Había llegado el día. Lucien estaba algo asustado por lo que saldría de aquella cena. Mientras se abotonaba la camisa, se miraba al espejo advirtiendo que ya no era el joven que comenzó en la industria del cine con ánimos de ser el mejor. Era conocido, había ganado un Oscar, y otros muchos premios, y su cuenta bancaria se había engrosado más de lo que hubiese imaginado en el pasado. Sin embargo, estaba solo.
De Meg dependerían muchas cosas. Por eso tenía miedo de hablar con ella: le haría una propuesta, y también le tenía una sorpresa. Más bien se trataba de algo para su hijo Jude, aquel niño que le robó su corazón cinco años atrás. Le parecía que fue ayer las veces que practicaba el español en casa de Meg.
En una de las sesiones, la amiga de Meg, quien a veces cuidaba a Jude, estaba ocupada y la adolescente de la puerta contigua que hacía las veces de niñera ocasional, estaba estudiando para unos exámenes. Meg, con algo de pena, lo recibió diciéndole que su hijo estaba en la casa y aunque dormía, era probable que se despertara en la tarde para su merienda y jugar un poco.
―No hay problema ―le respondió Lucien con una sonrisa indulgente. Ya conocía al pequeño y le agradaba aunque tampoco habían compartido tanto tiempo juntos, como hasta entonces.
En ese momento creía que le gustaban los niños, como a casi todo el mundo, pero desde una posición distante, sin pensar que un día tendría los suyos. Esa tarde, no obstante, todo cambió para él.
Luego de una hora de práctica, los llantos de Jude advirtieron a Meg de que ya había despertado.
―Lo siento. ―La joven continuaba apenada, pues Lucien le pagaba por horas y se suponía que no invirtiese el tiempo en nada más que en practicarle a él.
Meg se ausentó por unos minutos, le cambió el pañal y luego regresó con el bebé de un año en brazos. Ya daba unos pasitos, pero aún no caminaba por sí mismo.
―Enseguida vuelvo ―se excusó Meg, quien lo llevaba cargado―. Iré un momento a buscarle su compota.
―Por favor, no te apresures ―le dijo él, enamorado de aquellos ojos brillantes y de la sonrisa que el niño le dedicaba. Era rollizo y fuerte―. Si quieres puedes dejarlo aquí conmigo en el sofá, yo lo cuidaré mientras vas a la cocina.
Meg asintió, pues el niño pesaba bastante y apenas podía con él. Lo dejó en el sofá y se marchó. Al cabo de unos segundos, Lucien y el pequeño ya eran mejores amigos. El actor lo tenía sobre sus rodillas e incluso se ofreció para darle su compota.
―Soy hijo único ―le explicó a Meg―, mi madre también, así que no he conocido eso de tener sobrinos o primos o hermanos… Mis amigos tampoco tienen niños.
―Tal vez un día tengas tus propios hijos. Son una bendición, pero también hay que tener vocación para la paternidad.
―Creo que la tengo ―respondió Lucien jugando al avioncito cargado de compota de manzana.
Esa tarde terminaron de practicar con Jude entre ellos. A Lucien no le importó las interrupciones ni que el niño diera palmas contra el guión que él llevaba en las manos. ¡Era demasiado divertido y adorable y no podía disgustarse con él! Ni siquiera se molestó cuando ensució sus pantalones de compota.
Cuando terminaron, Meg colocó al niño en el suelo y este se quedó paradito sujeto a la mesa de centro, como muchas veces hacía. Sin embargo, esa tarde, Jude se soltó y dio sus primeros pasos sin ayuda alguna. Meg quedó asombrada cuando lo vio caminar y Lucien fue testigo de ese histórico momento. Ese día supo con absoluta seguridad que quería ser padre.
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Vientre solidario ✔️
RomanceLucien Walters, oscarizado actor de Hollywood, está a punto de cumplir cuarenta años y desea ser padre. Tras romper con su última novia, se decide a rentar un vientre para tener un hijo. Después de pensarlo mucho, le propone a una amiga, Margarita...
