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—Nova. —Una de sus hermanas le llamó. Constantinova se puso de pie sacudiendo sus ropas—. Entrégaselas a los chicos.

Constantinova resopló asintiendo, pareciéndole tan absurdo que por odiarles nunca quisieran acercarse a ellos y tratándoles como el peor causante de todos los males. No les odiaba, pero tampoco compartía un mínimo interés por ellos, se limitaba a tratarlos como a cualquier persona.

—Percy Jackson, te entregó vuestras pertenencias. —Sonrió levemente intentando parecer agradable al entregarle su mochila juntó a la de sus amigos. Este se limitó a asentir, encontrándose algo incómodo por la mirada analítica de Constantinova—. Te encuentras herido. Muéstrame, te voy a curar.

Percy le miró incrédulo por segundos, antes de mostrarle su hombro, que comenzaba a tornarse verde. Constantinova sacó un pequeño maletín que llevaba consigo, comenzando a limpiar su herida.

—Ten, come un poco de ambrosía.

El semidios se limitó a asentir, tomando el trozo que la cazadora le extendía. Minutos después llegó el sátiro acompañado del niño.

—¡Lo tienes verde! —exclamó eufórico el niño, provocando que la azabache sonriera por el ánimo que demostraba. Unos minutos después, Constantinova les dejó solos, aun conservando una ligera sonrisa en su rostro.

...

Constantinova yacía acurrucada sobre un sofá en una de las tiendas, junto a Artemisa y Bianca. Todo resultaba acogedor, el brasero de oro en el centro calentaba la estancia, y las almohadas alrededor la volvían más formidable. Zoë entró acompañada de Percy, este se veía algo cohibido.

Zoë le dejó y se aproximó a sentarse junto a su hermana. Se veía molesta por tener que soportar la presencia del semidios. Percy tomó asiento en el suelo, quedando de frente a la diosa, se veía bastante desconcertado, y aunque lo evitase, su mirada detonaba curiosidad y confusión.

—Puedo parecer como una mujer adulta, o como un fuego llameante, o como desee. Pero esta apariencia es la que prefiero. Viene a ser la edad de mis cazadoras y de todas las jóvenes doncellas que continúan bajo mi protección hasta que se echan a perder.

—¿Cómo? —cuestionó el chico sin comprender lo que la diosa decía.

—Hasta que crecen. Hasta que enloquecen por los chicos, y se vuelven tontas e inseguras y se olvidan de sí mismas.

Percy se quedó en silencio, notablemente incomodo por la mirada despectiva que le enviaba Zoë. Constantinova al notar aquel gesto por parte de su hermana, golpeó ligeramente su brazo indicándole que parara, la chica se limitó a resoplar.

—Has de perdonar a mis cazadoras si no se muestran muy amables contigo —explicó Artemisa, al ver aquel gesto por parte de sus cazadoras—. Es rarísimo que entren chicos en este campamento. Normalmente les está prohibido el menor contacto con las cazadoras. El último que piso el campamento... —Miró inquisitivamente a las chicas—. ¿Cuál fue?

—El de Colorado.

—Lo transformasteis en jackalope, mi señora.

Artemisa sonrió satisfecha. —Cierto, me gusta hacer jackalopes, ya sabes ese animal de la mitología americana, mezcla de liebre y antílope. Bien, te he hablado para que me hables más sobre la mantícora. Bianca me ha contado algunas cosas inquietantes que el monstruo dijo, pero quizá ella no las haya entendido bien. Quiero oírlas de ti.

El chico comenzó a contar cada parte que recordaba, con la completa atención de la diosa sobre él. El rostro de Artemisa se frunció, en un estado que detonaba inquietud.

𝗚𝗿𝗲𝗲𝗸 𝗧𝗿𝗮𝗴𝗲𝗱𝘆 ¹ | PJODonde viven las historias. Descúbrelo ahora