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Percy le esperaba en la entrada de la enfermería, podía notar a Annabeth unos metros detrás de ambos, permaneciendo ajena a la escena de ambos amigos.

Constantinova abrazo a Percy y le sonrió cálidamente, en un principio había tomado por sorpresa al semidios, pero pronto le correspondió el gesto. Estaba por irse, las fechas decembrinas se encontraban en su máximo punto y quienes tenían el privilegio de disfrutarlo con sus familiares mortales preferían pasarlo con ellos.

—Que lo pases bien, Percy.

—Segura que... ¿No quieres venir? Estoy seguro de que a mi madre no le molestará tener a alguien más en casa.

—Estoy bien, Percy. Gracias.

Ambos semidioses se despidieron, Constantinova los miró hasta que las sombras de ambos se perdieron en la colina mestiza. El frio helado calaba sus huesos, por lo que pronto entró a la casa grande, donde Quirón y Dioniso aguardaban.

Cuando no se encontraba en la enfermería o entrenando en la profundidad del bosque, se quedaba en la casa grande acompañándolos; la mayoría de las veces accediendo a jugar cartas con ellos.

Dionisio solía mencionar que su presencia no era tan irritante como la del resto de semidioses, además de referirse por su nombre en lugar de cambiarlo, al menos estando en privado.

—Los veo más tarde, iré a los establos —expresó luego de haber terminado dos partidas contra los adultos.

Apenas llevaba unos días dentro de la protección del campamento. Hasta entonces, su mente no le había permitido descansar, le agobiaba día y noche mostrándole lo mismo una y otra vez.

Había formado un escudo, y ocultado su dolor, creía que ya era demasiado lo que hace al menos unos días había mostrado. Se preguntaba, porque no había podido ser ella quien pereciera... sí de cualquier forma no habría podido evitar la muerte de su hermana, habría preferido estar en el lugar de Bianca, probablemente así nadie habría sufrido.

Suspiró hondamente y cerró sus parpados, reteniendo el dolor que le carcomía. Juntó su cabeza con la del caballo, y acarició distraídamente sus crines.

Escuchó un carraspeo detrás de ella, y se giró, separándose del animal. Silena Beauregard se encontraba en la esquina, con un equipo para montar sobre sus manos.

—Ya estaba por irme, descuida —respondió sin mirarle y dejando el peine que hace unos minutos había tomado.

La hija de afrodita le detuvo.

—No hace falta que te vayas.

Nova frunció sus cejas, evidenciando lo confundida que se encontraba al oír las palabras de la chica.

—Hace unas semanas, tus hermanos y tu no querían estar a menos de diez metros de mis hermanas o de mí. ¿A qué se debe el cambio?

—Bueno, ya no eres una cazadora —dijo restándole importancia—. No veo porque no podamos compartir el mismo espacio.

—Siempre lo he creído, pero antes no parecías pensar lo mismo.

—Las cazadoras suelen tener una idea equivocada sobre el amor. Hablan de él de forma tan...

El rostro de Silena pareció enrojecerse, como si por el mero hecho de recordarlo le molestará.

—Has dejado la cacería —justificó, como si aquello fuera motivo suficiente.

—No tengo porque referirme despectivamente sobre el amor, me críe en un entorno donde se demostraba —respondió con desinterés. Silena sonrió enternecida—. La mayoría de las cazadoras tuvieron experiencias poco favorables, no comparto su opinión sobre los chicos, pero tampoco me interesan.

𝗚𝗿𝗲𝗲𝗸 𝗧𝗿𝗮𝗴𝗲𝗱𝘆 ¹ | PJODonde viven las historias. Descúbrelo ahora