Capítulo 11

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1 de enero de 2019

Lucien despertó temprano con la alarma de su celular; Meg apenas la sintió. Se movió en la cama y él la dejó dormir. Le dio un beso en la frente y se vistió con el traje que ya estaba algo arrugado. Sonrió antes de salir de la habitación: se sentía feliz por estar con ella. ¿Cómo fue que no se dio cuenta antes de lo que sentía? ¿Cómo perdió tanto tiempo? Tal vez necesitaba madurar, tropezar muchas veces para valorar mejor a la amiga que siempre había estado a su lado. En lo adelante él se encargaría de hacerla tan dichosa como lo era él.

Cerró la puerta con cuidado y salió del departamento. Meg no quería que Jude lo descubriera en casa, así que lo mejor era marcharse casi al alba. Llegó a Beverly Hills. La casa estaba silenciosa, lo que indicaba que, tras una noche de fiesta, todos estaban descansando incluyendo el servicio pues su madre les había dado el día de Año Nuevo libre.

Molly, su adorada labradora, salió a recibirlo. Escoltada por ella subió la escalera en dirección a su habitación para darse un largo baño y volverse a dormir por un par de horas. Estaba muy cansado, pero la sonrisa de sus labios indicaba que tenía un buen origen: Meg.

Ella se levantó a las diez, fue Jude quien la despertó, algo que no era habitual. Meg le sonrió a su pequeño y le dio un beso en la cabeza. Se desperezó y acudió a la cocina para preparar el desayuno. Revisó su teléfono antes de preparar los waffles de su hijo, y tenía un mensaje de Lucien de las seis de la mañana:

“Te veías tan hermosa durmiendo que no quise despertarte. Yo me fui en contra de mi voluntad, pero haremos las cosas como tú digas. Te extraño ya. Un beso grande”. ―Meg sonrió ampliamente, y con aquellas palabras anidando en su pecho, se dispuso a cocinar el mejor de los desayunos para ellos dos.

Lucien despertó cerca del mediodía, cuando Molly lamió su cara.

―Meg… ―murmuró él en sueños, para luego percatarse de que aquella lengua pertenecía a la otra fémina de su vida.
El actor se sentó de un golpe sobre la cama y pasó la mano para la cabeza de su perrita.

―Ahora soy un hombre comprometido ―le dijo―, no puedes besarme así. ¿Qué va a pensar Meg? ―Molly ladró como réplica, estaba contenta porque se hubiese despertado―. Está bien, preciosa, bajemos.

Molly lo acompañó escalera abajo, donde se encontró con su madre y un personaje que le hizo fruncir el ceño: Wallace Brooks, el editor de su madre. A juzgar por su atuendo, había dormido allí.

―¿Me he perdido de algo? ―preguntó el hombre acercándose a la mesa donde desayunaban.

El pobre Wallace, contemporáneo en edad con su madre y divorciado, por poco se ahoga con una tostada. Verónica a su vez se ruborizó.

―Creía que no estabas, hijo ―respondió―. ¿No te fue bien anoche?

―Tan bien como a ti, según parece ―respondió con una sonrisa―, pero regresé al amanecer. Wallace, eres bienvenido.

―Gracias ―balbució el hombre, todavía medio ahogado.

―Wallie, toma algo de jugo, por favor o terminarás en urgencias. ―El aludido hizo caso a lo que se le decía―. Hijo, por favor, siéntate con nosotros a comer. Es algo tarde para desayunar, pero nos despertamos hace poco.

Lucien se sentó a la mesa. Aunque apoyaba a su madre, era la primera vez que le conocía una pareja sentimental desde que enviudó. Wallace era un buen hombre, y no podía recriminarla por ser feliz. Tenía todo el derecho.

―Wallace y yo hace un tiempo que estamos saliendo juntos ―comenzó su madre―. Queríamos decírtelo ayer, pero como tuviste que marcharte lo pospuse. No pretendía que te enteraras así…

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