dónde Robin es increíblemente torpe como para pensar en si mismo y en sus sentimientos.
o dónde Kid Flash es increíblemente torpe como para poder ser amigo de Robin.
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—Ay~ que velada tan fascinante, ¿no lo crees, Robin?.
Ya tenían su mesa en una esquina de la cafetería, junto a sus órdenes. Kid Flash tenía su sandwich de queso fundido a medio comer, pero Robin no había tocado ni una vez su croissant relleno y se dedicaba a mirar en silencio su malteada de vainilla.
—Supongo—respondió sin muchas ganas.
—Sabes, quería venir aquí ya que es una de mis cafeterías favoritas—Kid Flash habló tratando de formar una conversación—la primera vez que vine a aquí, fue de niño, tenía 10 años y mi tío me entrenan para ser un velocista, joder, que gran día fue—rió levemente, dándole un mordisco a su sandwich con ánimo—era mi segunda semana siendo un escudero, como dicen los chavos—volteó a ver al líder titán, sonriente y con migajas de pan a la parrilla en sus mejillas—oye, Robin, ¿cómo fue cuando eras el compañero de Batman?.
—Si...—respondió fríamente Robin, aún viendo su malteada.
—...¿si?.
—¿Si qué?—Robin por fin lo miró.
—¿Si de qué cosa?. Dijiste si primero.
—No. Yo dije si de si...
—¡No!. Tú dijiste si, y yo dije si.
—¡Dije si de si como si de si!—reclamó Robin fastidiado.
Kid Flash lo miró fijamente.
—Dijiste si primero...
—¡¿TE BURLAS DE MI?!—Robin se levantó bruscamente de la mesa, dándole un puñetazo a la mesa que hizo que temblara.
—¡Robin!—le regañó Kid Flash, mirando con pánico a los demás clientes—¡no de nuevo!.
El Chico Maravilla chasqueó la lengua con furia y desvió la mirada, con su mirada cayendo en la salida de la cafetería.
Tenía dos opciones.
Calmarse, tomarse un respiro, sentarse y tratar de hacer las cosas más fáciles para el y el pony de un truco, intentar socializar, resolver sus diferencias, reconocer sus errores del pasado y tal vez ser amigos.
O irse de ahí y seguir con su miserable vida, hablando con su bastón y ver cómo los jóvenes titanes tenían pequeñas criaturas que simbolizaban su amistad mientras que el no.
—¿Robin?—le habló Kid Flash.
Robin volvió a mirarlo.
Se arrepintió al instante.
Tuvo que tragarse la mirada de perrito regañado, humillado, pateado y castigado que el velocista le estaba dando, con su boquita en una curva hacia abajo y sus ojitos negros mirándolo fijamente, con tristeza, una tristeza que Robin deseaba a gritos que fuera fingida.