Capítulo 4

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Cuando se deshizo del beso, la primera cosa que César hizo fue mirar alrededor para darse cuenta de que Mariana ya no estaba ahí. Tomó la mujer por el brazo llevándola hasta un rincón cerca del ascensor, la morena supo que lo que hizo fue mal, pero puso la mejor cara de inocente y intentó abrazarlo... En vano.

- ¿Con qué derecho me besas así delante de la gente? Ya te dije muchas veces que eso no me gusta. -La voz irritada de César salió casi en un susurro.

- Pero mi amor...

- Nada de mi amor, Sofía. -Apretó las manos intentando segurar las ganas que tenía de golpear algo. -No soy tu amor, ni nada tuyo, así que no vuelvas a hacerlo o te vas arrepentir.

- Mira César no voy a permitir que me trates así sólo porqué te besé. No cometí ningún crimen...

- ¿Y bien qué haces aquí? -Preguntó.

- Vine a verte, no me aguente las ganas de estar cerca de ti. -Puso las manos en su hombro. -¿Por qué no vamos a tu departamento?

Con la realidad de que necesitaba enterrarse en alguien de una buena vez con la intención de relajar cómo Dios manda, él y Sofía se fueron al departamento dónde llevaba sus conquistas. La última vez que estuvo ahí fue con Mariana, no era posible que no podría dejar de pensar en ella en ningún momento, sobretodo porqué se sintió mal por saber que lo vio besándose con otra. ¿Qué carajos eso le importaba? Lanzó la morena sobre la cama intentando convencerse de que lo mejor a hacer era follar muchas otras hasta olvidar el cuerpo de Mariana. Obvio que habría alguien igual o mejor que ella.

Dulce ilusión.

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Mariana apretaba el volante furiosa. No entendía porqué estaba reaccionando así, nunca había estado celosa de alguien antes y no podría ser ahora ni justo de César Lazcano. Por un instante le pasó en la cabeza que quizá esta morena tenía todo lo que ella no tenía, como juventud pero la hizo golpear el volante por pensar en que a estas horas César estaba haciendo con esta lo mismo que había hecho a ella.

"No tienes derechos a regaños, Mariana, tú le pusiste distancia." Pensó mientras bajaba del coche y veía sonreír el viejo hombre que trabajaba en el edificio de Heriberto.

- ¿Mariana? -Abrió la puerta recibiéndola en sus brazos con una sonrisa.

- Ya se que habíamos quedado que me buscarías pero no me aguanté las ganas y me adelanté. -Lo abrazó por el cuello. -¿No te gustó la sorpresa?

- Me fascinó...

Lo sintió sonreír mientras unía sus bocas en un beso apasionado pero calmo a la vez. Aunque todo lo que tenía con Heriberto era algo sin ataduras, era el opuesto de César, parecía hacerle el amor en vez de sexo y a veces eso era todo lo que Mariana necesitaba para sentirse menos sola, un poco de amor y cariño mientras se entregaba. En medio camino las ropas se saltaban de sus cuerpos, él la tomó en brazos para luego tirarla en la cama, tocó su cuerpo dejándola totalmente desnuda mientras se perdía en los senos perfectos.

Ella hundía los dedos en el pelo del médico, lo escuchaba gruñir sobre su cuerpo, estaban duro y la hizo sonreír. Heriberto era un exímio amante, el hecho de ser menos animal que César no le quitaba el mérito... Otra vez lo estaba comparando con su jefe, ¿dónde iba a parar?



- Mariana... Mariana...

Sofía se detuvo cuando escuchó el hombre medio desnudo sobre la cama. Cerró los ojos y la boca con un odio que César no supo explicar, sintió unos golpes en el pecho que intentó detener pero quizá eso no había perdón.

La Inspectora Donde viven las historias. Descúbrelo ahora