Capítulo 2

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Los hombres avanzaban a pie, lo que desesperaba a Hermes. La penumbra de la noche y el eco de los pasos sobre el suelo seco solo acentuaban su frustración. Si pudiera, los transportaría uno por uno hasta el santuario más cercano en Kato Simi; allí, podrían acceder al Olimpo y su misión se cumpliría con mayor rapidez. Aunque el santuario estuviera en ruinas, Hermes poseía el poder de alterar la percepción de los mortales, ocultando las desoladoras ruinas bajo una ilusión de grandeza.

Mientras tanto, los guerreros marchaban en silencio, la tensión palpable entre ellos. El hada, Harlequín, avanzaba con la cabeza gacha, sus hombros encorvados bajo el peso de una tristeza que parecía estar a punto de quebrarlo. La caminata se había vuelto incómoda para ambos bandos. Los caballeros estaban furiosos por las acciones del dios y por la amenaza constante que representaba. El dios, por otro lado, se sentía irritado y desolado, recordando los momentos en que había sido menospreciado y castigado por sus propios actos. Recordaba el dolor y la confusión que había causado al castigar a la ninfa, y ahora, la frustración de no poder cumplir su misión con eficacia.

La noche llegó y la oscuridad envolvió el campamento en una manta de inquietud. Los guerreros exigieron un descanso, y Hermes, aunque renuente, aceptó. Una fogata fue encendida, proyectando sombras danzantes sobre las rocas y los árboles, como si el mismo bosque fuera un espectador silencioso de su desventura. King, con un gesto de esfuerzo, hizo que Chastiefol creciera para proporcionar sombra y comodidad, creando un refugio momentáneo contra la frialdad de la noche.

A medida que la noche avanzaba, el cansancio comenzó a hacer mella en todos. Meliodas, inquieto, se levantó para atender sus necesidades. En medio de su búsqueda, notó la ausencia tanto de Hermes como de Harlequín. Un sentimiento de alarma lo invadió, y el eco de su voz resonó en la penumbra mientras llamaba a su compañero, su preocupación creciendo con cada segundo que pasaba sin respuesta. El miedo de que su compañero pudiera estar bajo el hechizo hipnótico de Hermes y en peligro real lo consumía.

La culpa lo envolvía en una red dolorosa, y las imágenes de Hermes besando el cuello de King y dejando marcas de posesión lo atormentaban. En su mente, la visión de Harlequín, despojado de su dignidad y sin vida en los brazos del dios, era casi insoportable. La tragedia de la situación parecía un eco de las historias trágicas que cantaban los bardos: un héroe que se enfrenta a la pérdida y la traición, abrumado por su incapacidad para proteger a sus seres queridos.

El sonido de sollozos lo sacó de su desesperación. Meliodas siguió el eco de esos lamentos hasta encontrarse con Harlequín, que tenía la cabeza enterrada entre sus piernas. El alivio y el horror se entrelazaron en su corazón al darse cuenta de que sus peores temores eran solo imaginaciones de una mente atormentada.

—Oye, King, ¿estás bien? —preguntó Meliodas, su voz cargada de preocupación y compasión.

Harlequín levantó la vista lentamente, sus ojos reflejando una desesperación que parecía estar a punto de consumirlo todo. Sus palabras salieron con una tristeza tan profunda que parecía resonar con las notas más sombrías de una tragedia antigua.

—Capitán... —murmuró, su voz quebrada mientras volvía a ocultar su rostro entre sus piernas.

Meliodas entendió de inmediato la causa de su angustia. Aunque él mismo había tenido sus propias tentaciones, nunca había forzado a Elizabeth ni usado trucos para obtener lo que deseaba. El abrazo que ofreció era una promesa silenciosa de protección y empatía, sin las vacías palabras de consuelo.

—Todas las personas que amo finalmente me abandonan por otras, jamás seré amado por alguien.

—No digas eso King, alguien se...

Χάος [Meling]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora