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Nico comenzó a realizar un canto en griego antiguo, para de a poco surgir de entre las sombras cuerpos plateados, que se acercaban al hoyo que habían hecho. El ambiente se había vuelto más frívolo, combinando con la escena presente.

Podía notar como sus compañeros se encontraban inquietos, pero aguardaban de pie a un lado de ella.

—¡Detenlo! —pidió Nico.

Percy extendió a contracorriente, haciendo que los fantasmas se replegaran, salvo por uno que se había arrodillado y bebió de la ofrenda. De la forma azulada que poseía se materializó el cuerpo de un hombre.

—Minos, ¿qué estás haciendo?

—Discúlpeme, amo —respondió—. El sacrificio olía tan bien que no he podido resistirlo. —Se miró las manos y sonrió—. Es agradable poder verme a mi mismo de nuevo. Casi con formas sólidas.

—Estas perturbando el ritual —protestó Nico.

Los espíritus comenzaban a cobrar un brillo intenso, obligando a Nico a continuar el canto griego.

—Sí, muy bien, amo —comentó Minos—. Seguid cantando. Yo solo he venido a protegerte de estos mentirosos que acabaran engañándolo.

Constantinova frunció el ceño y bufó en un gesto de diversión por sus palabras.

—Percy Jackson... vaya, vaya. Los hijos de Poseidón no han mejorado mucho a lo largo de los siglos, ¿no es cierto?

—Detente, Minos, tu voz no tiene poder aquí —murmuró con desprecio.

El fantasma la miró, iba a replicar algo, pero Percy le cortó.

—Buscamos a Bianca di Angelo. Lárgate.

—Tengo entendido que una vez mataste a mi Minotauro con las manos desnudas, pero te aguardan cosas peores en el laberinto. ¿De veras crees de Dédalo va a ayudarte?

Constantinova blandió su espada, alejando a los espíritus que se arremolinaban alrededor de ellos.

—A Dédalo no le importa nada, mestizos —advirtió—. No pueden confiar en él. Ha perdido la cuenta de sus años y es muy astuto. Vive amargado por los remordimientos del asesinato y ha sido maldito por los dioses.

—Tampoco es que tu seas confiable —se mofó. Minos la miró de soslayo.

—¿Qué asesinato? ¿A quién ha matado?

—No cambies de tema —gruño Minos—. Están poniendo trabas a mi amo, tratando de persuadirlo para que abandone su propósito. ¡Yo le otorgaría un gran poder!

—Ya basta, Minos —ordenó Nico.

—Amo, ellos son sus enemigos. No los escuche, deje que lo proteja. Llevaré su mente a la locura, como hice con los otros.

—¿Qué otros? —preguntó la rubia, sofocando un grito—. ¿No te refieres a Chris Rodríguez? ¿Fuiste tu?

—El laberinto es mío —declaró—. No de Dédalo. Los intrusos se merecen la maldición de la locura.

—Desaparece, Minos. Quiero ver a mi hermana —exigió Nico.

Al desaparecer, varios espíritus intentaron acercarse, pero Percy junto a las hijas de Atenea, los mantuvieron a raya.

—Bianca, aparece —pidió Nico.

Una luz plateada parpadeó entre la espesura de los árboles. Al principio una silueta borrosa, pero conforme bebió fue adquiriendo una forma reconocible. Bianca lucía como la última vez que la había visto.

𝗚𝗿𝗲𝗲𝗸 𝗧𝗿𝗮𝗴𝗲𝗱𝘆 ¹ | PJODonde viven las historias. Descúbrelo ahora