La primera vez

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Micaela sabía que aquella noche era especial, al menos así lo sentía. Toda su familia e incluso ella misma habían estado esperando por aquello. Tanto que se sentía como si hubiera estado aguardando la vida entera y tal vez así era, viniendo de la familia a la que ella pertenecía no se sentía como algo extraño.

Sí, sus padres eran personas religiosas, sus tíos también, sus abuelos incluso más, bastaba con decir que la totalidad de su familia era extremadamente religiosa y por lo tanto ella había estado bastante limitada a lo largo de su vida. No se quejaba, al menos la mayor parte del tiempo y hasta cierto punto, pero en muchas ocasiones había querido salir y vivir las mismas experiencias que sus amigas vivían, aunque eso no era posible en su caso.

No si quería seguir viviendo bajo el techo de sus padres y eso significaba seguir siempre sus normas. Era algo que respetaba aunque no comprendiera. Así como aceptaba el hecho de que la primera vez que había conocido a Kevin lo había hecho en una sala llena de gente que no dejaban de vigilarlos, pendientes de cada detalle. Esa tarde ni siquiera habían podido pasar de la presentación.

Por esa razón, se había sorprendido cuando su madre se había presentado esa noche en su habitación para anunciarle que Kevin y ella se casarían. Era lo mejor, había argumentado, considerando las relaciones familiares y que ambos venían de buenas familias cristianas.

-Mamá, ni siquiera lo conozco- se quejó ella de inmediato -¿cómo piensas que podemos casarnos?

-No lo pienso, Micaela- soltó su madre con firmeza -es lo que va a suceder, será mejor que ambos se acostumbren a la idea. Es lo mejor.

-Lo mejor para quién- musitó ella con rabia aunque no se atrevió a enfrentar a su madre.

Cuando se quedó sola una vez más, los nervios y la ansiedad oprimieron su pecho como nunca antes. En algunas ocasiones se había sentido encerrada, presionada y encadenada por las normas familiares, pero esa noche ni siquiera había podido dormir. El sueño había huído de su ser hasta que el sol salió en el cielo y ella lo observó a través de su ventana.

Los días siguientes pasaron en un borrón, en esas ocasiones Kevin había ido a visitarla y Micaela pudo obsevarlo por primera vez, así como él lo hizo con ella. Era guapo, al menos en un sentido tradicional, sus ojos eran claro y su pelo brillante, su mandíbula marcada lo hacía ver sensual aunque lo mejor era su mirada inocente, tan inocente como la de ella. Ese día tampoco pudieron hablar demasiado, pero al menos fue un avance.

Cinco meses transcurrieron luego de aquello y al parecer a sus padres se les había acabado la paciencia, porque esa noche tal y como había sucedido anteriormente su madre entró en su habitación para anunciarle que la boda sucedería el mes siguiente. Ella no dijo una palabra, pero esa noche tampoco pudo dormir.

Ahora se encontraba en la recepción de su boda sentada en la mesa principal junto a su nuevo esposo y no sabía ni siquiera como comportarse. La ceremonia había sido tradicional, su vestido era largo, tradicional y tan cubierto como su madre pidió. Todo el mundo disfrutaba, pero el novio se veía tan incómodo como ella. Su primer beso era algo que recordaría, porque el beso que sellaría su unión con Kevin era la primera vez que había experimentado algo parecido.

Ahora la noche se acercaba y ella se ponía cada vez más nerviosa porque con la noche llegaría su noche de bodas, algo para lo que no se sentía para nada preparada. Estaría desnuda con su esposo, pero él era un extraño. La ansiedad llenó su cuerpo hasta el punto en que salió corriendo sin que nadie la notara para ocultarse en un espacio abierto, en la entrada de la sala. Respiró lo mejor que pudo.

-Sé que crees que fuiste muy sutil, pero todo el mundo notó que la novia desapareció hace un segundo- dijo la voz de su prima sin que ella lo esperara.

Pasajes lujuriososDonde viven las historias. Descúbrelo ahora