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No tardaron más que un par de minutos para que cuatro pegasos aparecieran. Constantinova no hablo, ni emitió sonido alguno. Se había subido a su pegaso y durante todo el transcurso, había llorado en silencio, aferrándose al cuello del caballo que la llevaba.

Incluso el animal había sido capaz de reconocer su tristeza. No podía comunicarse, pero había movido sus crines intentando distraerla. Percy y Annabeth volaban uno al lado del otro, alejados de donde el pegaso de Thalia y el suyo volaban.

Pronto, la opulencia y lujo característica del sitio dorado donde los dioses residían se hizo notar. Enormes construcciones bañadas en oro y adornos, música y el constante movimiento que parecía perdurar en todo momento se alzaba frente a ellos.

Los pegasos se detuvieron en el jardín delantero, frente a un par de enormes puertas plateadas, las cuales se abrieron por el mero hecho de sentir su presencia.

El trío de jóvenes semidioses permanecieron inmóviles, contemplando el palacio que se levantaba frente a ellos. Constantinova, tomo una honda respiración, esperando que su estado no estuviese demasiado descarriado.

Camino por delante del grupo, que luego de unos segundos la siguieron por detrás. Tan rápido visualizó los tronos, y estuvo frente a quienes los ocupaban, Constantinova se inclinó colocando una rodilla en el suelo, y llevando una mano delante y otra por detrás, como una reverencia con la que antes solían dirigirse a los Olímpicos.

El grupo de semidioses que permanecían por detrás, se quedaron quietos sin saber la forma correcta de actuar. Pudo ver fugazmente, como varios de los dioses sonreían satisfechos por su comportamiento, especialmente Zeus, quien no había podido ocultar la comisura que se había extendido de sus labios, y veía con aprobación a la doncella.

Se levantó, una vez que el hombre le concedió el permiso y avanzó, seguida por sus compañeros hasta quedar delante de los Olímpicos. Podía sentir la mirada juzgadora de su madre seguirla, revisando cada paso que daba para corregir cualquier mínimo error que cometiese.

Constantinova mostraba un semblante sombrío, sosteniéndole la mirada al dios, esperando por oír su veredicto, estaba segura de que Artemisa ya les había puesto al tanto de los detalles recientemente ocurridos.

Podía sentir la mirada de varios dioses directamente sobre ella, sabía que su aspecto no era el mejor. Su ropa y cabellos se encontraban manchados de sangre que ya se había secado de sus heridas, pero ya eran muchas las veces que se había presentado con ese aspecto, no era inusual que la vieran de esa forma.

Sin embargo, su actitud no era la misma, no mostraba la letalidad y astucia que solían demostrar sus ojos, los cuales ahora estaban rojizos y levemente hinchados, colocándola rápidamente en evidencia ante los dioses.

Su aspecto no era más que la representación de cuan rota yacía su alma, y eso podía resultar un verdadero peligro si no se controlaba.

No solo era Apolo, el único que no había podido quitar su vista de la semidiosa inmediatamente después que entró al salón. Al principio había sonreído al verla de lejos, pero cuando se acercó y pudo percibir mejor su rostro, no pudo evitar sentirse culpable y preocupado.

Veía la sangre que llevaba y esperaba que no fuese la suya, pero sabía que aquello no era del todo cierto, además que su andar no parecía completamente fuerte, sin mencionar el mechón platinado que sobresalía de sus cabellos azabaches. Sus facciones hablaban por sí misma, podía percibir el cansancio en su mirada y un dolor abismal que parecía consumirla.

Otra persona la miraba con la misma preocupación, quien observaba ansioso a su padre, esperando pronto poder ir con ella.

Desde el primer instante que estuvo de pie frente a ellos, no había podido apartar la vista de ella, llevaba bastante tiempo sin verla, pero había notado lo frágil que se encontraba por lo que sus ojos, antes vivaces, reflejaban.

𝗚𝗿𝗲𝗲𝗸 𝗧𝗿𝗮𝗴𝗲𝗱𝘆 ¹ | PJODonde viven las historias. Descúbrelo ahora