes hambre, ¿no? En este momento, crees que puedes controlarlo que eres como la gente normal ― Caminó, junto a su bastón, hasta la ventana y observó los pocos edificios altos que tenía el pueblo ―. Tú, Roman, eres cualquier cosa menos normal. Por eso te fuiste a Hawái, ¿no? Para alejarte de todo. Pero la sed te acompaña. No hay forma de escapar de ella. Quizá ya te hayas convencido de que le haces un favor al mundo al perseguir la escoria humana, a gente que nadie extrañará ― Roman se quedó sin habla ―. O de que te puedes alimentar sin matar, gozar de la plenitud de la autodisciplina. Tu hambre solo aumentará. Los cuerpos se apilarán, y con el tiempo, te descubrirán. Huimos durante siglos por no poder ocultar a las víctimas de nuestro apetito. Hasta ahora. Hasta que hice que entremos en la Torre.

Bestias De La NocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora