Lucien Walters, oscarizado actor de Hollywood, está a punto de cumplir cuarenta años y desea ser padre. Tras romper con su última novia, se decide a rentar un vientre para tener un hijo.
Después de pensarlo mucho, le propone a una amiga, Margarita...
El olor de las orquídeas la despertó. Meg se incorporó en la cama y miró las flores que Lucien le había llevado, como cada martes desde que eran novios. Hacía unos pocos días que estaban de vuelta a la casa, y las cosas no podían estar mejor.
―¡Buenos días, mi amor! ―le dijo él con una dulce sonrisa.
Meg le dio un beso y agradeció sus flores. Era un detalle muy bonito de su parte, aunque pronto dejarían de ser novios ya que la boda sería el siguiente fin de semana.
―Hoy además es un día muy especial ―le recordó Lucien―, pues tenemos consulta con la doctora y te harán la ecografía. Es muy probable que hoy sepamos el sexo de nuestros bebés.
―¡Tengo muchos deseos de conocerlo! ―exclamó Meg.
―Yo también. Jude apuesta a que serán niños y yo pienso que serán niñas.
Meg se echó a reír.
―¿Ahora apuestan por el sexo de los bebés? ¡Vaya influencia que eres para Jude! ―se quejó riendo.
―Soy un actor con malas mañas, pero los quiero y para tu tranquilidad, solo hemos apostado con helado. Si yo gano, tengo que comprarle a Jude todo el que quiera.
―¡Como si ya no tomara suficiente helado! ―Meg rodó los ojos―. Se pondrá tan gordo como yo. ¿Y si gana él? ¿Qué le darás?
―Nos quedaremos con dos cachorros de Molly ―confesó.
―¿Qué? ¿Más perros? ―Meg no salía de su sorpresa.
―La verdad es que yo también lo deseo. Ha tenido seis cachorros, y son tan lindos que no tengo corazón para despedirme de todos. Pacey y Bianca quieren uno, nosotros dos, y otros dos para la fundación de invidentes. Es un compromiso que no puedo desatender.
―Está bien, como quieran. Solo no sé cómo nos la apañaremos con dos bebés y dos cachorros… ―recordó.
Lucien le dio un beso y sus objeciones fueron olvidadas. Con probar sus labios bastaba para alcanzar el cielo y ser muy feliz.
Bajaron a desayunar, Meg se había disculpado con Susan, y todo quedó olvidado. Jude estaba con Molly y los cachorros. Él solo los observaba pues estaban recién nacidos, pero los amaba a todos con todo su corazón.
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Luego de dejar a Jude en la escuela, la pareja se dirigió a la clínica para su consulta habitual y ecografía.
Meg había ganado el peso requerido, su tensión arterial era buena y sus análisis complementarios estaban bien. Nada parecía estar mal a sus veinte semanas de embarazo, hasta que la doctora Catherine Novak, mientras hacía la ecografía, frunció el ceño.
―¿Todo está bien con los bebés? ―preguntó Meg al advertir que la doctora no hablaba.