Capítulo 5

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Se puede tener un millón de sensaciones cuando estas cerca de la persona por quien estás enamorado. Las mariposas en el estómago, las ganas imensas de estar con ella y solamente querer estrecharla cuándo la tiene en frente, las ganas casi insoportable de tenerla sólo para ti, sientes que esta persona se convierte en tu todo, sólo existe ella en el mundo y además del deseo imenso de desnudarla para hacerle el amor utilizando un método más profundo para demonstrar lo imenso que es el sentimiento porque todo parece no ser suficiente.

Si no se enamoraba de nadie, ¿porqué sentía esas coisas cuándo estaba cerca de Mariana?

Esa era la pregunta que César hacía mientras seguía rozando sus labios con los ardientes de la rubia sin entender porqué diablos él no quitaba la distancia y la besaba de una sola vez matando las ganas que tenía de sentir el dulce miel que provenía de ahí. Pero lo que quería era alargar el momento, obviamente ninguno de los dos haría algún reclamo si eso pasara.

Mariana optó por mirarlo a los ojos, los ferozes que le quitaba del quico, segura de que era su perdición, antes que pudiera pensar que estaba haciendo algo malo, sintió cómo tomó su boca con urgencia. Una caricia con la lengua sobre los labios y le dio espacio para invadir a fondo dejándolo que viajase por cada rincón del espacio. César suspiró al sentir las manos pequeñas destacadas por un esmalte de color vino, sobre su mejilla caminando hasta el cabello macio dónde entrelazó los dedos ahí con fuerza en una clara señal de que no se detuviera.

Lo sintió bajar las manos por la espalda trayéndola por la cintura, Mariana apoyó los brazos sobre los hombros sin detener, deberían aprovechar el momento hasta que el aire los reclamasen y la realidad golpease su cara diciéndola para salir corriendo de este lugar de perdición. César que siempre era salvaje cúando se trataba de besos y sexo, se sentía raro por ir tan despacio... Intenso, pero despacio. Sus manos que estaban atrapadas en los rizos rubios, bajó acariciando sobre el cetin frío los brazos finos, el viento estaba helado pero el simple beso calentaba a los dos y eso era suficiente. La escuchó jadear por segundos extensos antes de apartarse, pero antes de pensar, sintió cómo se aferraba a él en un abrazo y devolvió con la misma intensidad, aún estaban buscando controlar la respiración pero no necesitaban estar lejos uno del otro para esto.

El perfume de Mariana lo alucinaba más de cualquier droga que ya había consumido en sus noches de diversión, era capaz de vivir y morir en su cuello, su pelo, todo lo que venía de aquella mujer lo volvía loco. Estaba entrando en un abismo sin límites, era un juego que quería de corazón ariesgar y lo iba a hacer. Ella mantenía los ojos cerrados, tenía miedo de abrir y perder el encanto, se sentía una cenicienta intentando tardar el relój hasta que apoyó la cabeza en el hombro fuerte sintiendo el viento golpeando su rostro, pero lo tenía abrazado a su cuerpo y de pronto todo se resumía en nada comparado al momento. Estaba ciente de todo lo que César Lazcano representaba en su vida: peligro.

- Me tengo que ir... -Susurró aún aferrada a él, en respuesta, la abrazó más fuerte. -César...

- No te vayas. -Pidió. -Yo sé que eso no es lo que tú quieres.

- Por favor. -Por fin se miraban y esta vez fue tierna. -Eso no está bien.

- Lo que no está bien es que quieras huyr de esto que está pasando entre nosotros. -La tomó por el rostro tocando las mejillas sonrojas con el pulgar.

- Lo que está pasando entre nosotros no es lo correcto, tenemos vidas muy distintas, nosotros somos muy distintos...

- Pero nos vamos llevamos bien en la cama. -Susurró cerca de la boca hinchada suplicando por más besos. -Eso es lo que importa y al fin de cuentas porqué desaprovechar este momento que pasamos bien juntos?

La Inspectora Donde viven las historias. Descúbrelo ahora