Lucien se desesperaba en casa de su madre. Había optado por apagar las noticias, pues esa noche no podría conciliar el sueño si continuaba viendo las llamas devorando a Malibú. ¿Qué sería de su propiedad?
Se hallaba en la habitación que su madre siempre tenía lista para él. Sin embargo, la cama jamás le había parecido tan grande y solitaria. Si antes valoraba su soltería, el no tener relaciones estables y hacer con su tiempo lo que estimara en gana, ahora se sentía diferente. Anhelaba otras cosas que ni la fama ni el éxito profesional ni el dinero podrían darle: un hogar.
Solo Molly, su fiel labradora, estaba a su lado, pero ni su cariño y juegos podían aliviar su tristeza esa noche. Cualquier persona diría que lo tenía todo para ser feliz. Bastaría con solo una llamada para tener compañía de amigos y mujeres, pero ni esos “amigos” lo eran tanto ni esas mujeres eran la mujer que él quería. Hasta el más codiciado de los solteros se cansaba de la soledad. Lo peor era que esa mujer de sus sueños no tenía rostro, y pensaba cada vez con mayor frecuencia, que debía seguir sus planes de paternidad por su cuenta.
Una llamada al teléfono lo sacó de sus pensamientos: era Wilson, su agente. A él y a Meg debía agradecerles por su vida.
―¡Hola! ―Wilson estaba más tranquilo ahora que Lucien le tomaba el teléfono―. Sé por Meg que estás a salvo, pero me tenías muy preocupado.
―Gracias por todo, amigo. La verdad es que no tenía deseos de hablar con nadie, pero te agradezco infinitamente lo que hiciste por mí.
―Dale las gracias a Meg ―repuso el agente―, yo realmente no hice nada. Ella no dudó en conducir hasta allí.
―Sí, también le agradecí. Es muy valiente.
―Es una gran mujer ―comentó Wilson―, del tipo de mujer que te conviene, camarada. Deja a Tina en paz, esa chica no lo merece y tienen aspiraciones distintas en la vida. Tal vez deberías ver a Meg de otra manera…
Lucien sonrió.
―¡Solo somos amigos!
―Eso es algo que puede remediarse, si en verdad lo deseas.
―Estás delirando, ella solo me ve como su amigo ―contestó él, un poco harto de la conversación.
―¿Estás seguro? ¿Crees que es solo amistad lo que la llevó a Malibú? Tú sabrás. Solo te digo que lo pienses. A veces sucede que tenemos a nuestra felicidad al lado y no nos damos cuenta. Si crees que estoy diciendo estupideces, pues no me des el más mínimo crédito, pero es tiempo de que pienses en Meg.
―Y pienso en ella ―repuso el actor―, hay una idea dándome vueltas en la cabeza, pero no es lo que piensas. Ella es solo mi amiga, pero eso no significa que no pueda ser, en efecto, la artífice de mi felicidad.
―¡No entiendo ni una palabra, Lucien! Estás completamente loco, pero tú sabrás a qué te refieres. Por favor, cuídate y dame noticias.
―Lo haré, Wilson. Gracias. ¡Un abrazo!
La llamada terminó y Lucien se quedó en su cama pensando en lo que el agente le había dicho. ¿Lo vería Meg de manera distinta? Alejó aquella imagen de su cabeza, pues no podía ser cierto. En el tiempo que conocía a Meg ella jamás había salido con nadie. Le había dicho que no quería entregar su corazón de nuevo y que deseaba concentrarse solo en su hijo. Él lo había respetado, por eso no se atrevió a invitarla a salir cuando tuvo la oportunidad, y no porque no lo deseara. Meg era inteligente, preciosa ―aunque ella renegara de su cuerpo―, pero era su amiga, e incluso alguien como él sabía que entre amigos existen ciertos límites que no se deben transgredir.
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Vientre solidario ✔️
DragosteLucien Walters, oscarizado actor de Hollywood, está a punto de cumplir cuarenta años y desea ser padre. Tras romper con su última novia, se decide a rentar un vientre para tener un hijo. Después de pensarlo mucho, le propone a una amiga, Margarita...