EPÍLOGO

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Dos años después.

—¿Estás nerviosa? —preguntó, mamá arreglándome el vestido verde oscuro que llevaba

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—¿Estás nerviosa? —preguntó, mamá arreglándome el vestido verde oscuro que llevaba.

Un montón de cosquilleos corrieron por todo mi cuerpo, me miré al espejo y negué con la cabeza, convenciéndome a mi misma que estaba tranquila.

Caleb estaba en el sofá de la sala, había crecido mucho en el verano y ahora me llevaba casi una cabeza de altura, era el mismo crío que siempre, aunque ahora estaba colado por Uxue. Se acomodaba constantemente la corbata y practicaba su sonrisa de cordialidad, porque según él, era la presentación de la familia.

—Te ves preciosa, cariño, cariñito.

Como siempre, Caleb y yo compartimos una mirada cómplice y nos obligamos a no reír, porque mamá andaba sensiblera y todo la hacia llorar.

Estaba en mi ultimo año en la carrera, y en un par de meses comenzaba mi servicio en una empresa de traducción e interpretación, lo que me hacía mucha ilusión. Uxue había optado por la docencia, así que ella le daría clases a un montón de pequeñines, Kilian y Nahúm se habían graduado un par de meses atrás y ahora, con la ayuda de los Rossell planeaban abrir una oficina de arquitectura y posterior a ello ligarla a una empresa. Petal se ofreció ayudar, y aunque habían hecho las paces poco se frecuentaban.

Nahúm había sido admitido en una escuela de música con modalidad abierta, muy cerca de la oficina en la que yo sería pasante. Sí, estaba en otra ciudad pero, solo debíamos viajar un par de días a la semana.

La casa de mamá seguía igual que siempre, Caleb fue a prender un incienso de lavanda antes que todos llegaran. Eso me recordó al incienso verde, muy verde y me robó una sonrisa.

El timbre sonó.

Caleb entró en pánico y papá bajó las escaleras con los ojos hinchados de llorar aunque, no lo iba admitir jamás. Mamá suspiró hondo, llenó sus pulmones de aire y fabricó una sonrisa.

Cuando abrí la puerta lo primero que vi fue la sonrisa de Nahum, y después sentí sus grandes brazos envolviendo mi cuerpo, mis fosas nasales se impregnaron del olor a perfume masculino y jabón de menta que tanto me gustaba. Nada más sentirlo el corazón me estalló en latidos presurosos.

Iba guapísimo, lleva un traje negro y una corbata que yo le había escogido antes de viajar a casa de mis padres. Sonreí cuando recordé que ese mismo traje fue con el que me pidió matrimonio, en la azotea de la casa, mientras nos congelábamos porque la puerta se nos había cerrado gracias a que alguien olvidó la llave dentro de la casa, parecía que fue apenas una semana atrás.

Fue una semana atrás.

—Te ves preciosa, Dory.

—Tú no te ves nada mal, cariño.

Si mal gusto no tenemos.

La señora Rossell me envolvió en un cálido abrazo, y bastó ver a mamá a los ojos para que ambas se pusieran a llorar, otra vez.

EL DESEO QUE PEDÍ. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora