Lucien Walters, oscarizado actor de Hollywood, está a punto de cumplir cuarenta años y desea ser padre. Tras romper con su última novia, se decide a rentar un vientre para tener un hijo.
Después de pensarlo mucho, le propone a una amiga, Margarita...
No había visto a Lucien desde el día de la inseminación, aunque estuvieron en contacto. Él siempre le enviaba mensajes para saber como estaba, pero tuvo la agenda realmente apretada. Su madre, Verónica, había vuelto a la ciudad por Navidad y entre ella y su nuevo proyecto cinematográfico lo habían tenido ocupado.
Meg pasó la Navidad en casa de sus amigos, como siempre hacía, aunque echó de menos no ver a Lucien. En los últimos días se había acostumbrado más a su presencia y lo extrañaba. Creía que después de la inseminación seguirían viéndose, pero la vida tenía otros planes. Sin embargo, Lucien le envió un cariñoso mensaje por Navidad, así como una caja de bombones y un auto con control inalámbrico para su hijo.
Aquella mañana, Meg se levantó de la cama con el corazón agitado, por varias razones: era el cumpleaños de Lucien, quien cumplía cuarenta y aún no lo había felicitado. ¿La razón? Quería darle una buena noticia y justo a las ocho y media tenía cita en el laboratorio para realizarse un examen de sangre que comprobara si estaba o no embarazada. Tenía poco tiempo, pero ya podía saberse.
Antes de dirigirse a la clínica, la joven madre decidió realizarse un test casero en la tranquilidad de su hogar para ir haciéndose una idea. Al cabo de unos minutos, las dos rayas que indicaban un resultado positivo la llenaron de sentimientos encontrados. Estaba feliz por Lucien, y aunque cuidaría a esa criatura como si fuese propia, sabía en el fondo de su corazón que no lo era y no podría ser su madre. Una lágrima bajó por su mejilla, pero intentó pensar en lo más importante: la felicidad de Lucien.
No le dijo nada hasta que obtuvo el resultado del laboratorio que era el más fiable: positivo nuevamente. Un poco más contenta, corrió a una tienda de ropa para bebés y compró unas medias de recién nacido de color blanco que apenas cabían en la palma de su mano. Meg tomó una foto de ellas cuando llegó a la casa y se la envió al WhatsApp con una sencilla descripción: “¡Feliz cumpleaños, papá!”.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Lucien estaba regresando de San Diego cuando recibió un mensaje. Se salió de la carretera para poder llamar a Meg, pues estaba muy impactado con la noticia.
―¡Cielos! ―exclamó cuando ella atendió el teléfono―. ¿Es verdad?
―Por supuesto, me realicé un examen de sangre y un test casero para estar seguros ―contestó ella, quien podía notar que la voz le temblaba.
―¡Dios mío! ¡Estoy tan feliz! ―Realmente estaba eufórico, y Meg se contagiaba de su alegría. Solo de escucharlo sabía que valdría la pena su esfuerzo.
―¡Feliz cumpleaños! ―Meg volvió a felicitarlo.
―Sin duda me has dado el mejor regalo, Meg.
―¡Lo mereces! Un abrazo.
―Otro. ―Y cortó.
Meg estaba un tanto ansiosa luego de su conversación con Lucien. Moría por verlo, pero sabía que era poco probable. Él estaba en San Diego y no regresaría hasta más tarde para cenar con su madre por lo que dudaba que se apareciera en casa ese día.