Capítulo 9 |SEGUNDA PARTE|

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Trato


Roman había llegado a su trabajo, sin Della, según ella iba a entrar por otro lado, sin que la gente pudiera saber de ella.

Llegó a su oficina con un humor de perros que se notaba en su rostro y de inmediato su asistente comenzó a darle su agenda. Canceló la mayoría porque estaba más interesado en que Pryce lo llamara de vuelta.

― ¿Pryce llamó? ―interrumpió Roman a su asistente.

― No, ¿lo llamo?

Roman halló una hoja doblada a la mitad encima de su escritorio que no estaba ahí antes, y leyó el contenido con absoluta curiosidad pensando que era de Della.


Ve a la sala de máquinas S5 cuanto antes.


Cerró la hoja y salió a paso apurado a donde le citó Pryce. Bajó por el ascensor a donde mismo siguió a Pryce la última vez y halló un laboratorio escondido en un pequeño cuarto de electricidad para aparentar, que le hizo preguntarse qué más no sabía de la Torre Blanca.

Dentro del laboratorio estaba helado, y al bajar las escaleras halló una cápsula con una mujer rubia y desnuda dentro de ella. El lugar estaba completamente vacío.

Miró con curiosidad a la chica, y por breves segundos tuvo una especie de Déjà vu.

Una voz lo exaltó.

― Ha progresado mucho desde que la viste por última vez ―Pryce miró a Roman, frunciendo el ceño ―. Pero quizá no lo recuerdes. Saluda a Priscilla. El primer ser humano creado en un ambiente extrauterino. Pero basta de hablar de mí. Te presento a otra de mis creaciones. Una que te liberará... de una buena vez por todas.

Pryce caminó hacia el otro lado de la habitación, y quitó las extremas medidas de seguridad. Roman lo siguió, echándole un último vistazo a Priscilla.

Se adentró a una habitación iluminada en amarillo y dentro había una caja de metal, enorme y con una ventanilla rectangular. Adentro la temperatura estaba más helada que afuera, aunque del todo no lo sintió.

― El producto del trabajo de un gran espectro de experimentos genéticos rediseñado como un concentrado de nutrientes para saciar el apetito del upir.

Roman se acercó, observando por la ventanilla, y arrugó la nariz en desagrado al notar el olor.

― Lleva un tiempo acostumbrarse, lo sé ―mencionó Pryce ―. Pero para tu especie, esto está a la altura del desarrollo de la agricultura hace 8000 años. Una provisión confiable de sustento que hizo del cazador a un hombre civilizado. Ya no es necesario buscar en la noche para prevenir la inanición. Ya no es necesario alimentarse de víctimas indefensas y tomar vidas inocentes ―Contempló a Roman mirando los pedazos de órganos y extremidades de sus antiguos experimentos ―. Has regresado a casa, Roman. Y me lo debes a mí.

En ese momento, ambos voltearon hacia la puerta cuando escucharon a Della. Sin embargo, Pryce lo dejó pasar y buscó un vaso de ensayo, luego lo relleno con el jugo nutritivo, el cual era una mezcla roja de aspecto gelatinoso.

Se lo dio a Roman.

Roman bebió un breve trago temeroso, pero de inmediato su paladar le encontró el gusto y antes de darse cuenta se bebió todo el vaso de ensayo. No se sintió para nada satisfecho.

― Ahora te sentirás como el hijo de Jesús ―comentó Pryce.

Roman miró el jugo que caía del tubo conectado a la máquina, y se acercó con una mirada determinada. Sin embargo, Pryce lo detuvo, alejándolo.

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