Capítulo 22

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Dedicada a esos ávidos lectores que se toman la molestia de comentar y votar la historia.

Sin ellos, no hubiera crecido tanto la historia de Della y sus allegados.

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Niños de la noche (II)


Peter le tenía cariño a Christina desde el primer momento en que habló con ella a mitad del verano. Nadie dudaría de eso, pese a que el primer día de escuela ella fue hostil con él. Christina fue su primera amiga, además de Della.

Por eso, se le hacía difícil pensar lo que tenía que hacer con la joven muchacha que por ser una gran soñadora terminó por ser una homicida.

Peter amarró el cable naranjo, que compró en el minimercado, en una columna de concreto. Empezó a hacer un nudo firme ignorando al semblante tembloroso de Christina arrodillada en el suelo.

― ¿Puedes controlarlo? ―preguntó Peter, mirándola fijamente ―. ¿Anoche fue algo que pasó, o hiciste que pasara? ― Christina dejó de temblar y le devolvió la mirada desafiante ―. ¿Hiciste que te convirtieras u oíste tu otro nombre?

Christina se quedó en silencio, provocando que Peter perdiera la paciencia y le tomó la mandíbula sin delicadeza.

― Contéstame o te ahorco.

― Decidí hacerlo. Quería hacerlo ― Confesó.

Peter la soltó.

― Si decides convertirte esta noche, morirás ― Advirtió.

― ¿Me matarás, Peter?

Peter decidió no responder y le puso el cable alrededor del cuello, como si fuera una correa, en caso de que Christina se transformara. Sabía que no la iba a detener, porque él conocía la fuerza de un licántropo, pero era más bien para tener tiempo.

― ¿Me odias? ―murmuró Christina.

― No, no te odio ― Se acercó a Christina ―. ¿Por qué ella? ¿Por qué fuiste con ella?

― Sabía que tú estabas aquí. Desde la ventana de la clínica, vi cuando entraste y luego fui a ver. ¡Y cuando te vi aquí dentro tenías tu horrible cosa dentro de esa puta! ―chilló, iracunda.

Letha, Roman y Della escuchaban expectantes a la lejanía, bajo una tensión palpable en el ambiente, además de la histeria.

― ¡Suéltame! ― Insistió Letha a Roman.

― Maldición. Es ella, Letha. Ella es el maldito Vargulf ―masculló Roman.

― Más que nada, quería sentir su temor en mi lengua, sus huesos triturarse debajo de mis dientes y su sangre correr por la piel de mi cuello ― Suspiró anhelante, Christina ―. Está bien. Puedes matarme siempre y cuando no me odies. Deberías hacerlo ahora, mientras todavía puedas. Ya está sucediendo. No tienes mucho tiempo. No puedo detenerlo, al igual que no puedes detener la noche ni el día. Haz lo que tengas que hacer mientras aún sea de día. Me hiciste. Soy tuya.

― Por Dios, ayúdame ― Soltó exasperado, en voz baja.

― Lo siento venir porque estoy mojándome ― Jadeó excitada ―. Esto se debe sentir cuando acabas ― Peter escuchó un hueso rompiéndose. Christina bajó la mirada ocultando su rostro, y luego lo levantó mostrando un rostro malicioso lejano a la inocencia que transmitía ―. Nunca oí mi otro nombre.

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