Epílogo

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25 de diciembre de 2019

Era el día de Navidad y el mayor regalo lo tenían a su lado: sus hermosos hijos de tres meses de nacidos que miraban, desde sus respectivas mecedoras, hacia las luces del árbol.

Un año atrás justamente, Lucien y Meg habían comenzado su camino de ser padres con una inseminación. La vida los había sorprendido mucho, pero ahora que veían a sus pequeños Lucy y Maurice, sabían cuánto había valido la pena.

Verónica y Wallace los acompañaban por esos días, algo que redondeaba su felicidad. Wallace no tenía nietos, y con los niños estaba encantado, y Verónica había comenzado a escribir un libro infantil sobre las aventuras de dos bebés, inspirado en sus nietos. Pacey Smith había prometido que del libro haría una película. ¿Desde cuándo el director se había vuelto tan sensible? Lo cierto es que los bebés habían conquistado a todos.

Jude apareció en el salón, escoltado por Molly y sus dos cachorros que habían crecido muchísimo.

―Cariño, lleva a los perritos al patio por un rato ―le pidió Meg―, recuerda que esta tarde vienen los Vermont.

Jude hizo caso y eso hizo. Un rato más tarde, llegaban las visitas. Bianca, George y Lucas no podían faltar. Luego aparecieron Mónica, Tim y Rob, este último llevaba en una cesta a su pequeña hija Megan, de casi dos meses. Cuando creciera un poco más sería una excelente compañera de juegos para sus hijos, ya que tenían prácticamente la misma edad.

La excelente noticia era que Danielle estaba embarazada al fin y, al igual que Meg en su momento, se trataba de dos bebés los que venían en camino. Aquello los tenía muy felices, y Thomas estaba orgulloso de finalmente convertirse en padre.

Ben, Tim y Lucas se reunieron con Jude en el patio, pues los Vermont habían traído consigo a Jack de visita. Su amor por Molly no se había aún desvanecido y se querían mucho.

―¡Cuántos bebés habrá en Beverly Hills! ―exclamó Lucien mirando a Dani.

―Y los que faltan. ―Rob le echó una ojeada a Mónica sugiriendo que quizás tuvieran otro. La aludida se rio, no se dejaría convencer.

―La vida ha sido muy generosa con todos nosotros ―apuntó Thomas.

―Sin dudas, debemos estar agradecidos. ―Lucien miró a su esposa con cariño―. Yo lo estoy.

―Yo también lo estoy ―suspiró Meg―. Hemos formado una bella familia, que junto a nuestros queridos amigos, nos brindan mucha felicidad.

Lucien le sostuvo la mirada, tenía toda la razón. Esa tarde celebraron con sus amigos muchas cosas, y recibieron la Navidad con verdadero regocijo.

Cuando la visita concluyó, Lucien y Meg permanecieron un rato más en el salón, con los bebés en sus respectivos regazos.

―Te amo ―le susurró Lucien a su esposa.

―Yo también a ti. ―Meg le tomó la mano.

―Ella tiene tus ojos y tu sonrisa ―le dijo Lucien mirando a su hija. 

―Pero también tiene tu cabello, y Maurice se te parece mucho. ―Meg lo tenía en sus piernas―. Es un mini Lucien e igual de travieso.

―Nuestros hijos son hermosos, amor mío. ―le sonrió él―. Los dos lo son.

Lucy, como si supiera que hablaban de ellos se echó a reír y su hermano la imitó. Se llevaban de maravillas y eran unos bebés muy buenos, apenas si lloraban en las noches.

Cumpliendo con la promesa que se habían hecho, ningún examen de ADN determinó lo que ellos no deseaban conocer. Para Meg, los dos eran sus hijos y así lo había determinado el juez cuando rescindió el contrato que nunca debió existir.

Jude solía decir que Lucy se le parecía mucho, pero Maurice tenía un lunar muy semejante al que él llevaba en el hombro como marca de nacimiento. Así, sin certezas, vivían todos más felices, porque el verdadero amor era más importante que la genética.

FIN

FIN

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