Capítulo 5

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Meg estuvo varios días pensando en aquella propuesta y durante ese tiempo no tuvo noticias de Lucien, pues él le dio espacio para que reflexionara. Ni siquiera a Bianca le contó del dilema en el que se hallaba pues su amiga le diría que estaba loca por considerarlo siquiera. Sin embargo, ella sabía que esa una decisión muy personal y que debía tomar libremente, sin presiones de ningún tipo.

Estuvo leyendo sobre la maternidad subrogada y sus riesgos… La fortaleza psicológica que debía tenerse al ver crecer el vientre de un hijo que no sería suyo. Era algo duro, pero también era un gesto solidario. En algunos países incluso, como en Canadá, no se permitía pago alguno porque se consideraba que lo bonito del proceso era el sentimiento de generosidad y empatía que debía predominar en la madre que se sometía al tratamiento. Aunque en los Estados Unidos sí se aceptaba el pago, no todos los Estados permitían la maternidad subrogada. California, donde vivían, era de los lugares más seguros para realizarlo, ya que existía una extensa normativa sobre el proceso de subrogación.

Meg reflexionó sobre lo que ella deseaba. Por supuesto que no pensaba en tener otro hijo en estos momentos, mucho menos un bebé que no era suyo. ¡Qué difícil era ver cambiar tu cuerpo sabiendo que quien llevas en tus entrañas no es tu hijo! ¡Qué sensación tan dura la de parir un bebé que deberás dejar en otros brazos! No sabía si estaría preparada para algo así. Además de que un embarazo era por naturaleza algo delicado.

Por otra parte, pensaba en Lucien y en el amor que le tenía. El bebé no sería suyo, pero lo vería crecer pues eran amigos. En eso comprendía a Lucien: no era lo mismo llegar a un trato con una mujer extraña. Ella era una antigua amiga, alguien que estaría presente en el crecimiento de ese niño que ayudaría a nacer. Sin darse cuenta se vio pensando en el asunto con ilusión, y su corazón se llenó de los aspectos positivos de su acción. Lo haría feliz, y Lucien sería un excelente padre, de eso no tenía la menor duda.

Meg tomó su teléfono y le envió un mensaje:

“Hola, por favor, pasa a la casa cuando puedas”.

El mensaje no adelantaba la respuesta, pues necesitaba hablar con él ciertos puntos primero. Al cabo de media hora, Lucien estaba tocando a su puerta como un maniático.

―¿No tenías filmación? ―preguntó Meg frunciendo el ceño cuando le abrió la puerta.

―Todavía no comienzo a rodar y estaba en la casa cuando recibí tu mensaje. ―Meg notó que estaba bastante nervioso.

―Por favor, pasa. Jude está en el colegio todavía, así que tenemos tiempo para conversar.

Lucien se sentó en el diván y la miró expectante. Meg se sentó a su lado, pero no sabía qué decirle. Él le tomó la mano y le sonrió:

―No te preocupes, sé que no debí pedírtelo ―se disculpó―. Es algo demasiado grande, pero para mí eras la mujer ideal en todos los sentidos. No te sientas mal, Meg, yo puedo…

Ella le colocó la mano en los labios para silenciarlo. El breve contacto con su boca los desconcentró a los dos.

―Lo he pensado, Lucien, y voy a aceptar ―confesó.

Él la abrazó riendo y le dio un beso en la frente. Luego se puso de pie y dio saltos de alegría.

―Muchas gracias, Meg.

Ella no pudo evitar sonreír.

―¿No estás algo viejo para ese espectáculo? ―se burló―. Siéntate, que tengo condiciones.

Él la obedeció y se sentó a su lado.

―Puedo pagarte, Meg ―le recordó―, y siempre será poco lo que pueda darte.

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