Prefacio

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Brooke detuvo el auto en el cruce de trenes, y aprovechó ese momento de espera para usar su teléfono y enviar un mensaje a su pareja, sintiéndose ansiosa.

Esa noche iba a tener una cita con la profesora de física del Penrose, la preparatoria de Hemlock Grove, quien la esperaba en su casa ya que tienen una cena, y por eso va hacia allá.

Por suerte, esa noche pudo mentirles a sus padres de que iba a la casa de una de sus amigas y se quedaba a dormir allí, pese a ser el primer día de clases.

Le gustaba a aquella mujer, y esperaba que fueran en serio. Aunque, en realidad, ya lo sentía así. Brooke está prácticamente en una nube rosada.

No sintió lo que vino, porque estaba ensimismada en alguna respuesta de la profesora que todavía no llegaba. Por eso no notó que alguien, o algo, se acercó cautelosamente y chocó el costado de su auto que la desequilibró, asustándola por completo.

Chilló, aterrada, cuando, lo que sea que la empujó, la dejó a varios metros de donde estacionó el auto en el cruce de trenes.

Salió del vehículo por la puerta contraria, apresurada, y comenzó a correr hacia el bosque con el teléfono en mano gritando por ayuda.

Su mente no procesaba que estaba completamente sola.

Cruzó un tramo corto del bosque y llegó al Kilderry Park. Se escondió dentro de la casita de madera en la sección de niños, intentando controlar su respiración acelerada. No entendía qué pasaba, o qué fue lo que la empujó.

Tapó su boca con tal de que no se escuchara su respiración. Notaba la bilis en la garganta a punto de vomitar, su cuerpo temblaba violentamente que sudaba.

Estuvo en un silencio ensordecedor en que lo único que fue capaz de escuchar fueron los latidos frenéticos de su corazón y su ahogada respiración.

Rezó para que alguien la salvara.

Rezó para que no le pasara nada.

Y rezó para ver a sus padres de nuevo.

No hubo ruido.

No escuchó los grillos, ni alguna ave nocturna, por lo que destapó lentamente su boca, siendo consciente de que el único ruido que había era su propia respiración.

Gritó cuando un mordisco en el tobillo la empujó hacia fuera de la casita, rompiéndolo de paso. Se alcanzó a agarrar del umbral pero no fue suficiente para la brutal fuerza de aquella bestia que gruñía.

Sus dedos sangraron cuando no pudo agarrar bien el umbral de la casita de madera.

Soltó un alarido cuando la bestia mordió su vientre bajo, matándola al instante debido al dolor.

Lo único que vio, antes de dejar su último hilo de vida, fue la noche estrellada y los ojos rojos de aquella bestia que fue el fin de su corta vida.

Bestias De La NocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora