Capítulo 4

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El hada volaba lo más rápido posible para cortar la distancia entre él y sus compañeros, pero con el tiempo, su vuelo comenzó a sentirse pesado y cansado. Sabía que si detenía su avance, tarde o temprano lo alcanzarían, y no quería desatar una batalla con ellos, pero tampoco deseaba entregarles el instrumento que le habían confiado. No se le ocurría una manera de llegar a un acuerdo.

Pronto lo inevitable sucedió: su energía se agotó, y comenzó a descender. Obligado a aterrizar, se recargó en un árbol cercano.

—Espero que no tarde mucho —pensó en voz alta.

—¿Con quién hablas? —escuchó una voz femenina detrás de él. Al darse la vuelta, se encontró con una doncella vestida con los colores del otoño, que llevaba una canasta de frutas. Se veía agradable, pero su semblante cambió al ver lo que el hada llevaba en sus manos—. ¿A quién le quitaste eso?

—¿Eh? Esto... Yo no se lo quité a nadie...

—¡Mientes! Mi padre se enterará de esto —la chica se veía realmente enojada. Tomó una pequeña pera entre sus manos y, al tocarla, se marchitó hasta hacerse polvo. La joven sopló el polvo, que fue llevado por el viento.

El viento comenzó a hacerse más fuerte desde el oeste, pero también se sentía calidez. King se tapó los ojos para evitar que el polvo le entrara y, de pronto, todo se calmó. Al quitar su brazo de sus ojos, vio frente a él a un hombre con el cabello en forma de nubes. A diferencia de los otros dioses, tenía el pecho descubierto y solo una prenda cubría su parte íntima. El hombre, al notar el objeto en las manos del castaño, se enfureció.

—Lo elegiste a él otra vez —dijo con voz demandante y molesta.

—A mí solo me dieron este artefacto, no quiero problemas... —dijo King, retrocediendo unos pasos.

—Esos dioses siempre se roban el amor de los mortales que he amado, pero esta vez no va a ser así —dijo acercándose con firmeza al castaño, quien seguía alejándose—. Esta vez vas a ser mío, quieras o no.

Antes de que el intruso pudiera tocar al castaño, algo lo detuvo, como una especie de escudo que leía las intenciones del extraño. Un rubio se apresuró y lo cargó en sus manos, sin darse cuenta de la protección del hada, cumpliendo su promesa de no dejar que tocaran a su camarada otra vez.

—Llegué a tiempo.

—Meliodas —se sorprendió King al estar en los brazos de su capitán.

—Escucha, dios de pacotilla, tú y el otro no le pondrán un dedo a mi querido compañero —dijo el rubio, dejando al hada en el suelo, quien estaba exhausto de tanto volar.

—¿Cómo me llamaste? —respondió enojado el sujeto.

—Dios de pacotilla —repitió desafiante Meliodas.

El viento comenzó a hacerse más fuerte, hasta el punto de llevarse algunas cosas de los alrededores. Era cuestión de segundos antes de que salieran volando.

—¡Lanza Espiritual Chastiefol, modo ocho: Jardín de Polen! —ordenó King a su almohada, que formó una esfera verde que los rodeaba a él y a Meliodas, evitando que salieran volando. Este movimiento sorprendió al dios, que dejó de enviar el viento y se acercó a la barrera.

—Escucha bien, pronto recuperarás tus recuerdos y no voy a dejar que te quedes con él, no de nuevo...

—¿Se puede saber qué haces aquí? ¿No se supone que el tiempo de las estaciones cálidas terminó? —se escuchó una voz conocida para los dos guerreros—. ¿No escuchaste que Perséfone ya regresó con Hades? El otoño acaba de empezar, no hay necesidad de que estés aquí.

Χάος [Meling]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora